El jueves 25 de julio de 2013, a pocos meses de haber iniciado su mandato, el Papa Francisco le hablaba a una multitud de jóvenes reunidos en Brasil en ocasión de la histórica Jornada Mundial de la Juventud. Su frase fue “hagan lío...”. Esa misma frase, menos de un año después, fue utilizada como identificación de nuestra selección para el Mundial de 2014 y hasta se la usó comercialmente, haciendo “jugar” aquél término del Papa con el apócope del nombre de Messi. Lionel Messi es “Lio” Messi, o “Leo” para los españoles y para su familia. Y si aquella frase vino de su Santidad, máxime siendo argentino, todavía mucho más sentido se le pudo encontrar.
El motivo de estas líneas no es para marcar alguna diferencia en cuanto a la manera de llamar a Messi, sino para reavivar aquéllo de hace 8 años atrás, justamente en el mismo país y pensando en que otra vez estamos cerca de ganar algo, cuestión casi de “estado” y obligación en esta Argentina tan futbolera en la que todavía estamos recordándonos a cada instante que el último título a nivel de selecciones mayores, fue en 1993.
Y lo bueno de todo esto es que “Lio” Messi está haciendo un gran lío en las pésimas canchas brasileñas. Figura estelar en casi todos los partidos, “enchufado” al máximo, autor de cuatro goles en cinco partidos y otras tantas asistencias, más capitán que nunca, feliz, entusiasmado y cómodo en un equipo en el que todos lo siguen sin crearle una dependencia extrema, y se nota que eso, a él, le gusta.
Argentina no es todavía un gran equipo. Sigue dando una imagen de cosa partida, desequilibrada entre lo bueno que produce del medio hacia arriba y su capacidad de gol, con lo permeable e inestable que se lo nota al momento de defenderse. Hay un buen arquero, pero falta esa solidez que se torna necesaria en un equipo que cuenta con mucha gente capacitada para pensar más en el arco rival o en la generación de fútbol, que en la recuperación de la pelota y la defensa del arco propio.
En ese contexto aparece Messi como factor desequilibrante absoluto. Es la gran figura de esta Copa y se lo nota hasta más fuerte emocionalmente, algo que quizás siempre tuvo pero que nunca lo demostró de la manera en que lo hace ahora. Algo imprescindible para un capitán, más allá de reconocer que los “huevos” de Messi no pasa por gritar, tirarse al piso, pelearse con los rivales, discutirle todo al árbitro o cantar el himno, sino que pasa por jugar. Tan simple como complejo y determinante, sobre todo cuando se trata de un jugador de excepción, el mejor de todos.