La historia de los “héroes” de Los Andes, es harto conocida, no obstante, cada vez que hay una oportunidad para escuchar a alguno de ellos, genera esa mezcla de interés y placer por todo lo que vivieron.
El ex jugador del Old Christians Club de Uruguay, fue uno de los 16 que pudo volver de la Cordillera de Los Andes, luego del trágico accidente padecido en 1972 cuando se dirigían a Chile, en el marco de una gira deportiva.
La historia de los “héroes” de Los Andes, es harto conocida, no obstante, cada vez que hay una oportunidad para escuchar a alguno de ellos, genera esa mezcla de interés y placer por todo lo que vivieron.
Gustavo Zerbino, uno de los “médicos” (el otro fue Roberto Canessa) que con 18 o 19 años fue el encargado de tratar de atender a sus pares en su “casa” de la Cordillera, dialogó con Multimedios El Litoral, a través de su plataforma de Instagram.
El capitán, el rugby
“Aprendimos que el verdadero liderazgo es poner lo que falta. Estábamos en una realidad tipo matrix, donde no había información anterior, por eso era todo nuevo. Y ahí no había miedo, porque vivíamos adentro del miedo. En la Cordillera no había un lugar que no te produjera miedo, por eso nuestra mente se expandió”, reflexionó Zerbino en el comienzo de la charla.
Marcelo Pérez Castillo era el capitán del equipo, quien organizó el viaje con la Comisión Directiva de la cual Zerbino formaba parte con 19 años. “En la montaña, él en su cabeza, quería que nos quedáramos todos juntos, porque veía que si nos desparramábamos podíamos terminar enterrados en el hielo, muertos de frío. Entonces se aferró a la ilusión de que nos rescataran helicópteros, aviones con paracaídas o que llegaran expediciones. Pero el día 10, cuando escuchamos en la radio como noticia de último momento que se suspendía la búsqueda y nos dieron por muertos. Varios de nosotros no escuchamos eso porque estábamos adentro del avión. Entonces apareció Gustavo Nicolich y nos dijo: ‘Tengo dos noticias para darles, una mala y una buena. La mala es que se suspendió la búsqueda; pero la buena es que ahora morir o vivir depende sólo de nosotros’. Ahí nos conectamos con nuestro máximo potencial físico, mental, espiritual y dejamos de esperar. Pero Marcelo no. Él físicamente estaba vivo, pero murió cuando se dio cuenta que nos íbamos a morir todos y se sintió culpable. Entonces vino a hablar conmigo y con Roberto (Canessa), y nos dijo que no dejáramos al club”.
El trabajo en equipo como prioridad. “En la Cordillera veíamos un problema y hablando con otro encontrabas la solución. Después comunicabas a tus amigos lo que ibas a hacer y pedías ayuda para lograrlo. Nadie decía tenés que caminar, o a Roy Harley que debía ser el que arregle la radio. Yo tenía tres meses de medicina y junto con Canessa que tenía un tiempito más, tuvimos que ser los médicos. Estábamos todo el tiempo buscando soluciones. Hicimos un sobre para dormir con pedazos del avión, aislantes que encontramos, telas de los asientos, cables. Una noche tuvimos que dormir a la intemperie con mocasines y suela de cuero, medias de nylon, pantalón de tela, un saco, un buzo, nada más que eso y con 40 grados bajo cero. Toda la noche pegándonos piñas y saltando con las rodillas en la espalda, gluteos del otro para producir edemas, vasodilatación y que la sangre se mueva para no transformarnos en una estatua de hielo. Todo esto parece muy difícil, y para nosotros no fue tan así. Si bien era imposible, era lo único que podíamos hacer. Sabíamos que si nos quedábamos quietos, nos moríamos. Y como queríamos vivir, había que tacklear a la muerte de frente. ¿Cómo? Con determinación, confianza, actitud. Y aprendimos que lo importante en la vida no es lo que pasa, si no lo que hace cada uno con las cosas que le pasan”, sentenció Zerbino.
La despedida al arriero
El pasado 11 de febrero dejó de existir a los 91 años Sergio Catalán, el arriero chileno que encontró a Canessa y Parrado allá por diciembre de 1972. Un padre, para los 16 sobrevivientes de Los Andes.
Zerbino comentó al respecto. “Particularmente estaba con mucho trabajo. Organizando junto a mi secretaria reuniones con el Ministro de Salud Pública, con la Cámara Farmacéutica, con el Inisa que es un centro con presos menores de 18 años que trabajamos con el rugby para transformarlos. En definitiva, mi agenda era imposible. Pero cuando escuché lo de Catalán, le dije a mi secretaria: ‘Llamá por favor y preguntá cuando sale el primer vuelo’. Le mandé a los sobrevivientes que me iba a Chile, y a las cinco horas estaba allá. No dudé ni un segundo, igual que la madre que se tira al agua para salvar al hijo. La gratitud hay que expresarla en la vida, mover la energía, por medio de la gratitud, es darle al otro lo que te dio. Y este hombre hizo 120 kilómetros a caballo, para avisar que había encontrado a dos personas que nunca vio en su vida y decían que venían de un avión de Los Andes, algo que estaba escrito en una carta, pero él no sabía leer. Ese hombre abandonó todo: sus hijos de 6, 8 y 12 años; al ganado que había estado cuidándolo hasta ese momento. Incluso cuando llegó, lo metieron preso, porque no le creían hasta dos horas después. Fue todo tan rápido que llegaron los periodistas antes que los helicópteros de rescate y se encontraron con Parrado y Canessa.
Fui a despedirme de él, que fue como un padre para todos nosotros. Agradecer es una de las acciones más escasas. Tuve la suerte de poder ir a agradecerle al arriero, confiaba que era un deber para mí. Fui el único sobreviviente que estuvo, en representación de los demás”.
Legado familiar
En otro momento de la hora de charla junto a Gustavo Zerbino, el ex jugador de Old Christians confesó: “Cierto día llegué a mi casa y un hijo mío de 6 años estaba hincado junto a otros cuatro compañeros mirando la película Viven. Con la luz apagada, él les iba diciendo ‘este es mi padre, ese un amigo’. Y de pronto uno de los otros niños le dice ‘¿qué comían?’. Y mi hijo le respondió: ‘Qué buena pregunta. ¿Sabes una cosa? Tenían tanto frío, tanto frío y estaban tan pero tan débiles que para salir de la montaña, les pidieron prestado los músculos a sus amigos muertos’. Un nene de 6 años, explicaba con sus palabras, lo que había escuchado desde el día que nació. Porque nunca le ocultamos nada.
Otro ejemplo de esos. Al otro año, me llama la directora del colegio. Un día vamos con su madre y notamos preocupación en todos. Estaban la directora, la psicóloga, la psicopedagoga. Entonces les pregunto qué pasa, y dicen: ‘Viste que tu hijo tiene una vida muy particular, con todo lo que te pasó (me decía esto mientras me mostraban a los otros chicos jugando, corriendo, para arriba, para abajo). Tú hijo viene con muñecos, se queda sentado, los muñecos tienen la cabeza vendada, se llaman Parrado, Canessa, Javier Methol, Zerbino. Vemos que tiene un trauma muy grande’. Mi respuesta fue: ‘Mirá disculpame. La verdad no se de qué me estés hablando. En mi casa es mucho peor. ¿Sabés lo que hace de noche? Los pone en la heladera para que estén fríos’. Entonces les digo: ‘A mi lo que me parece es que las que están mal son ustedes. Miren por la ventana: ¿ves aquel nene? Tiene un casco de soldado, un arma, va corriendo, juega a matar. Aquel otro juega a los cowboys. ¿A ustedes no les parece mal que jueguen a matar? Mi hijo juega al amor, a la solidaridad, cura a los amigos. ¿Quién es el que está mal, mi hijo o ustedes?’
Hoy tomamos como normal la locura. Y es muy fuerte. Mis hijos escucharon ‘el cuento’ desde muy chicos, y lo viven con naturalidad. Hay que salir de los nodichos, no hay que hablarle a un nene como si fuera un bobo, hay que contarle las cosas como son, que ellos van a entender, no hay que cambiarle los cuentos”.
“Los Teros” en Japón
—¿Te emocionaste cuando viste ganar al seleccionado uruguayo ante Fiji el año pasado en el Mundial?
—Sí, por supuesto. Mis hijas se ríen porque yo lloro con la cenicienta. Increíblemente en La Cordillera no lloraba, nadie lo hacía porque nos deshidratábamos. Cuando murió Javier Methol (el primero de los 16, en 2015, a los 80 años), que lo hizo en mis brazos, hicimos el duelo todos los que no lo habíamos podido hacer y se me abrió un poro de gratitud y sensibilidad. Como que me humanicé. Mi corazón congelado se humanizó, se derritió.
Pero volviendo a Los Teros, ellos se prepararon para ganar ese partido, el objetivo era ganarlo. Nos habían metido 65 puntos la última vez que los habíamos enfrentado y sabemos que subestimar es algo que difícilmente puedas dar vuelta. Los chicos jugaron de todos lados, volvieron sin hombros de tanto tacklear. Ganamos porque confiamos y se nos dio. Miras el partido y no lo podes creer, como Argentina ante Irlanda en el Mundial ’99. Cuando entras en un estado de convicción y entrega total que te va la vida, las cosas se logran.