Progreso recobra su tranquilidad pueblerina. Está triste. Seguirá estando triste. Ya no será lo mismo. Cada momento dará motivos para recordar a Emiliano. Eso es lo bueno dentro de lo malo. Lo lindo dentro del espanto. Está triste el pueblo, están tristes la familia, los amigos, San Francisco, Santa Fe, Nantes, Cardiff, el mundo entero. Emiliano Sala es hoy leyenda, un mártir, un muchachito de barrio que se abrió paso solito y solo y al que una muerte absurda e inentendible lo cortó en lo mejor de su carrera y con toda una vida por delante.
Cuesta mucho entender por qué ocurren las cosas. Mártir es el que muere por defender sus ideales y sus convicciones, pero mártir también es el que padece privaciones y con resignación. Para Emiliano fue la privación de la vida y la resignación de la muerte.
El había luchado como pocos —o como nadie— para ganarse un lugar. “Parece que todo me cuesta el doble y que tengo que estar rindiendo exámenes y pruebas a cada momento”, dijo alguna vez. Inclusive acá, en nuestro país y hasta en su propia tierra chica. A Emiliano Sala, el gran público futbolero argentino no lo conocía, no lo registraba.
Jamás se escuchó su nombre de boca de quiénes tienen la posibilidad, por jerarquía, de imponer a algo o a alguien. Iba en camino de ello. “¿La selección?... Y, soñar no cuesta nada”, me había dicho en aquella entrevista del 3 de setiembre en El Litoral. Y eso parecía, un verdadero sueño, algo inalcanzable a pesar de sus proezas, de su constancia y de sus hazañas metiendo goles en el Nantes.
Hoy, Emiliano Sala, post-mortem, tiene fama mundial y es conocido a la par de Messi. Las cosas de la vida, ésas que resultan inexplicables, al menos para quién esto escribe. Tan inexplicables como una muerte que debería continuar investigándose.
Los por qué abundan y estallan como granadas en la sensibilidad de quién pretende encontrar respuestas lógicas, que no las hay. ¡Claro que no las hay! Empezando por preguntarse cuáles fueron las circunstancias por las que Emiliano subió solo a un avión, apenas en compañía de un solo piloto.
En este mundo del fútbol, desde que son muy chiquitos, los jugadores comienzan a ser invadidos por representantes que ayudan cuando son niños y necesitan asistencia, pero que luego hacen su fuerte negocio personal bajo la consigna —muchas veces muy bien lograda— de defender los intereses de sus representados, o sea de los jugadores.
Si esto es desde que son niños, si esto se repite con cualquier futbolista “medio pelo” que tiene la fortuna de “ligar” una transferencia o una posibilidad de hacer un “contratito” medianamente responsable, ¡mucho más debe ocurrir con un futbolista que acaba de ser transferido en 17 millones de euros!... ¿O no?
Después... En cualquier transferencia, quienes acercan las partes o supuestamente trabajan para que el jugador pueda llegar a una institución (como si este mundo globalizado no permitiese saber quiénes son los que la “rompen”), son los intermediarios. Hay uno que, en teoría, instaló el nombre de Emiliano Sala en varios paises de Europa (porque se llegó a decir que hasta Real Madrid se había fijado en él) para precipitar una transferencia. Ese intermediario, de hecho, debió haber ganado mucho dinero. ¿Su labor terminó en el momento en que se firmó la venta?, ¿es posible que no haya tenido motivos para “cuidar” de cerca a ese jugador que le hacía ganar tanto dinero?
Es muy posible que uno conozca o imagine el 10 por ciento de lo que pasó. O el 1 por ciento si quiere. Pero las dudas que planteó su primo en el funeral, son las dudas que tenemos todos. Aún entendiendo, por allí, cierta ansiedad de Emiliano por hacer lo que debía terminar de hacer en Nantes y estar presente en la primera práctica con el Cardiff, basta con repasar aquél audio enviado a sus amigos en el que revelaba su miedo al estar allí arriba en ese avión que lo llevó derecho a la muerte, para entender que jamás debió haber estado solo en ese momento. Que hay muchas personas y un ambiente muy grande que rodea la vida profesional del jugador de fútbol, que jamás debió permitir que Emiliano viajara de esa manera por más apuro que pueda haber tenido.
Como ya lo escribí, los goles de Emiliano ya están en el cielo. Acá, en la tierra, las preguntas abundan y la resignación de la muerte no debe ser la resignación de saber qué pasó y por qué pasó, a quién se le ocurrió que debía viajar de esa manera, por qué estaba solo, cómo se entiende que no haya tenido compañía alguien por el que hacía unos días se había acordado el pago de 17 millones de euros.
La impresión, que puede resultar equivocada, es que en un mundo superprofesionalizado como el del fútbol y en el que hay muchos que ganan mucho, a Emiliano lo dejaron absurdamente solo. Y eso es lo que no me entra en la cabeza.