Por Josefina Gómez
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Pocas veces tiene uno la posibilidad de celebrar un debut. Esos instantes quedan entonces marcados como páginas selectas en la memoria emotiva. Se transforman de inmediato en los tesoros que buscamos mantener vivos en la memoria cuando todo lo demás falla. Para en ese instante levantar el barrilete y volver a sonreír.
La oportunidad del debut es algo que nadie puede despreciar ni desperdiciar. Los amantes del fútbol, por poner un caso, sueñan con estos instantes. Tanto hinchas, como jugadores esperan con ansias ese momento de quiebre. Unos, de ser testigos y otros de transformarse en protagonistas, ambos de tener cerca la chance de subirse al sueño celeste y blanco de la selección argentina de fútbol.
Este miércoles fue, definitivamente, la noche del debut para muchos. Ahí estaban los miles fanáticos santafesinos, argentinos, listos para ver y sentir, en muchos casos por primera vez, al seleccionado nacional. Ese fue el debut de ayer. Era la chance de estrenar en un partido esa camiseta que alguna vez compraron para ver el mundial o jugar un fulbito en alguna peña.
Ahí estaban también, los cuatro gatos locos, que se atrevieron a llegar al Cementerio de los Elefantes con sus camisetas de Panamá, con banderas, pitos, matracas y todo. Grandes y niños, hombres y mujeres. Algunos en la platea del codo sur del estadio, otros -muchos menos- mezclados en las plateas y tribunas.
Y dentro del campo de juego algunos cuantos más, pero como protagonistas de la escena, elemento indispensable para completar el cuadro. Debutaban, estrenaban el sueño que de chicos les traía insomnio, vivían en carne y hueso esa fantasía a la que jugaban en el potrero. Hacían realidad eso de llevar la pelota y relatar sus jugadas ‘como si‘ estuvieran en la selección. Encima como si faltaba más, de a ratos miraban para el banco, y ahí mismo, parado, del otro lado de la línea de cal, Diego Maradona. Algunos pensaron ‘ni en mis mejores sueños‘.
Es entonces, cuando más allá del resultado del encuentro, más allá de que seamos hinchas de algún club local, más allá de que no compartamos esa pasión con nuestro acompañante de turno. Es entonces que, casi sin pedir permiso, sucedía el debut. Y mientras muchos veían un partido y nada más, algunos no pudieron disimular su mirada de asombro. Algunos decidieron no perderse el irrepetible momento de ser privilegiados espectadores. Y entonces vieron a la celeste y blanca pasearse frente a sus narices “por primera vez”.
Ni unos ni otros olvidarán el momento, y todos querrán guardar en sus retinas la imagen, y en su memoria los instantes más intensos. Para tener memoria, cuando todo lo demás falle. Para en ese instante...levantar el barrilete...y volver a sonreír.