River Plate, la institución más ganadora del ámbito local, se convirtió hoy en el tercer grande del fútbol argentino en descender a la segunda división, después de la caída de San Lorenzo y Racing Club en la década de los años 80.
Con 110 años de historia, 33 campeonatos nacionales y cinco títulos internacionales, el segundo club más popular del país cayó en la cancha al cabo de un proceso de deterioro deportivo, económico e institucional que inició José María Aguilar como presidente y continuó Daniel Passarella como sucesor.
El segundo ciclo de Aguilar (2005-2009) inició la debacle con un profundo endeudamiento, el éxodo de figuras acordes a la historia del club, la enajenación de las divisiones inferiores y el gobierno de la violencia de la tribuna en los pasillos del Monumental.
Aunque en ese lapso, la situación deportiva todavía no ponía en riesgo su condición de primera, los errores dirigenciales ya lo exponían a situaciones inéditas para en su gloriosa vida.
Después de ganar el Clausura 2008, última estrella, el equipo dirigido por Diego Simeone terminó último en el Apertura siguiente, curiosamente ganado por su clásico rival, Boca Juniors.
Desde entonces, la realidad futbolística de River, siempre necesariamente anclada en una crisis económica e institucional, se convirtió en un lento y acaso imperceptible vía crucis a la B.
Como le sucedió a San Lorenzo -primer grande en descender-, que perdió el mítico Gasómetro por una estafa de la dictadura militar en 1979, y dos años después se fue a la B en una tarde triste de agosto ante Argentinos Juniors, en cancha de Ferro.
O en el regreso de la democracia a Racing, que no pudo con el lastre de su quiebre económico y financiero y también perdió la categoría ante su homónimo cordobés en 1983.
Passarella, el gran capitán de su historia, esta vez falló como líder desde el despacho presidencial y agravó la situación con un desatino tras otro desde diciembre 2009.
El fideicomiso, promesa de salvación para la economía desguazada del club, nunca se concretó como tampoco la auditoría que prometía llevar a Aguilar a los tribunales.
Mientras trascurría la inacción en el ámbito contable, River prolongaba sus penas en la cancha con directores técnicos y jugadores que jamás podrían haberse imaginado una década atrás cuando los fantasmas sobrevolaban bien lejos de Núñez.
Así, Gabriel Rodríguez, Néstor Gorosito, Leonardo Astrada, Angel Cappa, Juan José López -todos responsables- administraron planteles de nula jerarquía y, por desesperación, hasta malograron las pocas promesas de la cantera ‘millonaria‘.
El uruguayo Robert Flores, el paraguayo Javier Cohene Mereles, el peruano Josepmir Ballón, Fabián Bordagaray, Martín Galmarini y Gustavo Canales, entre otros nombres, vistieron la misma banda roja que prestigiaron innumerables figuras desde Bernabé Ferreyra hasta Ariel Ortega, despedido del club a principios de año.
Inpensadamente o no, River, esa marca futbolística mundial, consumó una fría tarde de 2011 el doloroso y vergonzante momento que implica su descenso a la B Nacional.
Una ofensa para tantas glorias que forjaron su grandeza. Juan Carlos Muñoz, José Manuel ‘El Charro‘ Moreno, Adolfo Pedernera, Angel Labruna -su histórico goleador-, Félix Loustau, Néstor ‘Pipo‘ Rossi, Amadeo Carrizo, Alfredo Di Stéfano y Walter Gómez nunca lo imaginaron.
Tampoco Enrique Omar Sívori, Ermindo Onega, Ubaldo Fillol, Noberto Alonso, Reinaldo ‘Mostaza‘ Merlo, Américo Gallego, Enzo Francescoli, el propio Ortega, Hernán Crespo, Marcelo Gallardo, Pablo Aimar, Javier Saviola ni Andrés D‘Alessandro.
El fútbol argentino se enluta por la debacle de un club vital para su prestigio. La caída, símbolo de su deteriorada salud, debería invitar a un replanteo para todos los amantes de la pelota.