Messi es el “jeque” de un grupo que quiere verlo en la gloria
El que puede, duerma y sobreviva a la vigilia pero no se olvide de poner temprano el despertador. A las 7 se paraliza el país entero. Juega la selección, iniciando un camino de siete estaciones con un claro destino final: la copa tan deseada.
Messi es el “jeque” de un grupo que quiere verlo en la gloria
Es Messi y su insistencia. Es el fútbol argentino y su historia. Es un pueblo futbolero ávido de una alegría que tape, al menos por un buen rato, las penas diarias. Es el fútbol y esta cita que se renueva cada cuatro años y hoy se ha instalado en esta tierra tan lejana como inhóspita, desacostumbrada a estas aglomeraciones populares y voluminosas. Es la selección de Scaloni, conductor de un proceso que se hizo mejor de lo que muchos pensaban –me incluyo- y que ahora tiene frente a sí una oportunidad histórica. Será el último Mundial de Messi. Al menos, el último en un nivel de madurez que no está exento de la calidad, la jerarquía y el desequilibrio que seguramente no perderá, pero que de a poco irá disminuyendo por una cuestión lógica de edad.
Es otra vez el Mundial. La gente se entusiasma, se desborda de expectativa, nos creemos campeones y ahí está el problema. Pero acá me detengo. Pelé fue el mejor del mundo y salió tres veces campeón; Maradona fue el mejor del mundo y también fue campeón; Messi ganó más de lo que los otros dos ganaron y parece que el fútbol se ha empecinado en darle la espalda, al menos hasta ahora. Y ya ocasiones no le quedan: es ésta o nunca más (salvo que con 39 años, en 2026, tenga físico suficiente para encararlo otra vez).
En Alemania era “pibito”; en Sudáfrica, nos encontramos con una Alemania letal y un funcionamiento que no era del mejor; en Brasil estuvimos muy cerca y la copa se le escapó en tiempo suplementario (su cara mirando la copa al final del partido, lo dijo todo); y el 2018 fue un caos, con un proceso previo que inclusive lo llevó a renunciar cuando se perdió aquella final con la Chile de Pizzi en New Jersey.
¿Qué hay esta vez?, un grupo renovado y fortalecido. También una idea de juego que gira alrededor de él pero que no depende de él. Lástima lo de Lo Celso. Era un jugador muy importante en ese mediocampo que reúne todos los requisitos: fútbol, sacrificio y dinámica. Irá Alexis MacAllister por él, un jugador que encontró su mejor nivel en Europa y al que Scaloni lo ha seguido y confía en que pueda “hacer de Lo Celso” en este equipo. Había opciones. Algunas más defensivas (caso Enzo Fernández o Palacios) y otras más ofensivas (caso Papu Gómez o hasta el mismo Julián Alvarez). Scaloni eligió a MacAllister y mantiene el esquema, con tres volantes cerrados, con un flanco izquierdo que será todo de Acuña, con Messi liberado para que haga lo que quiera y dónde quiera y con Di María seguramente volcado por derecha, como jugó aquella noche inolvidable del Maracaná, cuando Leo por fin pudo levantar la Copa América que tanto se le negó.
Me gusta mucho el trío defensivo que componen Dibu Martínez en el arco y los dos centrales (Cuti Romero y Otamendi). Hay una conjunción casi perfecta entre juventud, experiencia y jerarquía. A ellos se puede agregar Paredes, aunque en este caso no hay tanta pulcritud en los relevos defensivos, porque Paredes es un “5” posicional, que arranca desde ese lugar pero que tiene la capacidad y el manejo suficiente para jugar al fútbol y convertirse en un buen iniciador y rueda de auxilio para el resto de los mediocampistas o para el mismo Messi, cuando su inteligencia y astucia lo lleva a replegarse para ver el juego desde un poco más atrás.
¿Será el Mundial de Messi?, Dios quiera. No se entrenó el sábado, pero está muy bien. El proceso que hizo fue el ideal. Y más que nadie, sabe que es la última oportunidad. Está bien rodeado y contenido. Este grupo parece que no tiene fisuras. Los jóvenes están “chochos” de jugar con él, lo cuidan y hasta lo veneran. Juegan para él, ¡claro!. Pero también saben jugar sin él, o mejor dicho, sin tener dependencia de él. Y eso es lo bueno.
Al partido de este martes hay que ganarlo. Y ganarlo bien, “presentando credenciales”. Nada de titubeos como nos pasó ante Bosnia en Brasil (el día que Sabella arrancó con cinco defensores), ni tampoco de resbalones como el que nos pegamos en el inicio de Rusia, cuando no pudimos ganarle a Islandia, presagiando el fracaso que luego iba a ocurrir.
Ningún partido se gana antes de tiempo, pero se sabe que, en fútbol, la jerarquía vale y los jugadores son los que marcan la gran diferencia. Scaloni tiene armado el esquema desde hace tiempo, es simple, nada de complicaciones y los jugadores lo entienden. Hay verticalidad a veces, mucha dinámica y el ritmo que pretenda imponerle Messi si es que él decide acelerar o meter una pausa.
Este Mundial tuvo una apertura con rarezas y contratiempos organizativos que no nos imaginábamos. Se eligió la sede más lejana para el partido inaugural, en el medio del desierto y la experiencia no fue buena. Muchos qataríes se fueron antes de tiempo del partido, viendo que era imposible que su selección dé vuelta una historia que se presentaba negativa ante Ecuador. Pero también porque no son futboleros. Y después, cierto desborde que no estaba previsto en un país tan puntilloso en algunos aspectos, pero que falló en otros, como la manera de organizar el ingreso de la gente, con pocas señalizaciones en la inmensidad (todo es grande en Qatar) de un escenario colosal, por dentro y también por fuera.
Iremos a Lusail este martes. Será el amanecer en la Argentina y un mediodía no tan agobiante –creemos- en Qatar. Pasaron cuatro años y media, con una pandemia que quitó vidas, aumentó preocupaciones y también incertidumbre. La humanidad sobrevivió y las ilusiones de un pueblo exacerbadamente futbolero como el nuestro, volvieron a ponerse en el centro de la escena. Hagámoslo de una buena vez, como en 1978 y 1986. Hagámoslo por Messi y con Messi.