Por Fabiana García.
Los Juegos Olímpicos son una experiencia fascinante e inigualable. Río de Janeiro 2016 fue una fiesta multitudinaria, Tokio el contraste absoluto.
Por Fabiana García.
En la cabeza de muchos está Río de Janeiro 2016. Fuimos muchos los que disfrutamos de esa fiesta por la cercanía que significó tener por primera vez en la historia los Juegos Olímpicos en Sudamérica. Afortunada decisión de periodistas y todos los argentinos que no quisieron perderse la oportunidad. Nadie obviamente imaginaba, que los próximos no serían igual, que tan universales como los Juegos es la Pandemia, que se tendría que usar barbijo, que periodistas y deportistas pasan por aislamiento y restricciones y lo más distintivo, sin el calor ni el color del público.
Nada de lo que recuerdo de Río 2016, es admisible en estos tiempos. Los Juegos de Brasil fueron una fiesta, a pesar de lo difícil que es hacer todo por esta región, los cariocas tenían lo indispensable un paisaje maravilloso que se colmó de turistas del mundo y una tradición ligada al carnaval.
Fueron miles de argentinos con la celeste y blanca y aunque en los primeros días, se produjeron los roces habituales del conocido “decime que se siente tener en casa a tu papá”, tras cinco días todos andaban abrazados, disfrutando de las playas, de estar tan en contacto con el mundo y de ver en vivo a las estrellas del deporte.
En Río 2016 todo era un impacto, sino hubiera estado no podría describirlo, pero familias enteras de todos los países del mundo van a los Juegos, identificándose con sus colores, sus equipos, sus deportes.
Ahí estuvimos los argentinos, con menos millas, pero fueron muchos los que planificaron estar, alquilar departamentos y vivir los Juegos.
El subte era convivir en el mundo, apretados como nunca, con periodistas y voluntarios y los cariocas que siempre fueron muy buenos anfitriones. Otro impacto es el Centro de Prensa de los Juegos Olímpicos , una ciudad aparte que tenía todo y donde se vive de día y de noche.
De esos días recuerdo los argentinos en las tribunas, preguntar de donde eran, sacarnos fotos, hablar de la vida cotidiana que eran los Juegos. Por 16 días, varios Argentinos vivimos en Río.
Uno de los recuerdos significativos fue cuando corrió Usain Bolt, quien no iría a ver a Bolt. Los periodistas no podíamos salir del estadio, bajamos en fila india por metros de escaleras. Tardamos por lo menos dos horas en salir, los colectivos nos llevaron a Copacabana. El estadio de beach vóley estaba ahí y aunque eran las dos de la mañana había actividad. Pude pasear por la Villa Olímpica, estar en el sector internacional y ver cruzar a Phelps. Interactuar con periodistas de todo el mundo. Esperar que venga un deportista argentino y abalanzarnos para hacer notas.
Nada de eso existe hoy.
Juegos Olímpicos: fotos que fascinan
Los periodistas que llegaron tuvieron que estar cuatro días en aislamiento antes de poder tomar contacto con la civilización.
Las calles de la Villa Olímpica están desiertas, todos tienen horario para trasladarse. Hay burbujas para cada delegación y deporte. Así hay varios deportistas que no están en la Villa, pero con las mismas restricciones.
Los periodistas también están en burbuja. Tuvieron que alojarse en hoteles oficiales, no alquilar otros lugares. Solo pueden salir en el transporte de prensa, hay que agendar a donde se va ir , los aforos son estrictos, no se puede salir a “pasear” por la ciudad, solo circular en el sector de los hoteles. Por lo moderna y ordenada que es la ciudad de Tokio, abundan los minisupermercados y todos pueden adquirir lo necesario.
En la sala de prensa todos están divididos con acrílico, los japoneses son súper amables pero no abunda el marketing , quizás por el estilo japonés que no libera tantas pasiones.
De Río a Tokio, un abismo…una Pandemia.