El 9 de febrero de 1974, Carlos Monzón ganó uno de sus mejores combates. Fue una exhibición de boxeo, plagada de anécdotas y circunstancias que la inmortalizan.
Inspiró un cuento de Julio Cortázar. Fue la aparición en escena de Alain Delon como promotor de boxeo y motivó una de las frases que Amílcar Brusa no pudo olvidar hasta el último de sus días. “Ay Brusita, Brusita... Si no lo sacaba a mi negrito, el tuyo me lo mataba”, le dijo Angelo Dundee, el hombre que acompañó a Cassius Clay al estrellato, quien decidió ponerle punto final a un combate absolutamente desigual.
Fue en París y organizada por Delon. Uno se imagina, de inmediato, que estuvo rodeada de glamour. Error. Salvo si se miraba al ring side para observar a grandes estrellas, no sólo del deporte sino también del espectáculo. Monzón, aquel hombre que se crió en la marginalidad y las carencias, que sufrió raquitismo y que encontró en el boxeo su única manera de abrirse paso a la vida, ya era un hombre que conquistaba al mundo entero.
Ese año, justamente luego de aquella pelea, comenzó el rodaje de “La Mary” y el inicio del romance con Susana Giménez. Cuenta Cherquis la historia de la pelea posterior a la de Nápoles, cuando Monzón le pidió a Lectoure que colocara en lugares diferentes del ring side del Luna Park a Pelusa, su esposa, y a Susana, cuando Monzón le ganó a Tony Mundine, en la segunda y última pelea que hizo aquel año.
Fue famoso aquel enfrentamiento con Mantequilla, que había subido dos categorías para pelear a Monzón, porque se hizo a orillas del Sena, en la majestuosidad de París, pero en una carpa montada a tal efecto. Había llovido. Y tanto la gente como los mismos boxeadores, llegaban a sus lugares a través de tablones de madera colocados para evitar que se embarraran los pies... Poco creíble pero real.
Monzón lo medía a Mantequilla con el brazo izquierdo bien extendido y le pegaba con la derecha. Mantenía la distancia exacta para evitar cualquier golpe de su rival. Y así fue durante todo el combate. La pelea se tendría que haber realizado un par de meses antes, a fines de 1973. Entre las anginas de Monzón y el pedido de Mantequilla de evitar que, por ejemplo, la pelea se haga en el mes de enero para distanciarla de las fiestas de Navidad y Año Nuevo, se llegó a esa fecha del 9 de febrero.
La historia cuenta que, cuando terminó la pelea, Monzón fue a festejar al Lido de París. Y que no cumplió con el control antidóping, que esperaron su regreso en horas de la madrugada y que el Consejo Mundial le quitó posteriormente el título (mantuvo el de la AMB), que lo llevó a disputar, en el 76 y 77, las dos peleas con Rodrigo Valdez, quien había logrado dicha corona del Consejo cuando venció a Bennie Briscoe, aquél que dejó tambaleando a Monzón en el Luna, con la famosa reacción de Carlos: mirar el reloj para ver cuánto tiempo faltaba para terminar el round.
Tantas historias se sucedieron a partir de aquella pelea, que hasta Julio Cortázar la inmortalizó con un cuento. Una perla más en el trayecto de un grande de verdad: Carlos Monzón.