“Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí, resucitando…”
“Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí, resucitando…”
Como la cigarra de María Elena Walsh. O como Diego. A un año de su muerte. En realidad, a un año de haberse liberado de ese peso ya insoportable de ser un hombre solo, enfermo, preso de un tormento que ya era insoportable para ese cuerpo cansado, destruido por esa vida plagada de excesos y ya de infelicidad.
“Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal, porque me mató tan mal y seguí cantando…”
A Diego lo mataron y lo dejaron morir. El mismo se entregó también a su propia muerte. Quizás sin afectos genuinos, quizás también sin dejarse ayudar. Fue víctima y victimario. Todo en una sola persona. Todo en sí mismo. Tan famoso como incontrolable. Tan fuerte como débil. Tan contestatario como frágil. Nunca fue fácil ser Maradona. Ni para él ni para los que estuvieron a su alrededor. Los que lo quisieron en serio y también los que se colgaron de esa fama y de su dinero. Su vida tuvo de todo. Gracia y desgracia. Amor y odio. Gloria y ocaso. Todo. Con pocos grises. Viviendo en los extremos y a los barquinazos.
“Tantas veces me borraron, tantas desaparecí. Y a mi propio entierro fui. Sola y llorando…”
Diego fue muy grande para desaparecer de la faz de la tierra. Demasiado. Su nombre está condenado a ser pasado, presente y futuro. Aún muerto, es el mito, la leyenda y el recuerdo que lo hará vivir para siempre. ¿Qué habrá pasado por su cabeza y por su corazón en cada etapa de su vida? Sería bueno saberlo. No tanto entenderlo, porque para eso hay que vivir como Maradona. Y nadie ha vivido ni vivirá como Maradona. Su martirio interno sólo le permitió felicidades efímeras y fugaces. Momentos de éxtasis que se volvían tristeza extrema. A veces sin término medio.
“Tantas veces te mataron, tantas resucitarás, tantas noches pasarás, desesperando…”
Resucitará en cada recuerdo, en cada gambeta, en cada comparación. Será por el Diego más feliz de todos, el de la cancha, el de la pelota, el de los 90 minutos en los que parecía divertirse como cualquier niño en un parque de diversiones, haciendo lo que mejor sabía y que hacía como ninguno. Alguna vez dijo: “¡Qué jugador habría sido yo si no me hubiese drogado!”. Si drogándose fue el mejor, para muchos incomparable, ¿habría existido una categoría superior?
“A la hora del naufragio, y la de la oscuridad, alguien te rescatará, para ir cantando…”
Su luz no se apagará, su memoria y su fútbol jamás morirán, quiénes lo vimos jugar no dejaremos de contarlo hasta el último día de nuestra existencia y dejaremos el legado, a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, que en una villa nació, creció y sobrevivió un genio que cometió el “flagelo” de llenar de felicidad al pueblo y de regar de gloria este suelo.
“Cantando al sol, como la cigarra, después de un año bajo la tierra…”. Inmortal y eterno Diego Armando Maradona.