Domingo 7.3.2021
/Última actualización 16:58
Muchos de los protagonistas ya no están. En largas charlas con un dirigente con mayúsculas en la vida de Unión, como el escribano Rubén Neme, responsable de haber sacado al club de una situación difícil en lo deportivo, económico e institucional en 1978, referenciaba aquélla anécdota de los 24 partidos invicto y el cambio de autoridades que necesariamente debía darse, pues el escribano había asumido, en su carácter de síndico, el gobierno del club cuando se alejó la comisión directiva que presidía Armando Capello.
Unión llegaba al partido con Patronato del 29 de noviembre de 1978, en un Nacional que lo tenía como gran protagonista, habiendo goleado el domingo anterior a Boca por 4 a 0 en la Bombonera. Al día siguiente, la asamblea proclamó la nueva conducción, que quedaba en manos del doctor Súper Manuel Corral. La racha -la mejor de Unión en su historia- se convertía en una inesperada "cuestión de Estado" en Unión. Dicen que Corral, impregnado y contagiado de ese particular ambiente cabulero que tiene el fútbol, no se animaba a tomar las riendas del club. La "propuesta" era hacerlo antes de Boca, pero el inolvidable dirigente prefirió esperar. Si bien el partido con Patronato no era fácil, resultaba a priori una exigencia menor a la de Boca, por más que el equipo que en ese entonces dirigía el Toto Lorenzo con notable éxito, se disponía a jugar la final de la Libertadores ante el Deportivo Cali (dos días después) y por eso jugó con suplentes ante el Unión de Reynaldo Volken.
Unión llegaba puntero de la zona B de ese Nacional. Pero no era sólamente eso: había peleado hasta la última fecha el título de campeón del Metropolitano (fue tercero detrás de Quilmes y Boca, pero en un momento de esa jornada final, el líder era Unión); fue el equipo con mayor cantidad de puntos en la sumatoria de ese 1978; llegaba al partido con los 24 partidos invicto y lo esperaba un cierre de año a pura emoción, perdiendo en semifinales de aquél Nacional ante un River de Angel Labruna plagado de figuras y varios de ellos campeones del mundo, como Fillol, Passarella, Luque y Alonso.
Los memoriosos recuerdan algunos aspectos: un estadio colmado, un campo de juego en pésimo estado, un gol marcado por González (jugador que Unión pretendía incorporar), un partido que se jugó prácticamente en el campo de Patronato la última media hora, Unión jugando con la camiseta roja que se había convertido en una especie de cábala y Patronato jugando con un atuendo totalmente blanco como producto de un regalo que había recibido nada menos que del Real Madrid.
Días después, en una visita protocolar que realizaron a nuestra casa, los dirigentes de Unión hablaban por ese entonces de dos cuestiones vinculadas a la infraestructura: 1) la imposibilidad de llevar adelante la obra de la sede por el momento económico que vivía la institución; 2) las gestiones que se realizaban para quedarse con el terreno de la Maestranza, que otrora había sido una donación a la institución por parte de uno de los empresarios inmobiliarios más importantes de la historia de la ciudad.
El simple repaso de los nombres de aquél equipo de Volken, llevan a la conclusión de la poca cantidad de jugadores pero, a la vez, de la importancia de haber mantenido un plantel que al año siguiente estuvo a un paso de la gloria. Todavía atajaba Biasutto (Nery Pumpido era suplente pero luego se quedó con el puesto), Regenhardt, Mazzoni, Merlo, Bottaniz, Hugo López, Alberto, Telch, Pitarch, Ribeca, Arroyo, Alí y Salas conformaban la base titular. Con apenas un par de retoques (la llegada del Chango Cárdenas y del tucumano Paz), estos mismos jugadores continuaron en la misma senda en 1979. Aquella noche de miércoles, ya casi entrando en el verano, en Paraná, dejaron un invicto inolvidable y casi imposible de repetir en los tiempos actuales.