La noche del glorioso reencuentro de los héroes de Lusail con el pueblo
Lautaro dejó los goles para otro momento y mostró sus condiciones de “showman” con el micrófono. Una vuelta olímpica ordenada y una multitud que tardó un rato largo en dejar vacío de gente pero lleno de emoción al Monumental.
El festejo argentino tras el gol de Messi. Crédito: Matías Nápoli
A la fiesta la terminaron armando no sólo la gente sino también los jugadores. Ya desde el mediodía, cuando los jugadores salieron de Ezeiza hasta más allá de las 12 de la noche, cuando los micros que trajeron a los jugadores partieron de regreso (algunos lo hicieron de manera particular) hacia el predio de la Afa, fue todo mágico. Ya el hecho de ver cómo las lágrimas del Dibu Martínez le impedían cantar el himno y ese gesto cargado de emoción de Messi, coronado con aplausos hacia los cuatro costados desde los que fluían gritos y llantos por doquier.
El final no pudo ser el mejor. Primero, por el triunfo; después, porque en el cierre del partido llegó el chanfle maestro de Messi para clavar el 2 a 0 y, por último, porque llegó el momento de los reconocimientos y de los discursos, con Messi y Scaloni (muy emocionado) como figuras principales.
Funcionaba todo y no se metía nadie en el campo de juego. Eran ellos, los jugadores, con Sergio Goycochea (el ex arquero subcampeón del mundo en Italia) como “maestro de ceremonias”, algunos dirigentes y los familiares de los jugadores. Daba gusto ver a esos chiquilines (casi ninguno tiene hijos en edad adolescente, todos son niños todavía) disfrutar junto a sus papis campeones del mundo y sentirse ellos también, de alguna manera, protagonistas de una noche que tampoco podrán olvidar fácilmente.
La Konga, un grupo musical con mucho arraigo popular, tenía preparado su show, que fue la compañía de la vuelta olímpica que los futbolistas realizaron, cada uno de ellos con una copa del mundo merecidamente obtenida, en sus manos. Hasta que se volvieron a juntar en el círculo central y echaron mano al cotillón que se había preparado, con bombos, con banderas, con gorros y un micrófono que le acercaron al grupo.
Lionel Scaloni. El DT y su merecida vuelta olímpica. Crédito: Reuters.
Allí surgió un Lautaro Martínez “descontrolado”, que hizo de las delicias de la gente, cantando todos los hits tribuneros, los de ahora y los de antes también. No hubo uno solo que no se haya escuchado. Y hasta la dedicatoria (“un minuto de silencio…”) para franceses y brasileños como destinatarios principales, ya sin Messi pidiendo respeto y cordura como había ocurrido en el 2021 cuando le ganamos a los brasileños en el Maracaná, con aquél gol de “Fideo” Di María (uno de los más ovacionados, sin dudas, después de Messi y junto con el Dibu Martínez).
Nadie se movió por un rato largo de ese lugar que no querían abandonar. ¿Cuánto pagaron?, ¿12.000 los privilegiados en encontrar entradas al precio más barato?, ¿50 o 60.000 pesos los de las plateas?, no importó demasiado. Todo estaba pago y con creces. Y nadie se podrá arrepentir de haber sido uno de los dichosos asistentes a una fiesta que sin dudas será inolvidable.
Estos jugadores tienen todo lo que pueden tener. Tienen dinero (millones y millones), pero tienen algo que no se paga con nada: la gloria y el amor eterno de la gente. Siempre dije que Messi le hubiese restado ceros a su cuenta bancaria, para cambiarla por esta gloria. No necesitó hacerlo. Lo consiguió en el final de su carrera. Con mucho amor por la camiseta, con perseverancia, intentándolo siempre, superando momentos de dolor y desazón como cuando en la noche de New Jersey le dijo un “adiós” que nadie creyó a la selección (ni él) y que duró poquito, apenas un par de meses nada más. Nadie tuvo que convencerlo. El solo dijo: “Acá estoy otra vez y lo seguiré intentando”. Y lo logró.
Argentina campeón del mundo. La noche se fue apagando de a poquito, los ecos quedaron adormecidos para siempre en ese Monumental que se fue vaciando y silenciando. Esos gritos, a partir de ese momento más que nunca gritos del silencio, son los que nos van a acompañar en toda nuestra existencia. Nadie podrá olvidarse de esta noche mágica. Nadie. Ni ellos, que tienen la gloria y el respeto eterno; ni nosotros, fieles testigos de un logro que nos seguirá emocionando. Para siempre.
Thiago Almada, Exequiel Palacios y Ángel Correa. Presente y futuro de la selección. Crédito: Reuters.
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