(Enviado Especial a Qatar)
No hubo equivalencias entre un equipo frágil, inocente y con preocupantes debilidades, frente a una selección ecuatoriana que apretó un poquito en el primer tiempo y luego se dedicó a tocar y gozar. Fue 2 a 0 a Qatar, pero debió ser más amplio.
(Enviado Especial a Qatar)
Los ecuatorianos se divertían en las tribunas. Tenían dos “objetivos” bien definidos. El más importante, festejar los goles del equipo de Lechuga Alfaro. El segundo, burlarse de los chilenos, a quiénes la Conmebol no hizo lugar al reclamo que hicieron por la inclusión de Byron Castillo. No hubo equivalencias de entrada entre un equipo que marcó claras diferencias en el juego y el resultado, contra una selección ilusa, con errores casi infantiles de su arquero y sin ninguna solidez en el juego aéreo.
Enner Valencia hizo lo que quiso y lo hizo bien. El gol anulado con estricta rigurosidad por parte del VAR fue el presagio de lo que luego iba a suceder. La mayor jerarquía de los ecuatorianos se hizo notoria. Y Qatar no supo controlarla, con una actuación pésima de su arquero y sin ningún peso ofensivo. No patearon jamás al arco. Y la única que tuvieron, en el mismo cierre del primer tiempo, fue desperdiciada de manera poco creíble por Ali Moez en esa última jugada en la que cabeceó solo frente a Galíndez, pero en forma desviada.
La impresión que había en el estadio, era que Ecuador, cuando se lo propusiera, estaría en condiciones de aumentar el resultado. Plata y Preciado le daban una salida muy clara por derecha, mientras que Estrada y Valencia se habían convertido, desde el comienzo del partido, en una pesadilla para la frágil defensa local.
Ese juego de pelotazos largos que lo favoreció en el primer tiempo, cambió por uno de más juego en el segundo. Un poquito más replegado para obligar al adelantamiento del rival (que tenía la urgencia por ir perdiendo el partido), permitió que aparezcan espacios en el campo adversario. El partido pareció más una práctica que un cotejo inaugural de un Mundial de fútbol.
La gente se empezó a ir del estadio cuando la diferencia en todo aspecto marcó claramente el destino del partido. No sorprende en un pueblo que no siente el fútbol como los latinos. Quedó sólo una parte del grupo más entusiasta que se ubicó detrás de uno de los arcos. Gritaron todo el partido, es cierto, pero la diferencia era demasiado abrumadora como para divisar alguna posibilidad de milagro.
“Uno más y no jodemos más”, gritaban los ecuatorianos. En simultáneo, los qataríes de túnica blanca se iban y casi dejaban vacío el estadio. Fiel reflejo de una diferencia que se rubricó en el primer tiempo y que terminó siendo complaciente con la muy mediocre selección local.
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