(Enviado Especial a Doha, Qatar)
(Enviado Especial a Doha, Qatar)
Las garitas para esperar los buses son un espectáculo. Como hace mucho calor, sirve de refugio. Son cerradas, las puertas se abren automáticamente y el aire acondicionado, como en todos lados, funciona a full.
Hay un bus, chiquito, que nos transporta hasta la estación de Metro. Será un viaje de no más de 5 o 6 minutos. La frecuencia de cada mini bus, es de 7 minutos, algo que se cumple a rajatabla. La distancia es bastante corta: apenas unas diez cuadras, aproximadamente, que se hacen en bus y no a pie porque, en determinadas horas del día, hacerlo de esta segunda forma sería una invitación a derretirse en vida.
Pues bien. El trabajo obliga al uso constante de dos celulares, uno es el personal y el otro es el de la empresa. En uno de esos cambios, el periodista olvida su celular en el asiento de la garita. Al llegar al Metro, cunde el pánico y crece la desesperación. Parece mentira, pero el celular se ha convertido en una cuestión esencial para el ser humano, casi tanto como la de respirar. ¿Solución?, volverse a la garita y rezar que nadie se lo haya apropiado.
La historia siguiente es fácil de contar: entre ida y retorno en un auto de una conocida empresa prestadora del servicio de movilidad, se habrán consumido entre 15 o 20 minutos. Naturalmente, hubo gente que entró y salió de la garita en ese lapso de tiempo. Los pasos finales para regresar a la misma fueron de una ansiedad casi bestial que consumió todos los nervios. La puerta de la garita se abrió y allí estaba el celular, en el asiento y a la vista de todos. Pero estaba… Nadie se lo llevó “por equivocación”, nadie lo tocó, nadie nada… Allí estaba… Sano y salvo (“como la vida del periodista”). Lo primero que pensé fue lo siguiente: “Si esto pasa en Argentina, hasta a la garita con aire acondicionado y todo se la llevan”… ¡Qué mal pensado!