“Quienes busquen en mi pintura significados simbólicos no captarán la poesía y el misterio inherentes a la imagen”. René Magritte, quien nació hace justo 126 años, el 21 de noviembre de 1898, fue una figura clave del surrealismo belga.
En “El hijo del hombre”, la obra cumbre del pintor surrealista belga, lo habitual se vuelve enigmático a partir de la disposición de los objetos y el entorno elegido.
“Quienes busquen en mi pintura significados simbólicos no captarán la poesía y el misterio inherentes a la imagen”. René Magritte, quien nació hace justo 126 años, el 21 de noviembre de 1898, fue una figura clave del surrealismo belga.
El historiador del arte Miguel Calvo Santos considera que fue “un surrealista conceptual muy interesado en la ambigüedad de las imágenes, de las palabras y en investigar la extraña relación entre lo pintado y lo real. Para ello explora lo que hay de mágico en lo cotidiano”.
Estudió en la Académie Royale des Beaux-Arts de Bruselas (1916-1918) y aprendió estilos como el impresionismo, el futurismo y el cubofuturismo. De acuerdo a los datos sobre él que figuran en la página web del Museo Thyssen Bornemisza, fue su encuentro con la pintura metafísica de Giorgio de Chirico en 1922, fundador del movimiento artístico de la pintura metafísica, el punto que marcó su trayectoria artística.
De acuerdo a la mirada del especialista J.M. Sadurní, “mediante su técnica de colocar objetos familiares y triviales, como sombreros de jugador de bolos, tubos e incluso rocas en contextos insólitos, Magritte evoca el misterio y la locura para desafiar la percepción”.
En 1926 lideró el surrealismo en Bélgica y, al año siguiente, se unió en París al círculo de André Breton, desarrollando un surrealismo basado en asociaciones absurdas y una minuciosidad fotográfica. De regreso a Bélgica, adoptó una vida rutinaria de clase media, aunque su casa se convirtió en un espacio para artistas.
Paloma Alarcó sostiene que “mediante los enigmas visuales que son sus cuadros, Magritte logró crear una obra de una gran originalidad, en la que con unas imágenes sencillas, y en sí mismas visualmente comprensibles, pintadas con una técnica naturalista, conseguía transmitir significados oscuros y complejos al lograr descubrirnos el lado más misterioso de nuestro entorno”.
Durante la ocupación alemana experimentó con un estilo impresionista paródico y, en 1947, indagó en lo que llamó la provocadora époche vache, “una etapa que esperaba irritar al público francés con temas crueles y de factura ruda al modo fauve”, según la mencionada fuente. Al año siguiente firmó con el marchante Alexandre Iolas, lo que consolidó su fama internacional.
Su obra cumbre
“El hijo del hombre”, de 1964, probablemente sea la pintura más icónica de Magritte. Una imagen sencilla y desconcertante: un hombre con traje y sombrero bombín cuya cara está parcialmente tapada por una manzana verde. Trabajo que, para muchos, sintetiza la visión filosófica del artista.
Lo que parece una escena cotidiana, un hombre de pie frente a un cielo nublado, se transforma en enigma. La manzana, un elemento asociado a lo prohibido, impide conocer las facciones del sujeto. Así, Magritte parece poner el dedo en la llaga respecto a la necesidad de tener certezas sobre la realidad.
“El hijo del hombre” es un ícono cultural que tuvo ecos tanto en la publicidad como en el cine. De hecho, aparece “citada” en “The Holy Mountain” y en “The Thomas Crown Affair”, protagonizada por Pierce Brosnan y René Russo.
El trabajo de Magritte, en particular esta obra de madurez, sería de gran influencia para los artistas pop como Andy Warhol. Pero su figura se proyectó mucho más allá. Al punto que hoy existe un museo en Bruselas que lleva su nombre.