Textos: Mónica Ritacca, María Víttori y María Soledad Víttori
En sus orígenes, el barrio alojaba a ladrillerías que producían para levantar las viviendas entre bulevares. En 1990, todas las cavas se rellenaron y comenzó a crecer el número de habitantes.
Textos: Mónica Ritacca, María Víttori y María Soledad Víttori
Cámara: Juan Manuel Víttori
Chofer: Mario Hereñú
Cuando don Benedetto Marzengo instaló la primera fábrica de ladrillos impulsó una actividad productiva que se multiplicó en la zona. Sin querer, además, la bautizaba. Es que allí se instalaron incontables hornos de ladrillos, para acompañar el número de construcciones que se levantaban en el centro de la ciudad.
Pero este barrio también pagó con heridas el precio del progreso propio y ajeno: las cavas. Publicaciones de El Litoral de 1990 hablan de que la zona, en sus orígenes, “no era campo, era peor que campo”. Juan Riestra, un vecino que por entonces tenía 86 años, decía que “los carros que sabían venir por acá tenían que andar con caballos laderos, porque si no se empantanaban. Esto era antes de 1930, cuando se pavimentó Zuviría”. María de Bonadeo, Benito Peña, Amadeo Botterón, los Marlisani y Quemarling, José Donatti, los hermanos Guerra, las familias Benedetto y Marsengo, Juan y Santiago Calcagno y los Brosutti fueron algunos de los hombres de manos curtidas y mujeres de gran laboriosidad que sellaban la cotidianidad de aquellos tiempos en que eran pocos y se conocían todos. Durante la década de 1990, todas las cavas que se generaron por las ladrillerías se rellenaron y el barrio empezó a crecer en número de habitantes. El barrio hoy Los Hornos tiene dos sectores bien diferenciados. Por un lado el urbanizado, que cuenta con una amplia variedad de comercios sobre las avenidas que lo rodean y donde la mayoría de las familias es de clase media; y, por el otro, un sector postergado, de viviendas precarias entre basurales, zanjones, calles de tierra y sin mejoras. Este último, como no podía ser de otra manera, está al oeste de la jurisdicción. La inseguridad es el problema en común que tiene la gente de estos dos sectores. En definitiva, todos los vecinos del barrio. Es que los robos y asaltos son moneda corriente, y nadie está exento. “El accionar policial deja mucho que desear. No hay policía comunitaria, táctica... nada. Aparecen cuando pasó algo, y si aparecen... En este barrio hay vendedores de droga, que la misma policía y autoridades conocen y sin embargo nadie hace nada. Mientras eso siga siendo así no creo que las cosas mejoren”, dijo un vecino.
Para saber (*)