Para los que no lo conocen, decir Manolo Porpato (muy pocos le dicen Héctor) es hablar de arqueros. Y si de atajar se trata, el hoy Subdirector del Ministerio de Trabajo no solo lo ha hecho en la cancha, también en la vida. Nacido y criado en pleno centro santafesino, pasó por clubes locales como San Cristóbal, Gimnasia, Sportivo Guadalupe para retirarse en Las Flores. Con el tiempo, se convertiría en uno de los entrenadores de arqueros de Colón en divisiones infantiles e inferiores, pasando por la primera división hasta hoy, para ser "la voz de mando" de la máxima categoría de Liga Santafesina. Está casado desde los 18 años y tiene dos hijos: Héctor y Paula. Sus cuatros nietos son su felicidad más grande.
Así es Manolo, una persona sincera y sencilla. En su rostro todavía se puede percibir la tristeza de aquellos días vividos hace 19 años atrás. La madrugada del 29 de abril del 2003, el río Salado comenzó a ingresar por la obra inaugurada e inconclusa de la circunvalación oeste. La mayor crecida histórica registrada dejó a un tercio de la ciudad bajo las aguas marrones, densas y barrosas. Con un saldo de 23 muertos y un aproximado de 63 mil evacuados, fue sin duda la peor catástrofe hídrica que sufrió la capital provincial. En barrio Chalet el golpe se sintió muy fuerte, fue donde más rápido llegó el agua y más tardó en irse. Con cierta angustia, Manolo recuerda todo con suma precisión: "Ese día estaba trabajando en Colón, y ya sabíamos que se estaba inundando Santa Rosa de Lima y San Lorenzo. Pero el terraplén del Mitre dividía Chalet, y hasta ese día estábamos tranquilos. Un par de días antes vino un amigo con un camión y me insistía en sacar las cosas porque se venía "bravo". Yo le dije que no, porque con mis hijos ya habíamos subido a una altura de un metro algunos aparatos, pero no teníamos dimensión de lo que se venía. De un momento a otro, Miguel Resteli, desde Colón, me avisó que me vaya al barrio porque estaba entrando el agua. A dos cuadras de mi casa, ya me llegaba hasta la cintura. Caminé esas cuadras como pude hasta llegar a donde vivía".
Una vez llegado a su casa, se topó con lo peor: "Me encontré con mi hijo, un amigo de él y los cuatro perros. No encontré a mi mujer y a mi hija, en ese momento pensé lo peor. Empezamos a subir y bajar cosas. En ese ínterin el agua nos tapó toda la casa. Tuve que vaciar el tanque del techo para poner allí dentro a los animalitos, por si nos tocaba nadar, allí estaban más protegidos" cuenta.
Las horas pasaban, la desolación y la oscuridad dominaban la ciudad. Pero una vez más, como en cada tragedia que nos toca atravesar como sociedad, apareció lo que nunca falla: la solidaridad humana. Porpato describe el momento exacto en que llegó la ayuda: "En el amanecer del miércoles, un amigo que ya estaba rescatando y auxiliando gente, se acordó que yo vivía por la zona de la cancha de Colón y me fue a buscar. Llegó con la canoa y se fueron con él mi hijo, con su amigo y los perritos a la casa de mi madre en barrio Las Flores. Mi hijo tuvo que tomar una pastilla para tranquilizarse y terminó durmiendo entre 2 y 3 días. Cuando reaccionó, lo primero que hizo, fue irse conmigo, quería acompañarme y no dejarme solo".
"Ese día que se los llevaron, me alcanzaron un kilo de pan y un pullover por el frío que estaba pasando. Tal era la desesperación del momento, invadido por el dolor y la locura que muchas personas no sabían qué había sido de sus familiares en otros barrios. El país entero hablaba de la catástrofe que sucedía en Santa Fe".
Siendo 2 de mayo, 4 días después de la llegada del agua a gran parte de la ciudad, Manolo no sabía absolutamente nada del estado de su familia. Emocionado, y con la voz entrecortada pudo volver a ese momento: "Cuando llega mi hijo, después de esos días en que yo la pasé solo y sin saber novedades, me confirmó la única noticia que me trajo esperanza: que mi mujer y mi hija estaban vivas. Fue lo único que me impulsó a seguir. Porque lo había perdido absolutamente todo, tenía que empezar de nuevo. Imagínate que un día te vas a trabajar y cuando volves tenes tu casa tapada con agua. Eso me paso a mí y a todos los que lo sufrimos". Así como le sucedió a las más de 26 mil familias que se vieron afectadas por esta catástrofe (que pudo ser evitada), no quedó nada que sirva, porque se perdió todo; roperos, televisores, heladeras, fotografías, no hubo elemento que no haya quedado arruinado.
La soledad que vivió Héctor, la vivieron miles de personas. Solos, olvidados y desamparados. "Estuve 26 días en el techo de mi casa, comiendo lo que podía y pidiendo que todo se terminara. Con el correr de los días cuando el agua comenzó a bajar, me acomodé en la chapa más firme para poder dormir un poco mejor ahí arriba, en la altura. No me quiero olvidar jamás de Jorge Molina y de toda la comisión de UPCN, que me acercaban, en una lancha colchones, ropas y comestibles, todos los días."
La inundación todavía no pasó, de hecho, más de uno afirma que nunca se irá. El trauma que ha quedado en muchas de las personas que sufrieron en carne propia la catástrofe todavía dura. Una simple lluvia rememora a esos días, con el terror de levantarse y que esté sucediendo otra vez. A pesar de ello, Manolo no cambia su Santa Fe querida por nada en el mundo, la abraza y la cuida: "Santa Fe junto a mi familia son mis lugares en el mundo. He tenido propuestas para sumarme a cuerpos técnicos en otras ciudades, por un lado no lo puedo hacer por mi trabajo particular. Pero realmente no me iría nunca, esta ciudad me ha dado todo a lo largo de los años. Ni barrio Chalet, ni Colón, ni mis hermosos nietos valen menos que cualquier otra cosa que me puedan ofrecer".
A 19 años de la peor catástrofe hídrica de la historia de nuestra ciudad, el reclamo y la voz de los santafesinos se vuelve una sola para reclamar memoria, verdad y justicia para que nunca más vuelva a pasar.