El Litoral
El padre del jugador de Unión habla por primera vez después del trágico suceso.
El Litoral
Enrique Cruz (h)
La noche que el profe Daniel Córdoba velaba a su pequeño hijo y había quedado casi en soledad, sintió que alguien le apoyaba la mano en el hombro y le decía: “Profe, esto es tiempo, tiempo y resignación”. Era Daniel Passarella, que había pasado por lo mismo. Tiempo y resignación. Lo primero lastima, abre heridas permanentemente y quizás nunca termina de cicatrizarlas; lo segundo sabe a dolor eterno.
Y es un poco lo que le pasa a Gerardo Barisone, el papá de Diego. Aquél llamado en la madrugada del nefasto 28 de julio de este año puso una bisagra definitiva, marcó un antes y un después inapelable en su vida y en la de su familia. Nada volverá a ser como antes, nunca jamás. Florecerán los recuerdos siempre, sobre todo en papá Gerardo, que por tatengue, colaborador incansable, dirigente y, obviamente, padre, acompañaba a Diego a todas partes y era como su sombra.
“Yo lo despertaba, le mandaba mensajes para saber que ya estaba arriba, preparaba el agua para tomar mate. ¿Sabés lo que hacía él?, estaba en el baño o en otra habitación y me mandaba mensajes al celular para que pusiera el agua a hervir. Y estábamos habitación de por medio... Cosas como esas, te puedo contar miles”, y le brillan los ojos a Gerardo, ojos de tristeza, que se ponen rojos enseguida.
—No sé cómo empezar, Gerardo. Imagino que no encontrarás palabras ni definiciones, porque es algo inexplicable, ¿no?
-Es imposible, es algo que desde lo racional no tiene explicación y es un dolor imposible de transmitir y de soportar. no se lo deseo a nadie. A mí me dijo uno de los curas que estuve viendo en todo este tiempo que tenemos cinco dedos y todos los dedos son distintos. Con los hijos pasa lo mismo. Yo a mi hija la quiero un montón y gracias a Dios que la tengo y la amo, pero lo de Diego era especial, es especial. La única forma de explicar lo que siento, es estando en el cuerpo de uno.
—Compartiste muchas cosas con él, vos siendo dirigente, él en la escuelita y en las inferiores. es como que lo viste crecer de cerca en todo aspecto, como hombre y como jugador. Compartías su mismo mundo...
—El perteneció a una de las primeras camadas de la escuelita, cuando se fundó en el 96. Y yo empecé a trabajar por aquél tiempo en el club, estuve en fútbol amateur y profesional y me tocó acompañarlo a Diego a un montón de torneos y partidos. Vivimos cosas lindas y feas, por eso al club no volveré nunca más, como directivo.
—¿Por qué?
—Porque viví cosas muy lindas pero también otras que fueron desagradables y por más que uno haga y colabore, siempre habrá gente que critique. Y no quiero más eso. Dentro de las cosas lindas, por mi trabajo viajo por todas partes y me encuentro con pibes que estuvieron en inferiores y se acuerdan y agradecen. Un día me reía con Marcos Flores, el pibe de Reconquista que llegó a profesional, porque se acordaba de la época en que era amateur y no tenía para comer el fin de semana y yo le iba a comprar comida y se la llevaba. O con el Memo Montero, cuando recordábamos un partido en cancha de Sportivo Guadalupe, de primera de Liga, y jugaban Diego, Nico Bruna, el Memo y el Cuqui Márquez. Esas son las cosas lindas, como el recuerdo que tengo de Roberto Meza, Carlos Lugli, Javier Cancellieri, los técnicos que Diego tuvo en inferiores, como Jorge Mauri, a quién quería muchísimo.
—De quién te hablaba?
—De Jorge Mauri, como te dije, de Nery Pumpido... Nery se portó muy bien con Diego en su momento, y cuando pasó lo que pasó, con nosotros también. Después, el Turco Alí, que lo hizo debutar... Fijáte lo que son las paradojas, el primer partido como profesional contra Defensa y Justicia y el último de su vida, también contra Defensa y Justicia. Y luego, el Bichi Borghi, el mellizo Barros Schelotto, a pesar del poco tiempo.
—Y te deben estar pasando cosas fuertes, ¿no?
—A cada momento. Siempre me levanto temprano y a veces aprovecho para ir al centro a primera hora, para no demorarme porque siempre hay alguien que te para para saludarte. Eran las 7 y media de la mañana y en la peatonal se para un mozo, deja la bandeja y se acerca a saludarme. O la gente de Colón. En el velorio, venía la gente de Colón y me decía al oido, ‘mirá que yo soy del sur’. Y para mí, era indiferente que sea de Unión o de Colón en ese momento. La gente de Colón se portó realmente muy bien. Y lo de Lanús fue y es increíble, de parte de todos, de los jugadores, del cuerpo técnico, de los dirigentes y de la gente. Y con los chicos de Unión también. Un día fui al cementerio, meto la mano en el bolsillo para buscar 5 pesos y darle al que cuida los coches y veo que el tipo pasa por detrás de mi auto y vé una imagen que tengo de Diego; el tipo se persignó, llegó al lado de mi ventanilla y no me quiso aceptar la propina. Cosas así, tengo miles.
—¿Qué imagen se te pasa por la cabeza de ese día?
—Me levanté temprano como siempre y encontré una llamada perdida en el celular, que se estaba cargando, y era de un amigo mío de Coronda. Miro la computadora a las 6 y media, recién levantado y veo en los twitter que había un accidente de un ex jugador de Unión. Lo llamé a mi amigo y no me atendía, pero me avisó un policía. Yo no lo podía creer. La desperté a mi mujer y le dije que algo había pasado con Diego, pero no le conté la verdad. Yo tampoco lo creía. Tuve que apagar la radio cuando íbamos en el auto, me llamaban los amigos y no lo podía creer. Cuando llegué al lugar y ví el auto... es una situación que no se la deseo a ningún padre, ni al peor enemigo.
—¿Te llamó la atención todo lo que se vivió, lo pudiste dimensionar en medio del dolor?
—Una cosa de locos, increíble... Y siguen pasando cosas, como ir al comedor de Lanús, pedir la cuenta y que el mozo me diga que ya está pago, que lo pagó el grandote Lucas, que ni lo conozco y ya se había ido del comedor con lo cuál ni siquiera le pude decir gracias. Y de los chicos de acá, como Nereo, Montero, Zurbriggen, Pablo Pérez... Rosales me llamó llorando, el Coto Correa, Beto Bologna, Barraza, Tarrito Pérez, Morocho Magnín, Bruna, el Bicho Aguirre, Gómez, Araujo, todos los chicos de Lanús, Sava, Kudelka, Caruso Lombardi, y no quiero nombrar más porque fueron tantos que voy a quedar mal con muchos... Un día me llamó Agustín Orión, que ni siquiera había sido compañero de Diego, la gente de Agremiados, la gente de Lanús se comportó maravillosamente, y la gente en general... Vamos al cementerio con María Rosa, mi señora, y nos piden permiso para ponerle flores, pasan por su tumba y se persignan... Son cosas increíbles. Tampoco me quiero olvidar de toda la familia Furlán, de Pilar, de donde es la novia. La gente de allá también se pasó. Y me impactó también que se hayan acercado Luis Segura y Ernesto Cherquis Bialo al velatorio. Ellos tuvieron que venir por otra cosa, pero me dijeron que aprovecharon para decir presente. Y eso también me conmovió.
—Desde el momento en que lo sepultaron a Diego, qué hiciste, en quién te aferraste?
—En la fe. Ahí tengo agradecimientos para el padre Alexis de la Parroquia San Pedro, los padres padres Pablo y Omar de la Iglesia de Luján, el Padre Ignacio, el Padre Domínguez de Medrano, en Mendoza... Fuimos a verlo con María Rosa, estuvimos como hasta las 11 de la noche, nos invitó a comer, nos fuimos con mucha paz de ahí... Y aferrarme a que está bien y que está con Dios... Y después, inflar el pecho porque todo el mundo te habla bien, me siento orgulloso de él... Unión estuvo muy bien, le puso su nombre a la escuelita, la camiseta... no pasa un día que no me llame alguien saludándome. Dicen que el tiempo sana las heridas pero es difícil.
—¿Fuiste a verlo al Padre Ignacio?
—Fui a verlo a él y también a la Virgen del cerro... El día que lo vimos al Padre Ignacio fue muy bueno, porque había dejado de atender pero hizo una excepción con nosotros. Estábamos con mi señora, la hermana y la novia, que también la está pasando mal. Llegó adónde estábamos y nos abrazó a todos juntos. no sé cómo hizo, porque no es un hombre grandote. Nos fuimos con mucha paz de allí.
—Es consuelo pero no sana...
—Los grupos de autoayuda me llamaron, pero yo me siento bien yendo al cementerio y a misa, ahí me siento más cerca de Diego. Y después, aferrarme a mi familia... Yo iba a todos lados con Diego, cuando hacía la pretemporada lo acompañaba a Uruguay, a Mar del Plata. Iba a todas partes, a todos los partidos...
—Contame algo más de las mujeres de la casa...
—La mamá está más complicada. Quizás yo, como hombre, pueda ser un poco más duro, pero la madre es la madre. Cuando yo le preguntaba al cura por qué me pasaba esto a mí, me decía que estaba equivocado, que la Virgen María lo lloró a Cristo y lo mataron igual. es el único consuelo. Y la hermana está mal también... Todos lo sienten, yo veo las publicaciones que hacen los chicos en instagram... Te cuento algo que es tremendo: en Lanús entro al vestuario como si fuera mi casa y eso que fueron apenas siete meses los que estuvo ahí. Voy a verlos a la concentración y están desayunando o merendando y me da la sensación de que en cualquier momento va a entrar Diego, igual que cuando entran a la cancha, me pongo a mirar porque siento que mi hijo entra a la cancha en cualquier momento para jugar... Y acá en Unión, no sé por qué, será porque estuve yo en el club y porque él se inició acá, pero me cuesta más, me angustia más, son sensaciones diferentes, no lo puedo explicar. Fui al clásico con la bandera, a la fiesta de la escuelita, me dieron la camiseta con el nombre de Diego y todo eso me infla el pecho. Pero me angustio muchísimo.
—¿Es cierto que había tenido ofrecimientos para irse afuera y que los había desechado?
—El decía que Lanús iba a ser el trampolín para ir afuera. Ya habíamos estado reunido con gente que manejaba cosas en Francia y en Italia. Alejandro Marón, el presidente de Lanús, me había llamado para mejorar el contrato y porque tenía un ofrecimiento de México. Pero él quería ir a Europa... Quería ir a Europa y volver a Unión...
Y ahí se quebró. es que Unión le tira y mucho, por más que diga que no volverá a ser dirigente del club, quizás por algún enojo o una mala experiencia. Pero es el club que ama y en el que se dio el enorme gusto de verlo a su hijo crecer y ascender dos veces. “Todos los curas me dicen que está en la gloria, que está al lado de Dios, que está bien y que en su corta vida ganó todo lo que debía ganar”, cuenta este hombre que está quebrado, pero que andaba con ganas de contar cosas y de agradecer, aunque la lista sea interminable y su memoria propensa a la indeseable omisión. Los Barisone nunca le encontrarán cura a semejante dolor, pero siempre tendrán suficientes motivos para inflar el pecho y sentir orgullo por ese hijo que voló muy jovencito al cielo, para convertirse en una leyenda.