(Enviado Especial a Doha, Qatar)
Qatar empieza a volver lentamente a la normalidad, el Mundial ya forma parte del pasado y quedan esas imágenes que los argentinos llevaremos hasta la tumba.
(Enviado Especial a Doha, Qatar)
Doha se despereza, vuelve a la normalidad. El Mundial ya empieza a ser el pasado. El cotillón sigue, los argentinos también, pero ya nos empieza a invadir la nostalgia. ¿Por qué será que uno se hace amigable de los lugares y hasta los considera como “propios”?. Qatar organizó un Mundial espléndido en lo organizativo, impactante, con estadios formidables, desafiando a todo lo que se había realizado hasta este momento. Qatar demostró que se puede organizar un Mundial en una sola ciudad y sus suburbios, algo realmente impensado hasta aquí porque no habría una sola ciudad del mundo capaz de tener ocho estadios de primerísimo nivel y todo un sistema de organización urbana que impida aglomeramientos. Doha lo hizo. Y lo hizo muy bien.
Nos empezamos a ir de Doha con mucha nostalgia, tratando de atesorar cada recuerdo, cada grito, cada emoción, cada momento. Vivimos mucho los argentinos en este mes, porque no fue solamente el título de campeón del mundo conseguido. Fue la gente que viajó, fueron los que se hicieron “hinchas de Argentina” por Messi, fue esa invasión de camisetas celeste y blanca, fueron los cantos, fue el “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar… Quiero ganar la tercera… quiero ser campeón mundial…”, pegadiza, emotiva, que nos erizaba la piel, que nos producía un nudo en la garganta, que nos llenaba los ojos de lágrimas hasta hacernos explotar.
Fueron los banderazos en una Souq Wakif atestada de gente, desbordada, sorprendida e impactada. Fueron los celulares registrando cada momento, fueron los habitantes del mundo entero agotando las camisetas argentinas en cada tienda, fue el “palazo” del principio que parecía hacernos añicos otra vez la ilusión de verlo a Messi levantando la copa, fueron mis mensajes de cábala al grupo de la redacción de El Litoral que inevitable y religiosamente se hacía en el momento de llegar al estadio donde jugábamos y en el que no ocultaba el “cagazo” previo de cada partido de la selección.
Me siento un privilegiado. Cumplí el sueño perseguido durante tanto tiempo de ver a Argentina campeón en el lugar de los hechos (y nada menos que del mundo). Pero además, de haber sido en un Mundial en el que nos dimos también el gusto de ver partidos todos los días en esos estadios descomunales, increíbles, distintos unos de otros pero igualmente todos colosales.
Me siento un privilegiado también porque pertenezco a una generación que vio a Argentina campeón del mundo tres veces sin necesidad de que me lo contaran. Y que vio jugar a dos “monstruos” que han sido incomparables en la historia futbolera de nuestro país, como Maradona y Messi. Distintos, geniales e ídolos totales, cuyas imágenes perdurarán para siempre, por los siglos de los siglos, porque siempre habrá un padre o un abuelo que irán contando, de generación en generación, todo lo grande que ellos fueron y todo lo que hicieron para que en todos los hogares, ricos o humildes, de nuestro país, haya alegría.
Doha ya empieza a dar vuelta la página, con añoranza, echando de menos a una fiesta que duró un mes y que prepararon durante mucho tiempo y a su manera. Una sociedad diferente pero no por ello mejor ni peor; una sociedad con sus reglas, sus modos y costumbres, como cualquier otra. Una ciudad en la que la seguridad es total, una ciudad en la que todo funciona, una ciudad que se conmovió con esta marea celeste y blanca que le cantó a Diego y a Lionel, que dio la vuelta olímpica y cumplió el sueño de ver a Argentina campeón del mundo y a Messi levantando la copa para sumar una estrella bordada con oro para el viejo y glorioso fútbol argentino.
Estamos abandonando, de a poco, estos lugares que nos huelen a gloria. Estamos abandonando esos momentos cambiantes, esas emociones fuertes e indescriptibles, y también dejamos las lágrimas derramadas, los gritos que quedaron pendiendo en el aire y que no se irán, que van a quedar allí, para siempre.
Somos campeones del mundo. Como Maradona aquélla vez en México, hace 36 años, Messi le dio alegría al pueblo y regó de gloria este suelo futbolero. Doha fue el lugar elegido para que vibremos, nos emocionemos y provoquemos este fenómeno increíble. El mundo se rindió a los pies de Messi. Y él cumplió el sueño por el que daba todo y que tanto persiguió.
Doha se va apagando de fútbol. De a poquito, todo vuelve a la normalidad. Quedan los recuerdos que no se irán nunca, queda el orgullo y la emoción de haber sido testigo. Argentina campeón del mundo… Lo pienso, lo escribo y otra vez se pianta un lagrimón…