La prohibición para las hinchadas visitantes modificó algunas costumbres en los últimos años en Argentina. Los clásicos de Rosario, el partido más pasional del país y uno de los más emotivos del mundo, ya no cuenta con las dos hinchadas. Mientras en Arroyito todo fue azul y amarillo de pies a cabeza, en la zona de la avenida Pellegrini sólo se vieron los colores rojo y negro. La fiesta se quedó en el barrio Lisandro de la Torre con la mente de todos los canallas recordando el cabezazo certero del juvenil de 18 años Alejo Veliz, nacido en Bernardo de Irigoyen, frente a otro juvenil de 18, Franco Herrera, de Bandera, en la vecina Santiago del Estero.
La multitud canalla sufrió y festejó en el Gigante, mientras los leprosos se dispersaron por toda la ciudad, aunque algunos se nuclearon en los bares de Pellegrini. En especial el de Paraguay y la avenida con el nombre del ex presidente nacional. Allí se vivió un clima bien de cancha, aunque sin la cantidad de leprosos que solía haber en otras ocasiones en las cuales los de Newell’s sólo podían ver el derby por TV.
Mirá tambiénRosario Central recibe a Newell's en el Gigante de Arroyito por la Liga ProfesionalEl típico puesto de gorros, banderas y vinchas (este jueves no había) se apostó frente al bar de esa ochava. La camiseta rojinegra para adulto más barata se vendió a 2.500 pesos y la más cara, la réplica de la vieja de 1993, a 4.000. Algunos se acercaron a comprar casacas. En especial, un grupo de chicos que vestidos con buzos iguales parecían formar parte de una delegación deportiva extranjera. Tampoco faltaron las pipas. Las semillitas de girasol son un clásico para consumir en el estadio e ir desgranando en esa búsqueda incesante de muchos hinchas de calmar los nervios.
El bar lució colmado de hinchas leprosos adentro y afuera. Como el otro de Presidente Roca y Pellegrini. Aunque en el primero se palpó lo más parecido a un estadio de fútbol. Porque no faltaron los cánticos, las camisetas distintivas, los buzos, los pantalones rojinegros. Tampoco algunas cervezas, algo legalmente prohibido de consumir en la vía pública, aunque fueran las 4 de la tarde. Por las dudas, un par de mujeres policías se entremezclaron con los hinchas más fervorosos que cantaron, insultaron, alentaron como si estuviesen en el mismo Gigante o en el Marcelo Bielsa. Sólo que esta vez ni el árbitro ni los jugadores podían escuchar sus gritos.
Antes del comienzo se pudo ver al propio Pijuí, personaje mítico vendedor de golosinas y otros productos durante décadas en el estadio de Newell’s, entremezclarse con el grupo de hinchas leprosos. Para quienes no conocen al Pijuí habría que describirlo como un señor ya grande, bajito y con unos lentes gruesos que son su rasgo distintivo. Lleva décadas trabajando en los partidos de La Lepra en el Parque Independencia. Quizás es la única persona que se ha podido ver en cada oportunidad en el estadio leproso desde hace unos 40 años. Esta vez optó por meterse en lo más cercano a la hinchada rojinegra que pudo encontrar.
El partido comenzó y las emociones aflojaron. Como en el tiro en el palo de Pablo Pérez del primer tiempo. Newell’s dominó por momentos y pudo haber abierto el marcador. Pero llegó el gol canalla y aparecieron los lamentos. Y los insultos de algunos. Típico comportamiento de cancha. Aunque al poco tiempo renació el aliento para los visitantes en el estadio de Rosario Central.
La segunda parte fue luchada, cortada, emotiva, pero mal jugada. Y el público rojinegro en aquella esquina siguió alentando. Hasta el final. Cuando aparecieron los gestos de resignación, frustración y tristeza propios de aquellos que sienten los colores.
La alegría esta vez, al contrario del clásico anterior, se quedó en Arroyito. El sinsabor en esta oportunidad transitó los caminos de la avenida Pellegrini. El dolor de perder el clásico se podrá borrar en la próxima vez en que se vuelvan a enfrentar.
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