Llegó el gran día y también un gran desafío, porque más allá de ser campeón del mundo, esa ambición, ese hambre de gloria que esta selección sigue demostrando que no se desvanece, tiene metas a lograr:
A las 21 de nuestro país se enfrenta con Colombia, en el Hard Rock de la calurosa Miami, en la final de la Copa América.
Llegó el gran día y también un gran desafío, porque más allá de ser campeón del mundo, esa ambición, ese hambre de gloria que esta selección sigue demostrando que no se desvanece, tiene metas a lograr:
• 1) Argentina, de ser campeón, logrará su título número 16 y superará a Uruguay en campeonatos logrados (ambos comparten el liderazgo con 15 Copa América cada uno).
• 2) Es el último partido de Di María, un emblema que se retira y quiere hacerlo como se lo merece, con todos los honores.
• 3) Sería la cuarta vez que la selección argentina consigue ganar dos títulos de América consecutivos (la última fue 91 y 93 con el Coco Basile de DT).
• 4) Se convertiría en el cuarto título alcanzado en la era Scaloni que se inició hace apenas cinco años, marca realmente muy complicada de igualar si se la mide en tan poco tiempo.
Scaloni habló mucho de los sueños y de lo que, para él, significa establecerse metas. Contó que en su casa de Pujato tiene una foto de cuando era un pibe que jugaba en las inferiores de Newell’s y que aspiraba a ser alguien en el fútbol y con la camiseta argentina. Y lo fue. Sea cuál sea el resultado de este partido.
Será la última función de Di María. Su nombre quedará grabado para siempre. Y también será, más allá de lo que ocurra, el mejor final: jugando una final. Y no es un juego de palabras, sino una realidad.
Este partido toma a la selección en un momento irreprochable e inigualable. Llegar a esta final habiendo ganado todo lo que se ganó, es un mérito indiscutido e histórico. Aparte, la racha positiva de tantos partidos sin perder y estas sólo dos derrotas en 62 partidos que sube la escala de méritos de este equipo. Argentina se acostumbró a ganar, se convirtió en una máquina de ganar. Se potencian en lo individual y esto trae el correlato colectivo. Se ha formado un equipo, que más allá de jugar bien y a veces no tan bien (como en este torneo, donde apenas se puede rescatar la semifinal con Canadá como el partido más sólido), siempre mostró una seguridad y una confianza ganadora que echa por tierra aquello de que el fútbol se ha emparejado y que cualquiera le puede ganar a cualquiera.
Argentina no tendrá una parada fácil. Juega ante un equipo que ha jugado bien en este torneo, que tiene una buena figura (James Rodríguez, el mismo que hizo carrera “rompiéndola” en Banfield) y con un juego aéreo respetable. Insisto en algo: Argentina tiene un plus que lo puede ayudar en un partido de estas características. Las finales no se juegan, las finales se ganan, señala un dicho futbolero. Y muchas veces es cierto, aunque el mejor camino para ganar un partido, siempre y sea cuál fuere su importancia, es haciendo las cosas bien y mejor que el rival.
Este 14 de julio pasa a formar parte de otro momento histórico para el fútbol argentino. Las razones ya apuntadas son valederas por demás, pero todo eso se da en el marco de un grupo de jugadores que –algunos de ellos muy jóvenes y con todo el camino por recorrer- está dejando bien alto el prestigio del fútbol argentino. Si a eso le sumamos que se trata de “las últimas batallas” de Lionel Messi, el día y el partido adquiere una trascendencia especial. “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar…”. Este plantel hizo posible que en una Argentina quebrada, devastada, sin ilusiones y con un futuro sombrío, este equipo despierte tanto entusiasmo y provoque los poquitos momentos de alegría y felicidad de todo un pueblo.