En 2003. El 29 de abril se cumplieron 10 años del ingreso del Salado a la ciudad. Roma fue uno de los barrios afectados, donde se encuentra el Hospital de Niños, que en el marco de la catástrofe tuvo que ser desalojado. Foto: Archivo El Litoral / Alejandro Villar
Ante situaciones trágicas, los seres humanos suelen consolarse afirmando que el tiempo todo lo cura. Sin embargo, sólo aquellos que transitaron por experiencias que los han marcado en lo más profundo saben que -por lo general- el paso del tiempo no hace más que fijar imágenes en la mente y dolor extremo en el corazón. Tal es el caso de quienes sufrieron durante el 2003 el brutal avance del río Salado sobre sus hogares, sus recuerdos y toda su estructura de vida. Yolanda Forgioni, presidenta de la vecinal Parque Juan de Garay desde el año 2004, aún recuerda angustiada cómo la inundación diezmó el barrio, cómo sacó a la luz todo lo bueno y lo malo de la gente. “Nos dejó a todos en la calle. Nos quedamos con nuestras casas completamente desechas en sólo unas horas”. Según Yolanda, cada vecino lo vivió de manera distinta. Para ella, fue como ser la espectadora de una película, en la cual el río ingresó impiadoso y con sus cauces devoró su hogar ante su impotente mirada. “Enfrente de mi casa hay un complejo de viviendas donde viven unos amigos, y cuando el agua comenzó a subir nos dieron refugio en su departamento. Mientras cruzábamos con mi marido, el agua nos llegaba a los tobillos pero subía muy rápidamente. Con el paso de las horas, pude ver parada desde el balcón de ese departamento cómo mi casa se hundía. Recién a las dos menos veinte de la mañana, el Salado se detuvo”. “Estuvimos en ese departamento durante unos 15 días, observando nuestra vivienda que estaba tapada por el agua hasta el techo. Presenciamos todo el proceso de la inundación. Fuimos testigos del sufrimiento de la gente, del miedo que reinaba en la espesa oscuridad, cómo algunos se quedaban en los techos vigilando sus casas mientras que otros debieron abandonarlas, los tiros, los helicópteros que nos alumbraban, los animales que pasaban flotando muertos, la basura. Hasta el cuerpo de una persona. Todo componía una escena espantosa”, cuenta Yolanda. “En ese momento nos prestaron otro departamento, esta vez en el centro. Y ahí permanecimos hasta que el agua bajó y pudimos volver a nuestra casa. Todo estaba devastado. Vimos a las personas peleando por colchones, por comida, mucha desesperación y necesidad. Así como también vimos gente que no se inundó y aun así hacía cola para recibir donaciones”, recuerda. “Después de diez años, duele tanta injusticia. Esto no fue sólo un hecho de la naturaleza. Hubo negligencia y responsabilidades. Con el paso del tiempo, algunas personas lograron recuperarse, pero otras quedaron muy afligidas. Yo tuve mucha contención, lamentablemente muchos vecinos no corrieron la misma suerte”, concluye Yolanda. Y el Salado -una vez más- se hace lágrima en sus ojos.
"Después de diez años, duele tanta injusticia. Esto no fue sólo un hecho de la naturaleza. Hubo negligencia y responsabilidades”. Yolanda Forgioni, vecinalista.