(Enviado Especial a Doha, Qatar)
Ese “5” que gritaba y ordenaba con la camiseta de la Crema, se convirtió en un entrenador de “buena parla” que fue quemando etapas con éxito. Veía los mundiales como comentarista. Ahora, le llegó el momento de verlo en el lugar que siempre quiso.
(Enviado Especial a Doha, Qatar)
“Lo primero que le dije a los jugadores de Arsenal cuando me presentaron para dirigirlos, es que me digan dónde está escrito que no podemos ser campeones... Y les pregunté que me explicaran, entonces, cómo fue que salió campeón Once Caldas”. Tengo muy presente una larga charla con Lechuga Alfaro en Porto Alegre, hace poco más de ocho años. El trabajaba para la cadena Caracol y por ese entonces soñaba con dirigir una selección. Tildaba a la Argentina de un equipo “burocrático”, o sea “cumplidor”. “Si le agrega rebeldía a su juego, está para ser campeón del mundo”, decía Lechuga de aquella selección de Sabella. No estuvo para nada lejos en el pronóstico.
Corrió mucha agua debajo del puente de Alfaro. Mucha. De aquél número 5 que se paraba en el medio y que tenía al Pichi Bernasconi de un lado y a Marcelo López del otro, queda el gratísimo recuerdo en la gente de Atlético que no olvidará jamás aquella proeza del ascenso a la B Nacional en el ’89 de la mano de Horacio Bongiovanni. Patrón del mediocampo, Lechuga ya empezaba a tener una visión del juego superior a la media de cualquier otro futbolista. Quitaba, tocaba y ordenaba. Pero está claro que su fortaleza iba a estar en otra parte, donde tenía que arrancar de cero.
No le fue fácil a Lechuga. Cuando era técnico de Huracán y se lo llevó a Lucas Gamba, recuerdo haberle preguntado en Rusia: “¿Y ahora, Lechuga?”. “Y ahora me lo tengo que llevar a Soldano”, contestó. No lo pudo llevar a Huracán, pero después lo tuvo en Boca. Y no le tembló el pulso cuando en un clásico lo puso de volante por derecha. Corrió el riesgo de todos los entrenadores cuando toman una decisión sorpresiva. Si le salía bien, todos iban a elogiarlo y hasta empezarían a quitarle ese mote de “defensivo” que injustamente le adosaron en muchas ocasiones; como no le salió bien, le cayeron con el inescrupuloso peso de la crítica mordaz. Lechuga se lo guardó bien adentro, masticando la bronca y tragando saliva. Fiel a su forma de ser, respetuosa y alejada de las polémicas.
Soñaba con este momento, Lechuga. Fueron 30 años de carrera como entrenador, 929 partidos en total, 14 clubes, 5 títulos de campeón y ahora un Mundial. A los 60 años, podría decirse que siente que todo lo que quería hacer en el fútbol, lo hizo. Llegó muy alto este rafaelino de 60 años, que los clubes de Santa Fe trataron de seducirlo en más de una ocasión. Su vigencia habla claramente de su capacidad. Casi no tuvo baches en su carrera. Comentó mundiales y varias copas América para la cadena Caracol, aún siendo entrenador y hasta resignando momentos de estudio del mercado de pases para conseguir los refuerzos que su equipo necesitaba. En Boca sacó el 65 por ciento de los puntos que jugó, pero igual lo combatieron y no alcanzó con la Supercopa ganada. Igual, Lechuga nunca se dio vuelta para mirar hacia atrás la estela de algún fracaso inesperado, sino que lo hizo hacia adelante, sabiendo que el fútbol siempre da revancha.
Se lo notaba emocionado en la conferencia de prensa. Y esa misma emoción es la que tendrá cuando haga su ingreso al Al Bayt para jugar ante Qatar, recordando aquélla infancia en los potreros de Rafaela, sus entrañables amigos de la infancia y esos compañeros (Querini, Berzero, el querido Tito Fertonani, Giordano, Grillo o Puchetta) que lo ayudaron a romper el cascarón para nacer al fútbol grande. Todo lo que hizo a partir de ese momento, fue obra de su capacidad, de su trabajo y de ese destino que le marcó un camino que Lechuga se encargó de seguir derechito y sin derrapar.