Por José Calero (NA)
La elevada inflación y los magros sueldos que obtiene como remuneración buena parte de los empleados en relación de dependencia, explican que tener un empleo ya no basta para cubrir las necesidades básicas.
Por José Calero (NA)
Entre los sorprendentes cambios que sufrió la Argentina en las últimas décadas, tal vez uno de los que más impacta es el hecho de que contar con un empleo en blanco y estable ya no alcanza para evitar caer en la pobreza, que cerraría este año en niveles del 42%, lo que representa casi 20 millones de personas en esa condición.
En agosto, la canasta básica aumentó 14,3% y una familia tipo necesitó $284.687 para no ser pobre. La canasta básica subió 39.660% en dos décadas.
La elevada inflación y los magros sueldos que obtiene como remuneración buena parte de los empleados en relación de dependencia, y el hecho de que sea muy alta la proporción de trabajadores en negro, explican parte de este fenómeno, que se suma a la cada vez más elevada presencia de indigentes en las calles.
Es por eso que a pesar de que el leve descenso del desempleo -6,2% de la población activa, el más bajo desde 2016-, los magros salarios -sumados a las dificultades estructurales de gente con cada vez menos herramientas para defenderse- empujan la pobreza a niveles récord.
Este 2023 cerrará con el mayor nivel de pobreza en 21 años, coinciden los analistas consultados. Hay que remontarse a fines del 2002 -pocos después de la hecatombe económica de diciembre de 2001- para encontrar un escenario social peor.
A fines del 2002, había 20,8 millones de personas en la pobreza, que no llegaban a cubrir una canasta básica de $716 mensuales en el caso de Capital y GBA. Además, los indigentes llegaban a casi 10 millones. El 57,5% de los argentinos eran pobres y, de ese total, 9.955.000 eran indigentes, según el INDEC.
Este miércoles, el INDEC dará a conocer el registro de pobreza del primer semestre de este año, que rondaría el 40,1%, cinco puntos por encima del primer semestre de 2022 (unos 18,5 millones de pobres).
Los expertos hacen una advertencia: esa información corresponde a la foto del segundo trimestre del año, y no reflejará el impacto de la inflación del 12,4% de agosto y el nivel similar que se espera en septiembre.
Algunos economistas creen incluso que la suba de precios de los últimos meses hundirá en la pobreza a otras 500.000 personas. No hay bolsillo que alcance, explican.
"La pobreza no sube aún más porque el mercado laboral ayuda a contenerla con empleos que, aunque de poca calidad, complementan los ingresos de los hogares", advierte el especialista del CEDLAS (centro de estudios distributivos), Leopoldo Tornarolli.
Entre esos empleos de baja calidad se encuentran, por ejemplo, los que brindan compañías de delivery como Rappi y Pedidos Ya, que para miles de personas están siendo un refugio para "ganarse el mango en medio de la malaria", según relatan los propios trabajadores.
Es que, de acuerdo con lo que explica Juan Luis Bour, economista de la Fundación FIEL, "si bien el desempleo cae, es porque hay menos gente saliendo a buscar trabajo".
"No salen a buscar porque las políticas públicas aplican compensaciones diversas, como los subsidios, y porque creen que no van a poder conseguir un empleo", señala.
La inflación no es la única razón por la que la pobreza crece a pesar de que hay bajo desempleo.
Bour indica que una de las causas es que "la productividad promedio viene cayendo en los últimos 10 ó 15 años, y que cuando eso ocurre los ingresos se ajustan a esa productividad baja, y caen".
El economista estimó que la foto de la pobreza empeorará de la mano de la aceleración inflacionaria, a la que los ingresos y salarios corren de atrás.
Según surge de los últimos datos del INDEC, el desempleo es muy alto entre los jóvenes y las mujeres, y en particular en el Conurbano y la Ciudad de Buenos Aires. Son los grupos y zonas más golpeadas por un flagelo que no parece dispuesto a ceder en el corto plazo.
Un plan electoral con efectos impredecibles
Por Manuel Adorni (*)
Ya está en marcha el nuevo "plan platita". Mejoras en el impuesto a las Ganancias de la cuarta categoría (trabajadores en relación de dependencia), adicionales para tercera edad y devolución "del IVA" para quienes compren alimentos y productos esenciales de limpieza son la primera muestra de un paquete de medidas que preparó el Gobierno para intentar que todos olvidemos la paliza electoral recibida por el oficialismo en las urnas el pasado 13 de agosto.
Este no es el primer "plan platita". Hubo varios y el más reciente nos lleva al año 2021 donde las similitudes con el hoy sobran: derrota electoral en las elecciones PASO que derivaron por aquel tiempo en un sinfín de medidas que expandieron el gasto público al infinito, también en pos de revertir una derrota en las urnas de aquellas elecciones PASO de medio término.
Lo cierto es que la similitud de las medidas con las que estamos viendo hoy no eran acompañadas por aquel entonces por la misma coyuntura de la actualidad: la inflación en agosto de 2021 era de apenas 2,5 por ciento y la inflación interanual era del 50,4 por ciento.
Hoy la inflación se ha disparado: la inflación mensual en agosto fue del 12,4 por ciento y la de los últimos 12 meses superó con creces el 124 por ciento.
El descontrol en el gasto público que se generará con las medidas pos electorales resulta difícil de medir: solo con las modificaciones impuestas en el impuesto a las ganancias –se elevó el mínimo no imponible a 1.770.000 pesos- el costo para las arcas públicas nacionales ascenderá al menos al billón de pesos ($1.000.000.000.000) anuales.
El Gobierno festejó que solo el 1% de la gente pagará ganancias (dicho de otra manera, que solo el 1% de la gente gana por encima del 1.770.000 pesos): no se deben haber percatado que festejar eso es festejar que solo 80.000 personas ganan más de 2.400 dólares por mes (el equivalente a $1.770.000), salario que hoy recibe un empleado que recién ingresa a trabajar a un McDonald's en países desarrollados. El deterioro es brutal.
La otra medida de gran impacto fiscal es sin dudas la devolución del IVA en la compra de alimentos a "más de 9 millones de personas" (según las propias expresiones del gobierno).
El tope de reintegro mensual será de 18.800 pesos y si bien no todos tendrán la oportunidad de aprovechar el beneficio (es solo para aquellas compras realizadas con tarjeta) lo cierto es que el golpe a las arcas con esta decisión podría llegar hasta los 676.800 millones de pesos de aquí a fin de año.
Toda baja de impuestos debe festejarse: es más dinero en los bolsillos de la gente y por consecuencia, mayor libertad para decidir en qué gastar el dinero propio sin un Estado elefantiásico que decida por nosotros.
Lo inconsistente de este "plan platita" es que en un contexto de 124,4 por ciento de inflación anual la reducción de impuestos implicará mayor emisión monetaria y mayor presión inflacionaria ya que todas estas medidas no fueron acompañadas con su correlato en una baja de magnitudes similares en el gasto del Estado.
El fracaso de años de gestión no se puede resolver con medidas electoralistas cortoplacistas cargadas de populismo.
La inflación y la destrucción del salario real son la consecuencia de un gobierno perdido sofocado por su propia mala praxis. Creer que luego de las últimas medidas conseguirán torcer la intención de voto de un puñado es no entender que es lo que verdaderamente está ocurriendo hoy en la Argentina.
Lo más extraño de todo es que a pesar de la evidencia, la culpa de toda la impericia parece seguir siendo del propio FMI.
Si se sigue sin reconocer las causas de nuestra decadencia, jamás podremos pensar en un país con futuro.
(*) - Economista, conductor y columnista en Radio Rivadavia.