“Me enseñó a jugar al fútbol, pero al igual que mis padres biológicos, también me enseñó a vivir”, sentencia indiscutida de la admiración del santafesino por el hombre que ha dejado una huella imborrable en el fútbol argentino.
“La pelota es sólo un medio para alcanzar un fin y no es lo importante: es lo que uno hace con la pelota lo que define el juego, lo bien que se juega y quién gana o pierde. De hecho, un buen jugador no tiene ideas rígidas sobre cómo manejar la pelota, cuando o a quién pasarla, y otros aspectos del juego. Los mejores jugadores son los que despliegan fantasía (creatividad), los que son imaginativos en lo que hacen en el campo, y los que encuentran maneras nuevas de volver a su favor las situaciones difíciles, convirtiendo los obstáculos en el camino, para parafrasear a MARCO AURELIO. Más aún, la marca de un jugador admirable no es que gane partidos, sino quién juega lo mejor que sabe sin importar el resultado final que, al fin y al cabo, no está bajo su control.” (“CÓMO SER UN ESTOICO” – MASSINO PIGLIUCCI).
Es domingo a por la tarde en Quito (Ecuador), ciudad a la que había arribado un par de horas atrás para desarrollar mis actividades como instructor de FIFA, cuando leí en mi móvil una de las noticias más tristes de mi vida; “César se había caído del alma, se había marchado para el silencio…”.
No hay nada que pueda decir de él que ya no se haya dicho o escrito, sólo me resta por expresar lo que él representó para mí. Él me enseñó a jugar al fútbol y, junto con mis padres biológicos, también me enseñó a vivir, porque me transmitió valores, principios e ideales que defendí, defiendo y defenderé por siempre.
Recuerdo algo que lo pinta de cuerpo entero; en el debut con la selección juvenil en el Sudamericano de Uruguay (clasificatorio para el Mundial que luego obtendríamos en Japón, en 1979) habíamos ganado por goleada y, como todo jovencito, cantábamos, bailábamos y gritábamos locos de alegría en el vestuario ni bien terminó el encuentro. En un momento, César ingresa y poniéndose el dedo en sus labios - pidiendo silencio con ese gesto - nos dice: “Festejen en silencio, aquí al lado hay chicos como ustedes que están tristes y amargados por esta desilusión, aprendamos a ser respetuosos con la derrota de los demás…”.
Esta anécdota deja bien en claro que su labor de educador siempre estuvo por encima de su rol de entrenador, algo que, de por sí sólo, lo ubica en el olimpo de los entrenadores de la historia del “glorioso y querido fútbol argentino”, como le gustaba decir a él.
Como dijo Silvio Rodríguez; “Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”, y a César se le fue la vida en esa noble labor, la de hacernos saber a todos sus jugadores, que en fútbol, en nombre de la eficacia, no se puede despreciar a la belleza. He señalado desde hace muchos años, que esa Selección Juvenil campeona del mundo en Japón 1979 no jugó como pudo, jugó como quiso, equipo aquel que formó, diseñó y entrenó este “Quijote de las canchas” como muy bien lo definió Jorge Valdano.
Los entrenadores de las dos últimas “revoluciones futbolísticas” a nivel mundial, el Milán de Arrigo Sacchi y el Barcelona de “Pep” Guardiola, han expresado que muchas de sus ideas se sustentaron en las de Menotti, de aquí la magnitud de la figura de César como referente a nivel mundial.
César fue para mí siempre un ejemplo a seguir, pero nunca quise ser Menotti, él fue tan él mismo que me provocó todas ganas de ser yo mismo, porque así es como vemos a las personas que realmente nos inspiran. Y en ese sentido, César fue mi mejor inspiración.
Hace unos años atrás me otorgó la mayor de las distinciones, el mejor de los premios, el más alto reconocimiento que me pudiera dar, me nombró uno de los directores de su Escuela, donde guardamos, custodiamos y expandimos su legado para todas las generaciones actuales y futuras.
Desde mi habitación del hotel veo la hermosa ciudad de Quito mientras redacto esto y aún no lo puedo creer, porque yo pensaba que él era “inmortal”, y ahora estando tan lejos y con todo lo que leo y escucho de él por su partida, reflexiono con el permiso de tanta tristeza, que al final no estaba equivocado con aquello que pensaba.
No obstante, no me puedo resignar a que se haya ido y no me pudiera despedir de él, no por nada en especial, solamente porque me hubiera gustado tanto que me pusiera la palma de su mano en mi mejilla, con su sonrisa paternal y yo le pudiera decir de frente, como a él le gustaba – y que también me dejó como enseñanza de vida - un simple y sencillo: “GRACIAS CÉSAR…”.
(x) Campeón mundial juvenil en Japón '79 y uno de los directores de la escuela de entrenadores de César Luis Menotti.
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