El gobierno de tres cabezas se jactó de no tener plan. El no plan era no pagar deuda durante 4 años. Martín Guzmán negoció con los privados y logró postergaciones; para cuando lo hizo con el FMI fue Máximo Kirchner quien se negó a aprobar el acuerdo, que obliga a tener no más de 1,9% de déficit en el PBI en 2023. Inconcebible el populismo sin recursos a repartir.
El presupuesto de Sergio Massa (¿socio de Máximo en Buenos Aires?) apunta al ajuste; el Instituto Patria no lo tolera, menos en año electoral. El titular de Economía habló de superávit fiscal y comercial con tipo de cambio competitivo; dijo -videograbado ante el coloquio de Idea- que la política tiene que ceder, es decir bajar el gasto.
¿Qué dice Cristina? Su silencio es sentencioso. La eliminación de subsidios a la energía supone aumentos -desde principios del año que viene- de 100% en tarifas residenciales de la EPE; en el Área Metropolitana del Gran Buenos Aires, nada está definido. El beneficio se prolonga allí donde a la vicepresidenta más le interesa; el subsidio al transporte en el Amba es una realidad que contrasta -una vez más- con los paros en el interior.
Manteniendo subsidios -selectivos- la jefa del “oficialismo opositor” impide parte del recorte del gasto que Massa le promete al FMI. El Instituto Patria no quiere un salto devaluatorio. El “crawling peg” -devaluación progresiva- corre atrás de la alta inflación y el tipo de cambio competitivo del que habla Massa, se aleja. El director del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo, Ilan Goldfajn, le advirtió al ministro argentino que los 14 tipos de cambio no sirven.
Acompañado en Washington por su viceministro Gabriel Rubinstein, Massa explica -con fundado argumento- que no puede aplicar un shock devaluatorio sin antes tener un orden fiscal, monetario y cambiario. No es difícil inferir lo que Goldfajn le respondería: el orden fiscal no se alcanza con más gastos sin recursos (lo advirtió explícitamente Kristalina Georg) y el orden cambiario dependería del tipo de cambio competitivo, es decir de la devaluación. ¿Puede Massa convencer a Cristina?
Es el kirchnerismo el que le ha advertido a su ministro que no votará el presupuesto. Es Máximo -desde el significativo silencio de su madre- quien reclama financiamiento que demanda emitir pesos o tomar deuda interna. El orden monetario también depende de un acuerdo hoy inexistente entre el tigrense y la vicepresidenta.
En un reciente informe de coyuntura del Ieral/Fundación Mediterránea, Guillermo Bermúdez calculó en $8,1 billones (léase millones de millones) el déficit cuasifiscal (el BCRA por pases y Leliqs) para fin de año. Eso sin asistir al Tesoro, sólo para refinanciar lo que ya se ha emitido de deuda pública.
Javier Vasconcelos ha advertido -entre las inconsistencias del presupuesto de Massa- que la reducción de los pasivos remunerados del BCRA en términos del PBI, de 11,9 % en 2022 a 9,5 % en 2023, es un “imposible” si se cumple la previsión de inflación del 60% anual que licuaría en parte ese frente.
El dólar soja que sí está obligado a pasar por las manos de Miguel Pesce ya se acabó. La exportación de trigo llegará mermada por la sequía. El Banco Central mantiene tasas altas que enfrían la economía, posterga importaciones junto a la Afip que afectan el sistema productivo, y volvió a perder reservas.
La sugerencia de Axel Kicillof y Augusto Costa para que el fin de año se encare con congelamiento de precios y salarios ha acelerado los aumentos preventivos, sobre todo de alimentos. Tarde, Massa lo niega. La desconfianza impera.
Un bono de suma fija -de esas que igualan ingresos para abajo- es la maldición de una CGT sin poder paritario. También la bendición relativa de las organizaciones sociales que -peronistas o de izquierda- reclaman más asistencia mientras la nueva ministra de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz, dice que no habrá más planes.
¿Es un buen dato la inflación del 6,2 de septiembre? El problema es de tal magnitud que, si el gobierno sigue sin plan, la idea de transitar 2023 hasta las elecciones sin un salto devaluatorio -ni un pico agudo en la crisis social- es poco menos que una ilusión, a menos que Massa concilie a Cristina con el FMI.