¡Qué hacés, hermano! María Mónica junto a su hermano Miguel. Se reencontraron después de diez años sin verse.
¡Qué hacés, hermano! María Mónica junto a su hermano Miguel. Se reencontraron después de diez años sin verse.
Para una mujer no es sencillo ponerse un emprendimiento laboral al hombro sin perder nunca la sonrisa. Pero el humor parece ser una condición innata en María Mónica Riquelme, que maneja a la perfección. La mujer llegó a Varadero Sarsotti el 23 de junio de 1973;,cuando compró un ranchito con su primer marido, que más tarde mejoró gracias al padre Atilio Rosso, y donde en 1989, abrió un almacén atrás. Junto a su simpática lora Pirica, María Mónica recibe a todos los vecinos del barrio. Las ventas marchan bien, sobre todo las relacionadas con las bebidas y cigarrillos. Todos la conocen y al pasar la saludan cordialmente. “Me gusta el barrio. Es tranquilo. Si no te metés con nadie, no tenés problemas. Yo sé tratar con todos: con el chorro, con el malandra, con el drogadicto... Yo los entiendo. Hay delincuentes como en todos lados. En pleno centro hay, ¡mirá si no va a haber en un barrio!”, dice con la simpleza de quien tiene descifradas ciertas cuestiones tras una vida difícil. Y es que la jornada de Mari no sólo se limita a llevar adelante su actividad comercial. También cuida amorosamente a su actual marido, a quien le diagnosticaron diabetes hace diez años, enfermedad que los enfrentó a una dura prueba. “Se le formaron dos úlceras en la pierna y se la debieron cortar. Él nunca se quería hacer tratar, porque les tenía miedo a los médicos. Un día no pudo más con el dolor, así que tuve que convencerlo y llevarlo al hospital. A los quince días le amputaron la pierna”, contó. Al escuchar su relato es inevitable preguntarse cómo logra cumplir con todo sin bajar los brazos. Pero sonríe una vez más y cuenta: “Nadie me da una mano, yo solita me doy vuelta. Me arreglo como puedo. Tengo tres hijos de mi primer matrimonio, pero ellos ya son grandes y tienen su vida. Y acá tengo a dos de mis hijos. Uno de 15 y la nena de 20. Mi hijo es chico, pero la nena trabaja y cuando le queda una moneda ella me ayuda”. Pero la vida aún tiene sorpresas deparadas para Mari. Su hermano Miguel vino a visitarla desde Reconquista. Hacía diez años que no se veían. “Ayer, iba caminando al Centenario para hablar por teléfono y en la circunvalación me lo encontré, él iba para mi casa. Cuando nos sentamos, la lorada duró hasta la madrugada. Para mí, es una alegría enorme haberme reencontrado con él”, cuenta Mari. “Vine sin avisar porque tenía que hacer unos trámites por mi retiro. También quería visitar a mi cuñado. No podía creer lo que le había pasado. Pero ahora, ya estoy más tranquilo porque pude verlo”, comenta Miguel. Los une un lazo que resiste al tiempo y la distancia. “Mari es de las mejores hermanas. Cuando éramos chicos era como mi mamá”, dice mientras mira con complicidad a María Mónica. Y es que la fortaleza no es algo que surge de pronto sino una virtud que se construye con los años. Siendo pequeña, Mari ya estaba preparada para enfrentar dificultades. Debió ayudar a su madre a cuidar a sus trece hermanos y también a los hijos de su padre. En total, veinte personas que han sido cobijadas por esta mujer. Y hoy, su familia es mucho más grande. Está formada por todos aquellos vecinos que durante el día se hacen un tiempito para pasar por el almacén, a disfrutar de un buen vaso de vino a tres pesos y una grata charla con la adorable Mari.