Argentina fue un concierto de fútbol y toques al que le faltaron más goles
Fue un gran partido de la selección, dominó a voluntad, brilló en el período inicial, luego entró Messi y metió dos tiros en los postes y el rendimiento individual y colectivo sirvió para marcar una superioridad que no se estableció en el 1 a 0 que quedó muy corto.
Nicolás Otamendi con un golazo de volea, a los 3 minutos del primer tiempo, le dio el triunfo al campeón del mundo. Crédito: Reuters/Agustin Marcarian
Fue un concierto de la selección. Arrancó el partido con un golazo de Otamendi (una de las grandes figuras), empalmando como venía un córner desde la izquierda y dándole tranquilidad a la selección cuando el partido ni siquiera tenía tres minutos de vida. Esto marcó una pauta muy clara que lo diferenció de aquél primer partido con Ecuador: frente a un rival que iba a salir con un esquema defensivo, no hubo que esperar tanto para que llegue la tranquilidad del gol que abriera ese esquema y lo obligara, al rival, a un cambio de actitud.
Paraguay no pudo armarse nunca, porque lo de Argentina fue notable en ese primer tiempo. ¿En qué falló?, en no convertir más goles. El palo salvó a Coronel con un remate de De Paul, el arquero le tapó un cabezazo a Nicolás González, que hizo un muy buen primer tiempo pero no estuvo preciso para llegar al gol. Así fue todo, con una Argentina dominante, segura, precisa, soberbia y solvente por donde se la mire.
Otro tema para contabilizar y analizar: el funcionamiento de los dos “9”. ¿Se acuerdan cuánto se habló, se discutió y polemizó cuando Argentina tenía dos extraordinarios centrodelanteros (Batistuta y Crespo)?. Esta decisión de Scaloni de poner a Lautaro Martínez y a Julián Alvarez juntos echó por tierra toda esa “mala onda” que giraba alrededor de la conveniencia de jugar con dos jugadores que tienen alma de centrodelanteros. Se complementaron, se abastecieron mutuamente y casi llegan al gol en una jugada compartida por ambos.
La mayor jerarquía de la selección hizo que el partido se jugara casi todo el tiempo en el terreno paraguayo y siendo propiedad, la pelota, del equipo de Scaloni. Con MacAllister parado por el centro, intercambiando la posición con Enzo Fernández, que se volcó por izquierda y con De Paul muy activo y jugando un muy buen primer tiempo, como el resto de sus compañeros.
Sólo cinco minutos pasaron desde el arranque del complemento, para que el Monumental explote porque Lionel Messi ingresó en reemplazo de un Julián Alvarez que hizo un muy buen primer tiempo, como el del resto del equipo. Paradójicamente, mientras todo el estadio estallaba porque entraba Messi, Paraguay tuvo inesperadamente una situación clarísima: quedó solo Ramón Sosa (el más peligroso) y su remate fue tapado por el Dibu Martínez.
El momento del cambio entre Messi y Julián Álvarez. Crédito: Reuters/Agustin Marcarian
Argentina siguió mandando en forma exagerada. El único problema era que el resultado seguía siendo muy mezquino. Argentina gobernaba el trámite, tenía la pelota y cuando la perdía trabajaba muy bien sobre la misma pérdida de la pelota. Los paraguayos no sabían qué hacer, porque si abandonaban la postura defensiva y a la espera, por otra más ambiciosa, seguramente podían sufrir mucho más y brindarle a la Argentina la posibilidad de hacer lo que debía y merecía: ampliar la ventaja.
Después que Dibu Martínez se convirtió en record con mayor cantidad de minutos sin que le conviertan goles (lo tenía Burgos), Messi hizo de las suyas: un córner desde la derecha se estrelló en el travesaño de un Coronel que milagrosamente mantenía el resultado sólo por la mínima diferencia en su contra.
El “ole, ole” que bajaba de las tribunas y las palmas rojas de tanto aplaudir, fue la gran demostración de la notable superioridad que tuvo la selección de Scaloni sobre este equipo de Garnero que no pudo emparejar nunca el trámite del encuentro durante 90 minutos que fueron absolutamente favorables.
Dibu Martínez se convirtió en record con mayor cantidad de minutos sin que le conviertan goles. Crédito: Reuters/Agustin Marcarian
Quedó para el final otro mano a mano de Nicolás González que rozó en un defensor paraguayo y se fue al córner. Pudo ser el segundo, como para darle un baño de realidad al resultado, pero también para ser justo con el rendimiento –muy bueno- de González.
Pero la frutillita del postre tampoco se pudo colocar cuando Messi estrelló un tiro libre en el poste derecho de Coronel que se había quedado parado y “rezando” para que esa pelota no ingrese en su arco. Hubiese sido el final feliz para esta película de una selección que brilló y a la que sólo se le puede achacar que no haya marcado, en el resultado, la exagerada diferencia que impuso en el trámite sobre su rival.
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