Miércoles 1.6.2022
/Última actualización 22:03
El equipo dio cátedra en la Catedral. El segundo tiempo de Argentina fue formidable, literalmente pasó por encima a Italia, la borró de la cancha y la humilló, futbolísticamente hablando, en una demostración soberbia de fútbol y goles que invita a soñar.
“Que empiece mañana mismo el Mundial”, debe ser la frase que pasea por el pensamiento de todos los argentinos, mientras todavía seguimos deslumbrados con lo que ocurrió en Wembley, justamente en la Catedral del fútbol.
Paradojas del destino. Lionel Messi levantó dos copas con la selección mayor y fueron en los escenarios en los que cada uno de los 47 millones y pico de argentinos quisiéramos hacerlo: en el Maracaná y en este Wembley desbordado de argentinos y de fútbol.
Argentina dominó de principio a fin el partido. Notable lo de Lautaro Martínez. Su fortaleza física ante rivales acostumbrados a jugar en el cuerpo a cuerpo, fue tan superior que no lo podían mover. Como a Messi. Y si no, hay que fijarse en las jugadas de los dos primeros goles. Lo que hace Messi cuando se da vuelta y arranca para luego meter el pase al medio para Lautaro. Y lo que Lautaro hace cuando recibe el envío largo de “Dibu” Martínez, defiende la pelota con su cuerpo, encara y le mete una habilitación extraordinaria al otro gran protagonista que tuvo el partido, que fue este Di María que parece empecinado en “engañar” a todos, porque por un lado dice que luego del Mundial dejará la selección, pero resulta que cada día juega mejor.
¡Cuánto significó el logro del año pasado! La mochila que se sacaron de encima varios de estos jugadores ha sido muy grande. Y lo bueno, es que se ponen la camiseta de la selección y ahora ya no les pesa. Ni a los “viejos” ni a los nuevos. Se nota que hay frescura, diversión y una mezcla de relajamiento, voracidad, hambre de gloria y deseos de quedar en la historia, que conmueve e invita a soñar.
Messi jugó un partido sensacional. Le faltó el gol, pero no importa. Donnaruma lo conoce lo suficiente para haber evitado, por ejemplo, ese remate de zurda que quiso colocar junto a su palo derecho. Pero participó en dos de los tres goles, aunque, insisto, frente a semejante actuación no hace falta que convierta. Verlo correr rivales, marcar, arrojarse al piso, aguantarse un par de patadas, moverse por todo el frente de ataque con inteligencia, saber cuándo había que acelerar y cuándo se imponía el toque corto y hacia atrás o a los costados y sacarse marcas de encima como en los mejores tiempos del Barcelona, es algo que regocija y entusiasma.
Había que verlo a este equipo frente a un europeo de primer nivel. Italia lo es, más allá de que su ausencia en el Mundial indique otra cosa. En definitiva, casi al mismo tiempo que se quedaba afuera del Mundial era el campeón de Europa. El desafío tuvo un resultado descollante, no sólo por el marcador en sí, sino por la producción futbolística del equipo. Evidentemente, jugar en Sudamérica tiene sus complejidades que no es este, precisamente, el momento de enumerar y analizar.
Obvio que hay selecciones mejores y más poderosas que Italia. Pero esta actuación de Argentina abre los ojos del resto, aún faltando todavía más de cinco meses y medio para el Mundial. Nos llenamos de un fútbol ofensivo, alegre y eficaz. Poner los pies sobre la tierra es un deber, entusiasmarse es inevitable.