Martes 4.2.2020
/Última actualización 19:45
Lejos de sus gloriosas horas de campeón mundial y, sin embargo, con la misma determinación que expresaba arriba de los cuadriláteros, Sergio Víctor Palma asume el deterioro que le produce la enfermedad de Parkinson y no pide tregua: “Trato de mantener una relación humana conmigo mismo y le agradezco a Dios cada día de mi vida”.
He ahí, en ese religioso apego fundante que lo acompaña desde su niñez en la pequeña La Tigra, provincia del Chaco, donde se sostiene la templanza de quien fue uno de los boxeadores argentinos más electrizantes, protagonista de célebres veladas en el Luna Park hacia finales de los años ‘70 y comienzos de los ‘80.
“Dios existe y siempre ha estado conmigo y aún hoy con todas las adversidades que enfrento. ¡Amo a Dios! Le agradezco la vida que viene dándome hace 64 años, mis afectos, mis hijos, y querría ser merecedor del tiempo que me queda y de la sabiduría para ser una mejor persona”.
Así escribe Palma pese a las dificultades que conlleva el endurecimiento gradual de su cuerpo en general y de los dedos de las manos en particular. Sí, Palma escribe por WhatsApp. Y por esa vía transcurre una entrevista hecha en diferentes tramos. La primera interrupción obedeció a un quiebre emocional —la reacción a una pregunta acerca de los 40 años que el 9 de agosto se cumplirán desde la conquista del campeonato mundial supergallo—, la segunda por una caída que le provocó una herida cortante en la cabeza y demandó que su esposa lo llevara a la sala de urgencias de un hospital y las otras por repentinos momentos de cansancio profundo.
“A veces duerme horas y horas sin parar, y su lucidez tiene días y días”, refiere Orieta, la fiel compañera de Palma en el departamento de dos ambientes que alquilaron en el centro de Miramar —y del que salen con el otrora guerrero de los rings en una silla de ruedas— hacia los consabidos controles médicos o simplemente a disfrutar de los atardeceres del verano.
“Este es un pequeño lugar en el mundo donde por el momento tenemos exigencias que podemos resolver. Quizás estemos demasiado solos y a veces es muy duro, pero no me quejo, no nos quejamos”, manifiesta Palma y trascartón detalla con pasmosa precisión los alcances de su enfermedad.
“El Parkinson no mata a nadie, pero dificulta el buen vivir. Mi salud se deteriora por un proceso neurodegenerativo que se da en las células negras que necesita el cuerpo humano. Por eso tomo dopamina sintética, para compensar esa carencia, pero tengo limitaciones en la estabilidad, en el habla y en la deglución”.
Gentileza de Télam. En la cúspide. El chaqueño fue campeón mundial supergallo entre agosto de 1980 y junio de 1982.En la cúspide. El chaqueño fue campeón mundial supergallo entre agosto de 1980 y junio de 1982. Foto: Gentileza de Télam.
Servicial y minuciosa, Orieta corrige los eventuales errores tipográficos de un chat que, confiesa Palma a Télam: “Lo hago de corazón y como excepción, porque prácticamente ya no dedico más tiempo a mantener relaciones con el periodismo”.
Amén de ser su esposa y su dedicada enfermera de hecho, Orieta oficia de secretaria y editora del libro al que Palma está abocado desde hace tiempo, una suerte de tesis del boxeo que comprende táctica, estrategia, defensa, ataque, contragolpe, entrenamiento, etcétera. Hasta donde se sabe, jamás un ex boxeador argentino elaboró semejante totalización conceptual: “No cuento anécdotas que ni recuerdo ni me importan. Hablo de técnica, del deporte en sí”.
En ese contexto, el de “un cuerpo frenado” (sic), con serias dificultades hasta para ingerir los alimentos sólidos que su esposa pacientemente elige, pica y licua, Palma es consciente de su lucha contra el tiempo. “Esta enfermedad, que no la produjo el boxeo en sí, pero según los médicos mi condición de boxeador vuelve más complicada, me anticipa que se acercan los daños cognitivos. Cuando se produzcan, te cuento. Si puedo”.
Palma fue campeón mundial supergallo entre agosto de 1980 y junio de 1982, ganó 52 de sus 62 peleas y una vez que colgó los guantes alternó clases de boxeo con el rol de analista especializado, por ejemplo en el diario deportivo Olé. Hasta que en 2004 sufrió un choque en el Puente Pueyrredón que derivó en un accidente cerebro vascular (ACV). Al tiempo le fue extirpado un tumor maligno de un riñón y años más tarde fue diagnosticado con la enfermedad de Parkinson.
“No puedo trabajar, no trabajo y eso me desorienta”, explica Palma, cuya merma de memoria y de concentración no inhibe que vea películas (en los días últimos disfrutó de la saga de Transformers) ni que cultive su gusto por lecturas que en su mesa de luz testimonian sendos ejemplares de Cuentos de amor, locura y muerte, de Horacio Quiroga; El mundo ha vivido equivocado, de Roberto Fontanarrosa y Tiempos recios, de Mario Vargas Llosa.
Ha bajado mucho de peso y tanto que esta semana, la planilla que lleva su esposa da cuenta de 53 kilos (uno menos que la noche de su debut en el profesionalismo, enero de 1976; y tres menos que en su despedida de los rings, agosto de 1990).
Palma deduce que el infortunio de estar afectado de Parkinson es otro aprendizaje que Dios le ofrece y en clave retrospectiva encuentra que no ha sido un buen padre: “Siempre estuve muy preocupado cuidando el personaje que construí y que me había sido muy útil. Nunca puse ningún esfuerzo en el cuidado de mi familia”, describió.
“En realidad soy un solitario”, reflexiona el bravo peleador chaqueño devenido un hombre enfermo, ajeno a rencores y pesadumbres explícitas: “Lo que no sabía es que la soledad y la vejez son incompatibles”, cierra.