(Enviado Especial a Doha, Qatar)
Este plantel no está acostumbrado a perder. Estos muchachos hace tres años y medio que se juntan para ganar o empatar, pero cayeron en el partido que no debían caer. Hay que sacar de adentro todo lo que hay. Y ya.
(Enviado Especial a Doha, Qatar)
Los análisis o las presunciones que se hacen desde la tribuna o la creencia del hincha, no sirven demasiado a veces. Es imposible, por ejemplo, saber si el partido se “canchereó” o si al rival se lo subestimó o si cuando se acordaron de jugarlo ya era tarde. Esto último, si hubiese ocurrido (lo de “jugarlo”), posiblemente la historia habría cambiado. Argentina jugó de verdad sólamente el primer tiempo y allí pudo y debió definir el partido. Cuando se lo dieron vuelta, la impotencia se adueñó de todos y no hubo ninguno (mucho menos un Messi rodeado, apático y poco participativo) que pudiese cambiar una historia que modificó sorpresivamente su dueño en esos ocho minutos fatales para el equipo de Scaloni, cuando Arabia dio vuelta el partido.
Con el “diario del lunes”, todo se vé más fácil. No fue mala la decisión inicial de poner al Papu Gómez de arranque, porque el primer tiempo lo jugó bien. Pero en un partido donde la defensa rival achicaba hasta límites insospechados y sorprendentes, parándose en una posición francamente “suicida”, era necesario que alguien tuviera la suficiente explosión para picar al vacío o a los espacios que podían darse.
Precisión, decisión y cambio de velocidad era lo que se necesitaba. Y Argentina no la tuvo. O si la hubo, fue a destiempo entre el toque y la búsqueda. Por eso, hubo tres goles anulados en el primer tiempo, en posiciones adelantadas que, en algún caso, como la de Messi, fue muy finita. Quizás, otro jugador de mayor recorrido, de arranque explosivo como Julián Alvarez podía ser una solución. Vuelvo al comienzo: con el “diario del lunes”, todo se vé de una manera diferente.
Es el momento de aplicar uno de los principios básicos de la resiliencia. ¿En qué consiste?, en entender que hay una crisis, una situación inesperada, algo que ocurrió y que no debía pasar y, a partir de ello, desarrollar la capacidad de cambio a partir de saber que el momento malo no es eterno y que el futuro depende de la manera en que reaccionen, individual y colectivamente.
Messi lo dijo luego del partido: “Era un partido que nunca creímos que se iba a perder”. Y máxime de la manera en que ocurrió. Scaloni le señaló a los jugadores en el entretiempo que, al partido, lo veía raro. No era así. El problema principal era la mínima diferencia en el marcador, que no aseguraba nada. Pero Argentina gobernaba en el trámite, en el resultado (pese al escaso 1 a 0) y en las situaciones de gol (cuatro clarísimas contra ninguna de los árabes).
El camino hasta aquí fue un lecho de rosas. Las espinas aparecieron en el momento menos pensado y por eso duelen más de lo previsto. Este grupo no está acostumbrado a perder. Cada vez que se encontraron, desde hace un largo tiempo a esta parte en los 36 partidos invictos que se inició desde aquella derrota ante Brasil en la Copa América del 2019. Tres años y medio en los que este grupo se juntaba para jugar y ganar (o a lo sumo, empatar en el peor de los casos). Esto se terminó. Preparados no estaban, porque no les pasaba desde hace mucho tiempo. Pero no pueden ni deben dejarse abrumar por esa tristeza de la que habló el propio entrenador. Ya pasó.
Por eso, ahora llegó el momento de levantarse, corregir lo que haya que corregir, refugiarse en la humildad y no cerrarle la puerta a la esperanza. La jerarquía está. Y este equipo puede ganar, sin cometer los errores de este martes en Lusail, los dos partidos que faltan y asegurar así la clasificación.
Sorprendió mucho lo que pasó en el segundo tiempo. Allí radica lo más preocupante. Porque si con esa jerarquía individual no se puede desentrañar un partido en el que el equipo rival se agrupa y pone mucha gente en el fondo, es porque el plan falló, porque no estuvo previsto lo que pasó y porque la falta de ideas resulta francamente inadmisible en semejante nivel.
No se vio ni una gambeta que genere superioridad numérica en sectores decisivos de la cancha, ni precisión en esos metros finales, ni variantes ofensivas acordes a lo que el rival exigía con ese repliegue y la manera a veces espeluznante de correr y meter, que fueron, en definitiva, los grandes argumentos que tuvo.
Se lo puede entender de dos maneras: 1) es el principio del fin y se lo vé como algo terminal; 2) es la oportunidad de hacerse fuerte en el momento más crítico, aún aceptando que este plantel no viene acostumbrado a levantarse de golpes semejantes. Dependerá de la fortaleza anímica de este grupo. Y también de recuperar un nivel de juego que no tuvo en el segundo tiempo y que lo convirtió en un “equipito”, por más que, en nombres, el disminutivo debería estar siempre de más.