No tratemos de entenderlo porque, en rigor de verdad, no tiene una explicación racional que no sea la de aceptar que este país respira fútbol hasta las entrañas. Es cierto también, que no todos los que uno ve con las camisetas celeste y blanca son argentinos. Como también es cierto que se han visto muchos argentinos que, en cuanto a su residencia, han dejado de serlo desde hace muchos años, porque viven en Estados Unidos y echaron raíces en este país hace mucho tiempo.
Si el fútbol realmente es importante para los argentinos, estas alegrías, por momentáneas y volátiles que sean, nos apartan un poco de los problemas y las tristezas cotidianas. En el fondo, reir, gritar, llorar de emoción y alegrarse, por más que sea un efímero éxito deportivo, no está para nada mal.
Alguna vez, Arrigo Sacchi, el famoso entrenador italiano, dijo que “el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes”. Bien dicho. Sacchi tiene razón. Hay cosas mucho más trascendentes que un juego. La gente tiene otras preocupaciones, por más que el fútbol esté tan ligado a lo emocional, a lo sentimental y también provoque buenos y malos humores de acuerdo al resultado de cada partido o fin de semana.
La locura de los hinchas en Miami. Crédito: Nathan Ray Seebeck-USA TODAY Sports
De a poco y sin darnos cuenta, estamos naturalizando algo que antes no se daba. Esta selección y Messi. O mejor dicho, Messi y esta selección, han revolucionado a los argentinos. Nos tienen obnubilados, absorbidos y extasiados. Este equipo sólo ha perdido dos partidos desde el 2019 a esta parte. Primero fueron los 36 partidos del invicto histórico que se terminó en el Mundial ante Arabia Saudita. Y luego, el muy buen y merecido triunfo de la Uruguay de Bielsa en la cancha de Boca. Y punto. Todo lo demás ha sido éxito, alegría, festejo y gloria.
Todos quisiéramos que al país le vaya bien en otros aspectos y no sólo en el fútbol, más allá de entender y aceptar lo que el fútbol es y genera para los argentinos. Pero el fútbol no le dará de comer ni tampoco trabajo y un sueldo digno a la gente. Muchos de los que acá en Estados Unidos rompieron estadios en Atlanta, New Jersey y Miami. Y seguramente ocurrirá lo mismo en Houston, máxime ahora que los mexicanos se quedaron afuera y el rival será Ecuador.
Varias veces lo dije y creo que vale la pena repetirlo: Argentina es campeón del mundo adentro de la cancha y también afuera. El contagio es mutuo. Pero también soy consciente, como todos los que venimos de la Argentina y nos toca hablar con quiénes se emocionan y llevan con orgullo la camiseta celeste y blanca, que los que se han ido pueden extrañar, emocionarse con el recuerdo de sus seres queridos que se quedaron, pero que acá se vinieron porque sufrieron la inseguridad, porque no tenían o se quedaron sin trabajo y porque vieron que el futuro no era posible en un país con semejante inestabilidad.
“Me vine porque quería crecer en lo personal, pero también me vine porque si yo estoy bien, puedo ayudar a mi familia”, confiaba Estela, una santafesina que hace tiempo que vive en Miami y que claramente no tiene intenciones de volver, por más que disfrute en cada visita de esas cosas latinas que nos hacen diferentes y no tan fríos o distantes como en otras partes del mundo.
Pero volvamos a esto que se genera a través del fútbol. Qatar fue la plena demostración, acentuada por un Mundial en el que los europeos hicieron claramente un complot y todo quedó reducido a esa alegría contagiante que transmitimos los argentinos. Eso, sumado a Messi y su popularidad sin límites ni fronteras, puso a Argentina al frente de las preferencias y los gestos de asombro. Mostramos una cara que no condice con las frustraciones, los desvelos, las carencias, necesidades (algunas de ellas al grado de lo extremo) y limitaciones en las que vivimos a diario.
La locura de los hinchas en Miami. Crédito: Nathan Ray Seebeck-USA TODAY Sports
Rueda la pelota, está Messi y ahí aparece esta fiebre y marea argentina que hasta rompe taquillas y asegura el éxito de los torneos. No se visualizan movimientos tan populares y estremecedores como el argentino. Los banderazos sorprenden; y en los estadios, se gana adentro de la cancha y también afuera.
Ojalá el fútbol pudiera servir para algo más y no sólo para una alegría momentánea. Mientras tanto, esta revolución social que ha causado el título del mundo y Messi, convierten a nuestro país en una potencia. Somos del Primer Mundo futbolero, pero estamos en el subdesarrollo como país. Paradójico pero real. Y digno de un análisis sociológico que nos permita descubrir más razones por las que los argentinos nos queremos tanto, trabajamos mucho, nos esforzamos y vamos caminando codo a codo y para el mismo lado cuando se trata de apoyar a la selección para un logro que apenas es deportivo, pero que, como país, no nos agrega demasiado por tantos sinsabores que nos agobian a diario.