La tecnología que hoy se libera para salir al mercado es el resultado de años de investigación, esfuerzo y recursos puestos en juego, que comenzó en 1992 cuando Raquel Chan retornó al país luego de completar su posdoctorado en Francia, en el Instituto de Biología Molecular en Plantas de la Universidad Louis Pasteur.
La investigadora, que en ese momento desarrollaba sus actividades en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), comenzó a investigar cómo las plantas respondían a las condiciones ambientales y a estudiar los llamados “factores de transcripción”, las proteínas que regulan estas respuestas de las plantas.
Luego de diez años de ensayos, y ya siendo investigadora y docente en la UNL, en 2002 el equipo de trabajo de la Dra. Chan publica un trabajo de caracterización funcional del gen Hahb-4 identificado unos años antes. Los resultados obtenidos con la planta modelo Arabidopsis thaliana indicaban que el Hahb-4 estaba involucrado en la respuesta de las plantas al estrés hídrico (falta de agua).
Dos años después se logró la primera patente, cuya titularidad es conjunta entre la UNL y el Conicet. Ambas instituciones se asociaron con la empresa argentina Bioceres, que recibió la licencia para desarrollar pruebas a campo, y en 2012 llegó el segundo gran avance, con la tecnología HB4, realizada con un gen de la familia del Hahb-4.
A diferencia de otros desarrollos transgénicos, las plantas con HB4 no ven afectadas en su productividad ante la falta de factores estresantes. Por el contrario, los cultivos que cuentan con esta tecnología aumentan su rendimiento tanto en condiciones normales como adversas, en porcentajes que van de 1 a 25% por sobre las variedades comerciales. Esta tecnología fue probada en cultivos a campo y con el anuncio de ayer supera todas las normas regulatorias para ser lanzada al mercado.