Domingo 30.6.2024
/Última actualización 10:35
No había que fallarle a nadie. Ni a Messi que estaba en el banco, ni a Scaloni que estaba en un palco, ni a los campeones del 86, que este 29 de junio festejaban 38 años de aquella gesta mexicana. La selección cumplió con esa premisa que se ha transformado en costumbre: la de ganar. Es increíble la manera tan fácil y accesible que tiene este equipo para lograr dos propósitos: 1) la victoria; 2) el dominio del trámite del partido desde la tenencia casi absoluta de la pelota. Perú quedó minimizada a su máxima expresión. Jamás reaccionó. Y Lautaro Martínez, tremenda figura del partido, se encargó de ratificar que está demonizado con el gol.
Había pasado el cuarto de hora y los peruanos no tocaban la pelota. Era todo de Argentina y haciendo lo que Argentina sabe. Mucha posesión de pelota, pases entre líneas para capitalizar espacios, Garnacho bien abierto por izquierda y Di María haciendo lo mismo por el otro costado con la colaboración de un Lo Celso que se tiraba por allí y terminaban triangulando con Montiel.
Lautaro y su dedicatoria a Messi tras el primer gol. Crédito: ReutersPerú se paraba con una línea de tres elástica atrás, porque se convertía en línea de cinco cuando había que retroceder. Si la idea de Fossati fue la de sumar gente en el medio para discutir la tenencia de la pelota, no le salió como suponía o esperaba. Al partido lo dominó Argentina, mucho más fino y preciso con la pelota y apretando sobre la pérdida para conseguir una rápida recuperación. Le faltó penetración, es decir profundidad. Di María, más encarador que Garnacho, provocaba algún desequilibrio que no prosperaba lo suficiente.
Todo esto hizo que esa tenencia de la selección se convierta en algo improductivo. El correr de los minutos lo fue apagando por completo al equipo, se sucedieron las imprecisiones. La más clara llegó a un minuto del final de la etapa, cuando Montiel llegó hasta el fondo y metió el pase atrás que recibió Lo Celso –ya instalado por el sector izquierdo- pero tapó Gallese, convertido ya en la figura peruana.
No fue bueno el balance del primer tiempo para la selección. Logró asumir la iniciativa y por momentos le quitó por completo la pelota al rival. Pero fue sin peligrosidad. Y lo poco que gestó, encontró el escollo en Gallese.
Como pasó con Canadá, cuando también había que “romper” esa paridad, Argentina arrancó con todo el segundo tiempo y el gol tempranero de Lautaro Martínez (tres partidos, tres goles), le dio la ventaja que merecía pero que no podía concretar. De primera, Di María lo dejó solo ante Gallese y el “22” la picó, en notable definición.
Nada cambió. Perú no reaccionó y Argentina empezó a trabajar el partido con la tranquilidad de ir ganando. Samuel sacó a un Garnacho que otra vez, como ya pasó en las otras veces que tuvo la chance de jugar, no mostró todo lo que debe y puede. Y también salió Lo Celso, para que ingresen Enzo Fernández y Nicolás González. Enseguida, Di María encabezó una muy buena jugada y habilitó a Montiel, que encontró la mano de un peruano en el camino. Penal que ejecutó Paredes con violencia pero haciendo estrellar la pelota en el palo izquierdo de Gallese.
La escasa respuesta peruana convirtió al partido en un monólogo. La enorme mayoría de los 64.972 espectadores que colmaron el Hard Rock, sabían que el desenlace era inexorable. Samuel le dio más aire todavía al mediocampo, que ya se había oxigenado con el ingreso de Enzo Fernández, poniendo a Guido Rodríguez en el lugar de Paredes. Y la salida de Di María, ovacionado desde los cuatro costados, le dio paso a otro de los jugadores sobre los que se posan muchas expectativas de cara al futuro: Valentín Carboni.
El partido se ensució un poco. Argentina sacó el pie del acelerador y Perú no tuvo casi ideas para, al menos, poner en aprietos a una selección que no sabe de titularidades y suplencias, que mantiene esa vara alta de la que habló y mucho Scaloni en aquella noche en el Maracaná y que hizo lo que se acostumbró a hacer desde mucho tiempo a esta parte: es una máquina de ganar.
Una frase hecha y remanida sería la de decir que Argentina ganó sin despeinarse. Faltaba otro de Lautaro, como para refrendar todo. Los defensores rivales se hicieron un nudo, se cayeron solos y Lautaro Martínez volvió a demostrar que cuando a un delantero se le abre el arco, las que tiene las manda adentro. Y así se le dio en este partido.
La selección hizo, de este último partido de la fase de grupos, un verdadero trámite. El tradicional “que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar…”, fue el grito de la multitud en el cierre. Argentina ganó bien, con autoridad y sin pestañear. Su paso es de una virtuosidad y eficacia poco entendible para estos tiempos en los que muchos apuntan a una paridad y competitividad que este equipo no entiende. Porque este equipo sólo se ha acostumbrado a ganar. Y no sabe de otra cosa que no sea la de ganar.