De los picados en los potreros del barrio a construir un futuro en el primer mundo
Uno, Luis, con la camiseta de Unión; el otro, Gabriel, con la de Colón. Viven lejos uno del otro, están separados por la pasión pero unidos por el sentimiento argentino y santafesino. Se dieron un abrazo en Nueva Jersey.
De los picados en los potreros del barrio a construir un futuro en el primer mundo
Son dos muchachos de barrio. Como a cualquier chico de su edad y en aquellos tiempos, la diversión pasaba por jugar a la pelota y disfrutar de esos potreros (“campitos”, le decíamos) que lamentablemente ya están en extinción. Luis Nuñez nació en Pompeya y fue a Don Bosco. En ese entonces, toda esa zona era de quintas y baldíos, todavía no estaban Las Flores II y Peñaloza. Gabriel Scheffer tuvo su origen en Santa Rosa de Lima y no se cansa de destacar el esfuerzo de sus padres por darle una buena educación, a él y a sus hermanos.
Los dos dejaron Santa Fe con mucha melancolía, pero con la frente bien alta y buscando un mejor futuro. Son “súper futboleros”. Luis es fanático de Unión; Gabriel, fanático de Colón. Luis dice que “Santa Fe es la ciudad más linda del mundo”… ¡Y eso que vive en Nueva York! Gabriel está siempre pendiente de lo que pasa en Santa Fe, hace ya diez años que se vino a este país escapando de la inseguridad y cansado de sufrir robos en su casa, pero la tierra en que nació le “tira”, vive pendiente de Colón y alquiló un auto (parecía una limusina) para viajar con su hermano, otros familiares y amigos, a Nueva Jersey para alentar a la selección contra Canadá. Hicieron en total más de 3.500 kilómetros, se turnaron para manejar, pasearon por Washington en el camino de regreso y ahora ya está planificando el viaje a Miami, aunque él vive en Tampa y desandar los 450 kilómetros que separan ambas ciudades, es un “paseito” para Gabriel y su esposa Verónica.
Gaby estuvo también en Houston, para el encuentro con Ecuador, aunque allí al viaje lo hizo en avión. Y naturalmente en Miami, que es lo más cercano que tiene en la inmensa geografía de este país. Luis juntó hinchas de Unión y de Colón con una previa “multitudinaria” y bien santafesina, donde abundaron recuerdos, anécdotas, comidas y bebidas, obviamente, como pasó con todos los argentinos que armaron desde muy temprano su lugar de refugio en las afueras del estadio para escaparse un poco del sol y el calor… Bien hidratados, por supuesto.
Luis es entrenador de fútbol, más allá de su trabajo habitual desde que llegó hace muchos años a Estados Unidos. “Yo sé que voy a terminar mis días en Santa Fe, en algún momento volveré a vivir en mi ciudad”, dice con nostalgia y melancolía, más allá de ser consciente de haber alcanzado un nivel de vida y de tranquilidad que en Argentina cuesta mucho lograr. Gabriel, por el momento, no piensa en lo mismo. Ya le contó a El Litoral que llegó con 1.000 dólares en el bolsillo, rápidamente encontró trabajo, hizo literalmente de todo (uno de sus primeros trabajos fue el cuidado de perros en un establecimiento por la noche), aprendió a hacer de todo y de a poco se fue forjando un bienestar que hoy le permite vivir bien. “En este país, al que trabaja le va bien. Y trabajo hay”, señala.
Historias de éstas se repiten a menudo, pero todas con un común denominador: la nostalgia y el apego a los afectos y a los orígenes. Luis nunca olvidará aquellas tardes de fútbol en los baldíos de Pompeya, como tampoco Gabriel de sus orígenes en Santa Rosa de Lima. Hoy, el Primer Mundo los tiene insertos, aunque ellos nunca dejarán de ser bien santafesinos.