(Enviado Especial a New Jersey)
Pasaron las dudas en defensa, las ocasiones de gol malogradas y un triunfo justo pero con escaso brillo. También las quejas por la cancha. Espera este Metlife que nos resultó negativo en la final del 2016.
(Enviado Especial a New Jersey)
New Jersey nos recibe con ese calor penetrante, húmedo, pegajoso. No tiene mucho que envidiarle a Santa Fe. No son los 40 y tantos de allá, pero los 34 de acá se sienten. Y mucho. Es parte de su fisonomía. Inviernos crudos y veranos potentes. Así es la vida en esta ciudad que está separada apenas por un río, de Manhattan, y que alberga el monumento a la lágrima, donde están las placas de las 2.996 almas que dejaron de existir ese fatídico 11 de setiembre de 2001. Créanme que pararse en ese lugar, por más que sea de noche y apenas esté iluminado por las luces del enorme puerto de New Jersey, estremece. Muchos hoy se preguntan, en esta ciudad, por qué está ahí y no en Manhattan. Situado casi enfrente del lugar en el que se levantaban las torres gemelas, por ese lugar pasaron los aviones que se estrellaron y provocaron aquél atentado terrorista que nadie olvida. Nueva York no volvió a ser la misma. El mundo no volvió a ser el mismo. Y así lo sienten los habitantes de esta New Jersey algo descuidada, con esos yuyos altos al costado de las interminables autopistas y circunvalaciones de andar sostenido, incesante y veloz. Sin baches y con orden, algo que no se pierde.
Mi amigo José Luis Lanao, el ex jugador de Unión de los 80, escribió desde España y para Página 12: “…Mientras el país se desmorona, esta pequeña alegría, pegajosa, pegadita al pie, que nos ha dado la Selección nos permite seguir creyendo en esa esperanza imaginada, aquella que desaparece si dejamos de creer en ella. Una alegría que libera el aire y lo hace felizmente respirable. Argentina superó a Canadá producto de las individualidades que marcaron la diferencia en la definición. Intentó mantenerse fiel a su manera de pensar y de pensarnos, que nos identifica con ese innegociable respeto por el balón, por esa humilde y sencilla interpretación del fútbol ofensivo. Esa necesidad de recrear un fútbol empecinado en persuadir, en hechizar, en cautivar. En juntarse, mezclarse, reconocerse a través del balón, hasta que se abran los espacios, se fabriquen los vacíos, y se airee la creatividad. Mucho de todo esto faltó por su ausencia. Se ganó con lo justo. Suficiente para subirse a la esperanza y regalarle un esplendor enorme de alegría a este pueblo empobrecido”.
Son las mismas sensaciones que se percibieron luego del debut del jueves en esa Atlanta conmovida por la marea argentina. Ya uno más calmo –y con algunas horas de un descanso que escasea en este tipo de coberturas- se pueden hacer balances más analíticos. ¿Argentina ganó bien?, sí, ganó bien. ¿Argentina jugó bien?, no, no jugó bien. ¿Sigue con la chapa de candidato colgada?, es una obviedad, eso no cambia y hay que hacerse “responsable” de eso a partir de lo que este plantel generó con la obtención del título del mundo. ¿Cómo puede no ser o dejar de ser candidato un equipo que hizo lo que hizo, hace apenas un año y medio?, es imposible. Por eso, Argentina es candidata, la principal y la más firme, hasta que los resultados demuestren lo contrario. Y ojalá esto nunca ocurra.
Veamos:
• Jugar bien es cumplir con eficacia los dos grandes aspectos decisivos del juego: ataque y defensa. A uno lo hizo relativamente bien y en el otro dejó que desear. Al equipo lo atacaron mucho. Cuando Lanao habla de las individualidades, voy a nombrar una, o dos: el Cuti Romero y el Dibu Martínez. Los dos integran una defensa que, colectivamente, jugó mal. Pero ellos, en lo personal, anduvieron bien.
• Decir que al ataque lo hizo relativamente bien, es porque creó muchas situaciones. Pero llamó la atención la cantidad de situaciones desperdiciadas. Incluso, lo que llamó la atención es que Messi haya malogrado un par de mano a mano. O el mismo Di María. Ellos son implacables, sobre todo Messi. Pueden fallar, aunque no forme parte de su esencia ni de sus “costumbres”.
¿Y la cancha?, ¿qué papel jugó? Los jugadores se quejaron mucho; el técnico también. Incluso, el técnico lo alertó antes, el día previo, cuando recibió un informe muy poco alentador de parte de sus colaboradores, que fueron al Mercedes Benz con la única intención de pisarlo y comprobar si ese paso del césped artificial al natural se había realizado de manera correcta.
Al equipo se lo vio lento en el inicio de las jugadas, casi como tratando de adaptarse o de encontrarle la vuelta a ese terreno que no les agradaba ni los ayudaba. Después, hubo un aspecto estratégico que fue inteligente, efectivo y que posiblemente también haya sido utilizado para evitar las contingencias y dificultades que presentaba la cancha: el empleo del pelotazo largo, ya sea frontal o cruzado para abrir el frente de ataque. Canadá tuvo un adelantamiento peligroso de su defensa y eso, advertido por Argentina, fue la clave para meter pelotas largas que, por ejemplo, motivaron varios de los mano a mano que tuvo el equipo para convertir y no convirtió. Y luego, las apariciones de Acuña por izquierda, favorecido por la tendencia de los defensores de Canadá a centralizarse sobre la posición de Messi, que jugó casi siempre por adentro, juntando a los rivales para fabricar espacios que fueron bien aprovechados por los que iban por afuera.
Argentina ganó bien pero la actuación no terminó de ser lo suficientemente sólida. El equipo tiene esa vocación por el protagonismo y un libreto que puede ir variando. En eso nunca va a fallar y morirá en el intento, si es que alguna vez debe “morir”. El segundo gol fue de una naturaleza técnica y colectiva excelente. Salida desde el fondo, varios toques de mitad de cancha hacia atrás, aparición de los volantes a espaldas de los mediocampistas rivales y el pase estupendo de Messi para la diagonal preanunciada de Lautaro, con una muy buena definición del delantero del Inter. Eso forma parte del trabajo. Y también de una idea que jamás se negocia.
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