El último rezo del Ángel que el domingo se convertirá en leyenda
Cambió frustraciones, descreimiento y escarnio público por respeto, admiración y hasta idolatría. “Fideo” Di María dará su último show con la celeste y blanca y ojalá que sea con otra vuelta.
Ángel Di María. Crédito: Agustin Marcarian/Reuters
"Me acuerdo de que un día estábamos embolsando el carbón con mi papá, y hacía mucho frío y llovía. Estábamos abajo del techo de chapa. Era durísimo estar ahí. Después de un rato, yo me iba al colegio, que estaba más calentito. Pero mi papá se quedaba embolsando ahí todo el día, sin pausa. Porque si no lograba vender el carbón ese día, nosotros no teníamos nada para comer, así de simple. Y yo pensaba, y de verdad lo creía: va a llegar un momento en que todo cambie para bien. Por eso, yo al fútbol le debo todo". Angel Di María así recuerda aquellos tiempos de niños y de privaciones en su Rosario natal. Hoy, a pocas horas de jugar su última “batalla” y nada menos que en otra final, seguramente recuerda aquél 14 de diciembre de 2005, cuando un histórico de Rosario Central como don Angel Tulio Zof lo llamó y le dijo que iba a jugar contra Independiente, en el partido que marcaría el inicio de una carrera notable.
Recuerdo aquéllos días previos a la final con Alemania en Brasil. Claudio Gugnali me decía: “Tenemos que recuperar a Di María para que juegue”. Se había desgarrado en el partido de cuartos de final, luego de haber sido el encargado de convertir el gol en aquél infartante partido de octavos ante Suiza. Con Bélgica, la cosa fue más relajada; en semi fue un suplicio con Países Bajos, pero llegaba la final con Alemania y los tiempos de recuperación no le daban ni por asomo a “Fideo”.
Di María y su gol ante Nigeria en la final de los Juegos Olímpicos Beijing 2008.
"La mañana de la final del Mundial 2014, yo estaba sentado en la camilla a punto de recibir una infiltración en la pierna. Me había desgarrado el muslo en los cuartos de final, pero con la ayuda de los antiinflamatorios ya podía correr sin sentir nada. Les dije a los preparadores estas palabras textuales: ‘Si me rompo, déjenme que me siga rompiendo. No me importa. Sólo quiero estar para jugar’. Y ahí estaba, poniéndome hielo en la pierna, cuando el médico, Daniel Martínez, entró al cuarto con un sobre en la mano y me dijo: 'Ángel, mirá, este papel viene del Real Madrid'. '¿Cómo? ¿Qué me estás diciendo?', le dije. Me contestó: 'Bueno, ellos dicen que no estás en condiciones de jugar. Y nos están forzando a que no te dejemos jugar hoy'. (...) Le pedí a Daniel que me diera la carta. Ni siquiera la abrí. Solamente la rompí en pedacitos y le dije: ‘Tirala. El único que decide acá, soy yo’. Sinceramente quería jugar ese día, incluso si se terminaba mi carrera. Pero tampoco quería hacerle las cosas más difíciles al equipo. Así que me desperté muy temprano y fui a ver a nuestro técnico, Alejandro Sabella. Teníamos una relación muy cercana, y si le llegaba a decir que quería jugar, seguramente él iba a sentir la presión de ponerme. Así que le dije honestamente, con una mano en el corazón, que él debía poner al jugador que él sintiera que tenía que poner. 'Si soy yo, soy yo. Si es otro, entonces será otro. Yo sólo quiero ganar la Copa. Si me llamás, voy a jugar hasta que me rompa', le dije. Y entonces me largué a llorar. No lo pude evitar. Ese momento me había sobrepasado, era normal".
Ángel Di María y su gol ante Brasil en la final de la Copa América 2021. Crédito: Ricardo Moraes/Reuters
Di María sufrió el injusto escarnio público del que otros no pudieron tomarse revancha. Mascherano, Chiquito Romero, Mercado, Higuaín, el Kun Agüero, el propio Tevez y otros que formaron parte del proceso en el que también estuvieron Messi y Di María, pusieron a la selección allá arriba, en lo más alto, peleando campeonatos, pero no pudieron ganar nada. Se los tildó de “mufas”, de “perdedores” y tantos otros “delitos” que parecen haber cometido. Eran tiempos en los que se decía que “Messi arma el equipo y juegan sus amigos”, o que es un “camarillero”. Y hasta pedían su salida o dejaban en claro que, hasta que no se vaya, la selección no podrá ganar nada.
Ángel Di María y su gol ante Italia en la Finalissima 2022. Crédito: Peter Cziborra/Reuters
Di María fue uno de los más perjudicados por pertenecer al entorno de Messi. Pero su calidad se impuso. En ese 2014, Manchester United lo compró en 75 millones de dólares y se convirtió en el pase, de un jugador argentino, más caro de la historia. Hoy, con 34 títulos ganados y por jugar su partido 145 en la selección, en un proceso –el de la selección- que inició hace 16 años y que nunca cortó, Di María sabe positivamente que se va a ir con todos los laureles, enterrando para siempre aquellas críticas injustas y mal intencionadas en algún caso. Di María sabe que se va de la selección en la gloria, que fue clave con su golazo ante Brasil para que Argentina gane la Copa América desplomando una sequía de 28 años sin éxitos y que es el futbolista que más dinero movilizó con sus transferencias: 176 millones de dólares en total, arrancando por los 3 que pagó el Benfica a Rosario Central en su momento y la contratación que hizo el París Saint Germain en su momento, sin contabilizar sus últimos traspasos a la Juventus y el retorno al Benfica.
Ángel Di María y su gol ante Francia en la final del Mundial Qatar 2022. Crédito: Carl Recine/Reuters
¿Qué pasará con Di María en lo mediato?, es la pregunta que el hincha de Rosario Central se hace, para saber si finalmente se cumplirá el sueño de verlo entrar otra vez al Gigante de Arroyito. ¿Y en lo inmediato?, es decirle adiós a la selección, quizás con otro pedazo grande de gloria cargada en su mochila plagada de éxitos. Scaloni lo vio titular ante Francia en la final de 2022 y no se equivocó: la “rompió”. Quizás también lo vea titular el domingo ante Colombia y ocurra lo mismo. Sería el final merecido para este luchador que arrancó bien de abajo, embolsando carbón para ayudar al padre, y que se sobrepuso a las críticas, al descreimiento, a la negación y también a la falta de respeto de muchos que no vieron ni supieron valorarlo.
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