Miércoles Santo. Ese día, en el absoluto anonimato ya que la actividad no fue difundida, el propio arzobispo de Santa Fe caminó las calles del barrio para participar de un vía crucis.
Esta jurisdicción carga con el peso de ser norte y oeste a la vez. El progreso es tan lento que pasa inadvertido. Su gente está resignada, preocupada en el día a día y no tanto en el mañana.
Miércoles Santo. Ese día, en el absoluto anonimato ya que la actividad no fue difundida, el propio arzobispo de Santa Fe caminó las calles del barrio para participar de un vía crucis.
En lo más al norte y en lo más oeste de la ciudad se ubica San Agustín, uno de los barrios más postergados en cuanto a obras y progreso; en cuanto a todo, bah... Allí no ingresa ninguna línea de colectivo y los juegos de los chicos se limitan a las posibilidades que les brinda la calle. Pero su gente, quizás por las décadas que lleva haciendo reclamos en vano, no se queja; se muestra resignada a vivir así, a vivir en un barrio que está en las manos de Dios hace tiempo.
A lo lejos, un centenar de personas en el medio de la calle llamó la atención del equipo de Crónicas de Barrio. Guardapolvos blancos hicieron presumir que se trataba de una actividad escolar, lo que en pocos minutos se confirmó. Los alumnos, maestros y padres de las dos escuelas católicas que hay en San Agustín —la Santa Mónica y la San Luis Gonzaga— habían salido a las calles para hacer un vía crucis.
Una cruz en alto llevada por un chico era el inicio de una procesión de cien metros. Un paso atrás, lo seguía la máxima autoridad de la Iglesia santafesina, monseñor Arancedo. Todos iban camino a la séptima estación, cuando “Jesús cae por segunda vez con su cruz”.
Apenas pasó la procesión, la dueña de casa desarmó lo que había preparado como estación y continuó con sus quehaceres. A diario prepara empanadas que luego vende a la gente del barrio a 35 pesos la docena. Ese día, por tratarse de un Miércoles Santo, sólo eran de pescado.
“Estoy contenta. El arzobispo bendijo mi casa”, dijo Elena Lezcano. Eso, al parecer, fue lo que más le atrajo de ser parte de una de las estaciones del vía crucis.
Aunque tenía que preparar diez docenas de empanadas, se permitió charlar un ratito y contar cómo es el barrio. Dijo que la mayoría trabaja en el mercado de frutas y verduras —localizado frente a la jurisdicción, cruzando la avenida Teniente Loza— y otros viven el día a día. Ella forma parte del último grupo. Entre otras cosas, contó que no hace mucho tuvo que malvender una computadora de una hija para poder alimentar a su familia.
Elena y otros vecinos consideran que sobre San Agustín existe el estigma de barrio peligroso. No lo niegan, pero al mismo tiempo dicen que “no es tan así”, que cada tanto ocurren hechos de sangre pero “ocasionados por jóvenes que vienen de afuera”. Al respecto, varios frentes de viviendas están pintados con la cara de adolescentes que murieron en las calles de San Agustín. Aparentemente, es a modo de homenaje, ya que “pensar en que se haga justicia por la muerte de un chico de un barrio periférico es una utopía”.
La recorrida por San Agustín terminó con un sabor amargo y con la certeza de que la cruz que carga el barrio es ser norte y oeste al mismo tiempo. En esa certeza, también, la explicación de por qué los vecinos se adaptaron a vivir en un barrio que sólo está en las manos de Dios.
Al mercado. La mayoría de la población adulta de San Agustín trabaja en el Mercado Concentrador de Frutas y Verduras. La minoría hace changas y se dedica al cirujeo.
No entran colectivos. Los vecinos de la jurisdicción deben ir a la parada de la Línea 15, ubicada en Teniente Loza y F. F. de Aroca —jurisdicción de Yapeyú—, para utilizar el transporte urbano de pasajeros.
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