Dario Pignata
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Paulo Rosales sintió que los dirigentes no lo respetaron por haber jugado medio año en Primera con el mismo contrato que en la “B”. Los dirigentes de Unión sienten que Rosales no los respeta al dejarlos hoy plantados en la sede con el contrato firmado y habiendo dicho sí a todas las exigencias del jugador: el monto, el tiempo, el retroactivo, la forma de pago.
Las dos partes tienen razón, las dos partes tienen culpas.
Unión, en el caso de sus dirigentes, por haber dejado que la cuerda se estire tanto. Rosales, con su entorno, por dar tantas vueltas y desgastar una relación donde se mezclan —lamentablemente, aunque nadie lo admita— cuestiones extrafutbolísticas.
Si se cumple la palabra del representante Damián Siocán y Paulo firma el 4 de enero su contrato con Unión, se habrá generado un desgaste innecesario que lo dejará al “10” encerrado en un laberinto para el 2012 que ni Maradona o Messi pueden cumplir: jugar siempre bien.
Ahora bien, si Rosales no firma el contrato y un club extranjero ejecuta la famosa cláusula de 30.000 dólares, estoy convencido de que se viene un sacudón dirigencial interno de esos a los que Unión nos tiene acostumbrados. Corral, Malvicino y Vega lo sufrieron.
El manoseo Unión/Rosales es tan evidente como innecesario. Cada parte se siente no respetado por el otro. Los dos tienen razón. Los dos tienen culpas.