Francisco recibió a Los Pumas, en el marco de la presentación del test de este sábado ante Italia.
Darío Pignata
Enviado Especial a Roma
Llueve en el Vaticano. No es una lluvia que moleste, todo lo contrario, hasta parece agua bendita cuando cae en el cuerpo, mientras voy caminando a la presentación del partido Italia-Argentina de mañana.
Entiendo perfectamente lo que explican los dos capitanes: Leguizamón por Los Pumas y Parisse (argentino de nacimiento) por La Azzurra. Sé lo que les pasa. Para otro capítulo dejaré las sensaciones personales de haber participado en la misa de hoy a las 7, comulgado y haber podido hablar unos minutos con el Santo Padre, además de las fotos (ahora hay un fotógrafo profesional que gatilló 41 veces mientras pude saludar a Francisco y entregarle algunas cosas).
En esta ciudad, las campanas se escuchan como en ningún otro lado. Anoche, igualmente, dormir fue imposible y la culpa no las tuvieron las campanas. Es que nunca en mi vida tuve tanto miedo en quedarme dormido: la misa es a las 7 y hay que estar a las 6.45 para reportarse ante la Guardia Suiza. Por eso sé lo que pasaron los jugadores y los dirigentes de la UAR, que además de regalarle la pelota del partido, le dieron al Papa un olivo que él plantó cuando era Jorge Bergoglio y no Francisco.
* “Queremos que planten ese olivo en El Vaticano, en símbolo de paz para el mundo”, dicen los jugadores casi a dúo.
En la misa, se me viene a la memoria el padre Pagés Sellarés (primero en guiar mis pasos como católico en Helvecia); el querido José María Giúdici, un amigo con el cual jugábamos a la pelota en Barranquitas y un día nos dijo “me voy al Seminario”; luego, fue el mismo que me casó en la Catedral. Me acuerdo del Padre Ignacio y los viajes interminables a Rosario a la Parroquia de la Natividad. Y de los padres con los cuales comparto la Catequesis Familiar todos los lunes. También de Marcelo y Alicia, que nos guían. Y de los últimos sacerdotes que me tocó conocer en el patio del Colegio La Salle.
Llueve en el Vaticano. Voy caminando y hablando por teléfono con César Miño sobre este material que se publicará hoy y de paso, le mando los saludos de Guillermo Quevedo, vicepresidente de la UAR. Unos pasos después, también llueve en Roma. Moja pero no importa. Hoy, la verdad, no importa nada. Ni para mí ni para Los Pumas, a los cuales accedo con una facilidad asombrosa, gracias a Carlos Fertonani, referenciado amistosamente por todos y cada uno de los dirigentes. Tampoco para el tucumano Luis Castillo, presidente de la UAR que se está despidiendo: “Qué más puedo pedir, cerrar con Los Pumas en Italia, con mi familia y saludando al Papa”.
El legendario Agustín Pichot me dice más o menos lo mismo. Reacio a las notas (ya me lo había dicho en Gales, hace una semana), admite que “lo de hoy fue fuerte, muy fuerte”. Y llega un punto que en una conferencia de prensa de un partido de rugby, nadie habla de rugby.
Tiene razón Leguizamón cuando dice que en “ese momento” se te nubla todo, te tiemblan las piernas y quedás sin palabras. ¡Miren que para dejarme sin palabras a mí!. Pero es así, no se puede explicar ni contar. En la Capilla, se escucha el silencio. Hay muchos religiosos y luego gente. Una familia entera. Una señora grande en sillas de ruedas.
Reservado para argentinos. Juan Manuel Leguizamón, capitán de Los Pumas; Agustín Pichot, dirigente UAR e IRB; Darío Pignata y Sergio Parisse, capitán de Italia, pero nacido en nuestro país. Foto: El Litoral
Para El Litoral
“Mandale saludos y decile que se cuide...”, me dice el Papa cuando referencio a diario El Litoral y a Gustavo Vittori, nuestro director, que fue su alumno. Recibe los obsequios con interés, siempre mirando a los ojos y siempre sonriendo.
Dicen que en los últimos días lo vieron agotado, demasiado cansado. Pero hoy arrancó con la misa donde estuvimos, siguió recibiendo a Blatter y luego con los rugbiers. En cada rincón de El Vaticano hablan bien de él; en cada rincón de Roma hablan bien de él...
Sigue lloviendo. En el Vaticano y en Roma. No importa. En la entrevista, bendice todo. Lo que se le pide y lo que no. Lo más valioso, una foto de familia. Y el cierre, después de entregarle un Libro y la camiseta personalizada que hizo hacer Libertad de Sunchales. “Tengo muchas de fútbol, ésta es la primera de un club de básquetbol”, expresa.
Uno se ubica, pero nadie apura con el tiempo. El típico “Rezá por mí” hace las veces de cierre. Tiemblan las piernas, como dice Leguizamón. La misma emoción de Pichot y los dirigentes.
“¿Usted es Darío Pignata de El Litoral?”, me pregunta alguien. Digo sí y del otro lado se presenta el padre Fabián, secretario del Papa, para presentarse.
Esta historia arrancó cuando Enrique Cruz me dijo que empezara las gestiones con él. Le agradezco y lo saludo. Me dice algo más pero no me acuerdo. Como si la mente quedara en blanco un ratito. El mismo blanco de la vestimenta de Francisco que irradia luz. Mucha luz.
Me pasó a mí, le pasó a Los Pumas, le pasa a todos los que pasan. En ese ratito, el de este periodista y el de esos guapos rugbiers, se cae una lágrima. Es inevitable. Por eso llueve. En el Vaticano. En Roma. Y en las mellijas de nosotros. En las mías, en las de Los Pumas. Amén.