Rogelio Alaniz
El gobierno de Hermes Binner ingresa en su último año de su gestión. En política, las novedades siempre pueden presentarse, pero todo hace suponer que va a concluir el mandato sin grandes sobresaltos políticos y sociales, entre otras cosas porque este gobierno se ha distinguido por un estilo de gestión racional y previsible, coincidente con las expectativas de una sociedad que reclama estas virtudes por parte de su clase dirigente.
Exageraría si dijera que estoy orgulloso de esta gestión, pero no falto a la verdad si digo que estoy satisfecho, moderadamente satisfecho. Este gobierno no es perfecto porque, como dijera Michel Rocard, la perfección es una fantasía fascista, pero ha tomado medidas justas en diferentes campos del quehacer social y, sobre todo, se ha sabido ganar el respeto y la credibilidad de una ciudadanía a la que no es fácil engañar con espejitos de colores.
Los santafesinos podrán hacerle observaciones a esta gestión, pero a todos los domina la certeza de que están gobernados por personas honradas. Esa credibilidad moral es uno de los grandes capitales políticos de este gobierno. Lo es en realidad de cualquier gobierno, pero muy en particular de quienes llegan al poder levantando las banderas de la ética y la decencia pública y privada.
“Pero no es revolucionario”, me dice un amigo izquierdista. Por suerte no lo es, respondo. Por suerte su dirigencia ha rehuido a la tentación de sumergirse en esa alienación colectiva de la revolución que tantas catástrofes produjo en el siglo veinte. Este gobierno no es revolucionario, pero es reformista, lo cual en la Argentina que vivimos es siempre una gran noticia. Al respecto, los argentinos hemos ensayado las más diversas y degradadas variantes del populismo y el autoritarismo; también hemos intentado degustar los elixires de la revolución de derecha y de izquierda. En todos los casos hemos fracasado. ¿Por qué entonces no darle una oportunidad al reformismo? A un reformismo progresista, republicano y democrático. Es lo que se ha propuesto hacer el Frente Progresista, con dificultades, aciertos y errores, pero sin perder de vista el objetivo principal: reformar lo que es injusto, conservar lo que funciona.
(Lea la nota completa en la Edición Impresa)