Mónica Ritacca - Nancy Balza
Rabia, miedo, dolor por los objetos perdidos, pero también por la privacidad invadida y por una tranquilidad que _se teme_ nunca será recuperada del todo. Para las personas que fueron víctimas de un delito, todos esos sentimientos se suman y se mezclan junto con una dosis de culpa, ésa que lleva a creer que ``eso'' no hubiese pasado si se hacía o dejaba de hacer tal o cual cosa.
Junto con estas sensaciones subjetivas e individuales, se vuelve evidente otro fenómeno, que trasciende la propia vivencia y condiciona mucho más que los hábitos personales: una desconfianza hacia todo lo que se intuye como amenaza, que en definitiva es aquéllo que se desconoce o se ve como diferente, y un mayor aislamiento que implica por lógica una participación nula o, en todo caso, selectiva. Y como resultado, una brecha entre ``unos'' y ``otros'' que se cristaliza en el discurso y las acciones, y que, en la opinión del sociólogo Máximo Sozzo, sólo puede reducirse con una activa política pública ``que tienda puentes que hoy están prácticamente quebrados''.
La tranquilidad perdida
``Y si... la vida te cambia después de que sos víctima de un robo o de un asalto e incluso nunca más volvés a ser el mismo''. Con esa frase de Graciela se sintetiza qué pasa en la gente luego de sufrir un hecho delictivo; aunque las sensaciones varíen en cada persona. Desconfianza y miedo fueron las conclusiones más escuchadas en los relatos obtenidos por El Litoral. Y también resentimiento y bronca.
Roberto es un agenciero de la zona sur de la ciudad. Lleva cinco robos en su negocio, varios a mano armada, y reconoce que después del primero vive con temor. Consultado acerca de cómo es su vida luego de haber atravesado por un hecho delictivo y qué cosas perdió, manifestó haber dejado atrás la tranquilidad, la confianza en la gente y también clientes.
``Después de un asalto, cuando ves una cara rara o una persona con actitudes extrañas tenés miedo. Después del último robo entraron dos chicas adolescentes que, sólo por reírse, me dieron para sospechar. La desconfianza es algo que te viene espontáneamente, sin quererlo o premeditarlo'', dijo el hombre. Y agregó: ``Lo mismo me pasa cuando guardo de noche el auto en la cochera: si veo una cara que no me convence doy vueltas a la manzana hasta no verla más''.
Roberto tiene 62 años y considera no poder trabajar en otra cosa que no sea su agencia de quinielas. Es que la atiende desde 1987 y, en sus palabras, ``a mi edad no puedo cambiar mi vida. Llevo años en esto y no podría hacer otra cosa''. No es el único afectado por los cinco robos ya que su familia, por más que no haya estado presente cuando sucedieron, también lo es. ``Es que en estos casos el entorno también sufre'', dijo.
Vender quinielas detrás de una reja, considera Roberto, no es bueno porque resulta una incomodidad para los clientes. Sin embargo, desde hace un tiempo debió modificar la costumbre de atender a puertas abiertas y colocar barrotes de metal que impidan la entrada ``de cualquier persona'' al local comercial.
``Mirá que paradoja: yo antes era viajante y cambié de rubro porque quería vivir más tranquilo. Pero me parece que me confundí porque lo que menos tengo es tranquilidad. Sé que actualmente falta educación y trabajo pero... ¿por qué tengo que pagar yo los platos rotos?''.
A puertas cerradas
En otro extremo de la ciudad, El Litoral dialogó con Clara, una vecina de la zona costera de La Guardia que también fue víctima de un robo a mano armada y a plena luz del día. ``Con sólo una vez que alguien entra a asaltarte, para apropiarse de algo que es tuyo, te cambia la vida. Al principio se siente impotencia y rabia, pero después viene el miedo'', contó esta mujer que tiene un almacén en su propia casa y siempre lo atendió con las puertas abiertas.
``Se terminó la posibilidad de que la gente entre y elija lo que tengo para vender. Ahora, como atiendo con reja de por medio, los clientes vienen y compran lo que necesitan; ya no se fijan qué más pueden llevar para completar un vuelto''. Y agregó: ``Ahora nos fijamos en la cara del que viene, si es del barrio o no''.
Al igual que Roberto, esta vecina sostiene que su entorno también fue afectado con el robo.
Pero los asaltos también ocurren en la vía pública. Y Sandra, de 24 años, fue víctima de uno: un hombre en bicicleta se acercó para preguntarle una dirección y la obligó a entregarle la cadenita de oro que llevaba colgada del cuello. ``Es indudable que una vez que te pasa cambiás de actitud. Sentís que la gente te persigue y que te quiere hacer algo. Después del asalto, cuando me hablan en la calle me hago la distraída y sigo caminando''. Desde entonces, dejó de usar cosas de valor o que llamen la atención y duda de ``todo el mundo''.
``Una sociedad dividida''
``De diez clientes que entran hay 5 ó 6 a los que les ha pasado algo. Si se hace una estadística, a todo el mundo algo le pasó'', opinó un comerciante que sufrió en carne propia ese ``algo'': un robo a mano armada, con la cuota extra de violencia que significa que otros miembros de su familia también hayan estado expuestos. ``Te vas dando cuenta de que ya es de la vida cotidiana'', reflexiona ahora, con varios años de un trabajo que continúa los pasos de su padre y que una década atrás podía desenvolverse quizá con los mismos sobresaltos económicos pero con menos riesgos.
Con tantas experiencias comunes a la suya, no duda en evaluar que ``el tema es la cantidad de gente que hoy queda con esta secuela''. Y esa secuela, además del miedo particular ``que no te lo saca nadie'' es la de una sociedad dividida. Acostumbrado a jugar al fútbol con chicos de cualquier barrio, se pregunta ahora, que ya es padre, cómo le explica a sus propios hijos que es necesario cuidarse pero no estar todo el tiempo en guardia.
La transformación no es sólo personal sino que involucra a todo un barrio que los vecinos consideraban tranquilo hasta que dejaron de estar al margen de los hechos policiales. Entonces, a los negocios de puertas abiertas y a la vida tranquila entre casas sencillas, se les fueron adosando medidas de seguridad que modificaron la fisonomía y la rutina, pero también profundizaron el encierro.
Pero, para este comerciante, el tema también pasa por los chicos: ``¿Qué es lo que se está fabricando desde los dos lados?'' Y él mismo responde: ``El mismo odio, el mismo rencor''.