El partido 1.000 de Messi y el Dibu "entrenando" salvadas agónicas
El 3 de diciembre de 2022, Argentina vencía a Australia en un partido que debió definir con tranquilidad y precisó de una tapada tremenda de Emiliano Martínez, casi presagiando lo que ocurriría 15 días después en la final.
Los jugadores argentinos festejan con los hinchas el paso a los cuartos de final, luego del triunfo ante Australia. Ya el equipo funcionaba y crecía la ilusión en Qatar. Crédito: Reuters
El recuerdo se remonta, inevitablemente a aquel repechaje de 1993. No pasa desapercibido. Argentina había besado la lona contra Colombia con el 5 a 0 lapidario del equipo de Maturana sobre el de Basile en el Monumental. Fue la tapa negra de El Gráfico, fue el silencio atroz de un estadio enmudecido y fue Maradona, en la tribuna, viendo cómo esa selección a la que había dejado por las sanciones, quedaba a un paso de ser eliminada del Mundial. La historia posterior de ese repechaje con Australia es conocida: convocatoria a Maradona, la vuelta del "10" con todas las luces, empate allá con gol de Balbo (centro de Diego) y gol de Batistuta en el Monumental para clasificar al Mundial de 1994.
Otra vez Australia estaba en el camino de Argentina en ese 3 de diciembre en Qatar. Usted dirá que los vaivenes emocionales pueden ser clara muestra de desequilibrio y, en ciertas cosas de la vida, tiene razón. Pero en el fútbol, no. Y no lo digo por un resultado (o dos en este caso, por los triunfos ante México y Polonia), porque soy de los que piensa (con total convencimiento) que el "ganar cómo sea" es de corto vuelo. Argentina demostró a partir del segundo tiempo con México que era un equipo que estaba creciendo. Lionel Scaloni tenía sus méritos. No le tembló el pulso a la hora del cambio. Sacó del equipo a jugadores clave en su proceso, como Paredes y el mismo Lautaro Martínez. Metió gente joven, inexperta en estas lides internacionales y hubo respuesta positiva. Las dudas y la desconfianza del principio, dejaron paso a la generación de un ambiente muy positivo. Argentina se paró ante el mundo y sacó pecho. ¿Es candidato?, siempre. Y mucho más con Messi, alentado a rabiar por la multitud de compatriotas que coparon el estadio de los contenedores y que haría lo mismo en el fantástico Ahmad Bin Alí, casi en uno de los extremos de Qater, esa noche ante los australianos.
Messi inicia el festejo de su gol mientras el resto de sus compañeros corren para abrazarlo. Crédito: Reuters
El rival había dejado en el camino al equipo que aparecía como favorito para escoltar a Francia: Dinamarca. Gastábamos a cuenta de que, saliendo primeros, el adversario iba a ser el europeo. Sin embargo, apareció Australia. "A mí no me sorprende que Australia haya clasificado porque es un buen equipo", dijo Scaloni en la previa. La responsabilidad, casi la obligación, era de Argentina. Los australianos parecían estar "hechos" con haber superado la primera fase. Su historia futbolera recién se está construyendo. Su figura principal, Ajdin Hrustic, juega en el Hellas Verona de Italia, tiene un par de jugadores en la Premier, pero en equipos de segundo nivel. Conclusión: no es una selección que contara con jugadores encumbrados en el fútbol mundial.
Costó un montón ese triunfo contra Australia. Se pudo y se debió definir con holgura, pero el sufrimiento permaneció hasta el mismísimo final, con un mano a mano increíble que tapó el Dibu Martínez (presagio de lo que luego ocurriría ante Francia en el partido decisivo). Antes, Lautaro debió asegurar el resultado. No faltaron oportunidades para ganarlo bien, pero casi nos empatan. El equipo puso garra, actitud y terminó quedándose con un partido bravo ante un rival que jugó con mucha dignidad.
La enorme tapada del Dibu Martínez en el final, cuando el partido estaba 2 a 1 y los australianos contaron con la posibilidad del empate. Crédito: Reuters
El partido era difícil hasta que apareció el genio (¿sirve decir que se trata de Messi?). Parecía que estaba ausente, pero recibió la pelota por el costado derecho, amagó ir por afuera, enganchó hacia adentro, tocó para Mac Allister y fue a buscar al área el pase que llegó de MacAllister para Otamendi (extrañamente adentro del área en esa jugada) y éste se la paró para que Messi defina con un remate suave y esquinado que dejó sin chances a Ryan.
Ni cinco minutos se jugaban del segundo tiempo cuando se fue de la cancha el Papu Gómez y entró Lisandro Martínez. El equipo se paró con línea de tres (una alternativa utilizada y bien por Scaloni), subiendo y bajando los dos marcadores laterales para cerrar bien el sector defensivo. Ellos también arriesgaban, hasta que De Paul y Julián Alvarez fueron a apretar sobre la salida australiana. De Paul corrió y Julián Alvarez robó la pelota y definió con un toque corto, con el arco desguarnecido. Un gol que Julián Alvarez buscó desde el inicio del partido, haciendo un gran desgaste para complicar esa tendencia de Australia (la nuestra también) de jugar la pelota para su arquero.
La familia Nepote con el imponente estadio como fondo, aquella noche de hace hoy exactamente un año en Qatar. Crédito: El Litoral
El descuento llegó en una jugada fortuita, cuando Goodwin recibió un rechazo corto y le pegó con violencia al arco, pero encontró en el camino la humanidad de Enzo Fernández, que desvió la trayectoria de la pelota y descolocó por completo a Emiliano Martínez. Terminó en shock la selección. El partido no estaba para que se complicara, pero se complicó. Era para ganar con más holgura y sin nada de sufrimiento, mucho menos en ese mano a mano que tapó el Dibu en la última jugada.
Ese día, según las estadísticas y registros de varios periodistas consultados por El Litoral, fue el partido número 1.000 oficial de Lionel Messi, contabilizando sus encuentros en el Barcelona, en el PSG e integrando la selección argentina y habíua quedado, con 23 partidos con la selección en mundiales, tercero junto al italiano Paolo Maldini, a un partido del alemán Miroslav Klose y a dos de Lothar Matthaüs.
Messi jugó un partido estupendo aquella noche qatarí. Se había contagiado, luego de los 20 minutos, de esa siesta en la que entró el equipo y que le permitió agrandarse a ese dignísimo rival que fue Australia. Estaba ausente, al igual que el resto. Sin embargo, decidió él mismo buscar una chance que se le dio en un área superpoblada y metiendo un pase a la red que dejó sin chances a Ryan. ¿Cómo hizo?, es casi inexplicable. Es cierto que Messi se ha cansado de convertir goles muy parecidos, hasta iguales. Pero uno no para de sorprenderse por la manera que tiene de ver lo que otros no ven. Es algo instintivo, genético y por eso inexplicable. ¿En qué momento miró el arco?, quizás en ninguno. Quizás sea su propia percepción –única y por eso es el mejor- la que lo lleve a hacer cosas que otros jugadores no pueden. Es la diferencia entre un muy buen jugador y un genio. Y Messi es un genio. Y lo demuestra en esta clase de partidos, cuando saca de la galera estas cosas y en momentos oportunos y complicados. Lo hizo con México y lo repitió aquel sábado de diciembre.
11 de Argentina
En aquél choque de octavos de final ante Australia, que terminó 2 a 1 a favor del equipo de Scaloni: Emiliano Martínez; Nahuel Molina, Cristian Romero, Nicolás Otamendi y Marcos Acuña; Rodrigo De Paul, Enzo Fernández y Alexis Mac Allister; Alejandro Gómez, Lionel Messi y Julián Álvarez.
"Argentina tiene a los tres mejores marcadores centrales del mundo". Alberto César Tarantini
El "Conejo", campeón del mundo de 1978, en declaraciones exclusivas a El Litoral, hablando del Cuti Romero, Otamendi y Lisandro Martínez.
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