El que lo cuenta es Diego Armando Maradona, en el libro que escribió junto a Ernesto Cherquis Bialo...
Aquél 22 de junio de 1986, en la siesta del Azteca mexicano, se vio la más maravillosa obra de arte que haya realizado alguien adentro de una cancha y en un Mundial. Así lo contó Diego, en primera persona al colega Ernesto Cherquis Bialo.
El que lo cuenta es Diego Armando Maradona, en el libro que escribió junto a Ernesto Cherquis Bialo...
— Se venía Inglaterra, nada menos. 22 de junio de 1986, otro día que no voy a olvidar mientras viva, nunca… Aquel partido contra los ingleses, peleado, apretado, con el negrito Barnes complicándonos las cosas al final. Y con mis dos goles. ¡Mis dos goles!
— Del segundo recuerdo muchas cosas, muchas… Si lo cuenta algún pariente mío, siempre aparece un inglés más; si lo cuenta Coppola (decía en sorna), Bilardo me había dado la noche libre el día anterior y yo volví para el partido, al mediodía… No, en serio: creo que es el gol soñado. Yo en Fiorito soñaba hacer algún día un gol así en la canchita, con el Estrella Roja, y lo hice en un Mundial, para mi país y en una final.
— Sí, una final, porque nosotros, por todo lo que representaba, jugábamos una final contra Inglaterra. Porque era como ganarle más que nada a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos, antes del partido, que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de las Malvinas, sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos… Y esto era una revancha, era… recuperar algo de las Malvinas. Todos decíamos, en las notas previas, que no había que mezclar las cosas, pero eso era mentira, ¡mentira! No hacíamos otra cosa que pensar en eso, ¡un carajo que iba a ser un partido más!
— Era más que ganar un partido, era más que dejar afuera del Mundial a los ingleses. Nosotros, de alguna manera, hacíamos culpables a los jugadores ingleses de todo lo sucedido, de todo lo que el pueblo argentino había sufrido. Sé que parece una locura, un disparate, pero eso era, de verdad, lo que sentíamos. Era más fuerte que nosotros: estábamos defendiendo nuestra bandera, a los pibes muertos, a los sobrevivientes… Por eso, creo, el gol mío tuvo tanta trascendencia. En realidad, los dos la tuvieron, los dos tuvieron su gustito.
— El segundo fue, como dije, el gol que uno sueña de pibito. Nosotros, en el potrero, cuando hacíamos algo así o parecido, decíamos que lo habíamos mareado al rival, lo habíamos vuelto loco… Fue… no sé, cuando yo vuelvo a verlo, me parece mentira haberlo logrado, en serio. No porque lo haya hecho yo, pero te parece que no se puede hacer un gol así, que lo podrás soñar, pero nunca lo vas a concretar. Ya es un mito, ahora, y por eso se han inventado muchas cosas, como que yo pensé en un consejo de mi hermano, en el momento… No, en el momento, no, pero después sí me di cuenta, algo me habrá venido a la cabeza, porque definí como mi hermano el Turco me había dicho: resulta que poco más de seis años antes, el 13 de mayo del ‘81, durante una gira con el seleccionado mayor, contra Inglaterra, en Wembley, yo había hecho una jugada muy parecida, pero muy parecida y definí tocándola a un costado cuando me salió el arquero. La pelota se fue afuera por esto, por nada, cuando yo ya estaba gritando el gol. Después, el Turco me llamó por teléfono y me dijo: ¡Boludo! no tendrías que haber tocado… Le hubieras amagado, si ya estaba tirado el arquero. Y yo le contesté: ¡Hijo de puta! Vos porque lo estabas mirando por televisión. Pero él me mató: No, Pelu, si vos le amagabas, enganchabas para afuera y definías con derecha, ¿entendés? ¡Siete años tenía el pendejo! Bueno, la cosa es que esta vez definí como mi hermano quería.
— Lo que sí es cierto, y también se cuenta como una leyenda, es que yo lo venía viendo a Valdano, que corría a mi izquierda, abriéndose hacia el segundo palo… La cosa fue así: yo arranqué atrás de la mitad de la cancha, sobre la derecha; la pisé, giré y pasé entre Beardsley y Reid; ahí ya me puse el arco entre ceja y ceja, aunque me faltaban unos metros, todavía… Con un enganche hacia adentro, lo pasé a Butcher, y es a partir de ahí donde me empezó a ayudar Valdano, porque Fenwick, que era el último, ¡no me salía! Lo esperaba a él, lo esperaba para hacer la descarga hacia adentro, que era lo lógico… Si Fenwick me salía, yo se la daba a Valdano y él quedaba solo contra Shilton… Pero Fenwick ¡no me salía! Yo lo encaré, entonces, amagué para adentro y me le fui por afuera, hacia la derecha… ¡Me tiró un guadañazo terrible, Fenwick! Yo seguí y ya lo tenía a Shilton de frente… Estaba en el mismo lugar que en aquella jugada de Wembley, ¡en el mismo lugar! Iba a definir de la misma manera, pero… pero el Barba (Dios) me ayudó, el Barba me hizo acordar… Hice así y Shilton se comió el amague, se lo comió… Entonces llegué al fondo y le hice, tac, adentro… Al mismo tiempo Butcher, el grandote rubio, que me había alcanzado de nuevo, ¡me pegó un patadón! Pero no me importaba nada, nada de nada… Había hecho el gol de mi vida.
— En el vestuario, cuando le dije a Valdano que lo venía mirando, me quiso matar: No te puedo creer, ¿hiciste ese gol y me venías mirando? Me ofendés, viejo, me humillas, no es posible.… Y se acercó el Negro Enrique, que estaba en las duchas, y la remató: Mucho elogio, mucho elogio para él, pero con el pase que le di, si no hacía el gol era para matarlo. ¡Hijo de puta, el Negro! ¡En el área nuestra me había dado el pase!
De aquél día recuerdo a Carlos Santos Mazzoni en el subsuelo del Hostal diciéndome al oido que el primer gol había sido con la mano. Y después, el grito emocionado, los corazones electrizados y ese nacionalismo auténtico, sólido, honesto, pasional, que salta de nuestros pechos cuando cantamos el himno en un estadio de fútbol o cuando juega la selección. Maradona murió creyendo que lo mejor que hizo en su vida fue ese gol a los ingleses. Y yo creo lo mismo. La gloria lo llevó en andas aquélla siesta en el Azteca mexicano. Ese gol quedó allí grabado a fuego, inmortal, latente, pegado para siempre en nuestras memorias y en nuestros corazones. Maradona murió creyendo que lo mejor que hizo en su vida fue ese gol a los ingleses. Nosotros vivimos sabiendo que Maradona tiene razón. Y que su legado fue ese: el golazo de un barrilete cósmico, que vaya a saber uno de qué planeta vino, pero que nació en una villa y desde allí fue el creador del mejor gol que se haya visto en un Mundial. Por los siglos de los siglos.