Lía Masjoan
Norma Molina tiene 37 años y 8 hijos: cuatro nenas y cuatro varones, que van desde los 5 hasta los 18 años. Cualquiera arriesgaría que pasa gran parte del día En la cocina de su casa de barrio Villa Oculta, preparando desayunos, guisos y platos suculentos para alimentar a su numerosa familia. Pero no. Los hijos de Norma almuerzan En el comedor escolar y cenan la vianda que cada mañana preparan En la Casita Padre Catena, una institución solidaria que reparte abundantes porciones, con fruta incluida, para 300 chicos del barrio. “Siempre ponemos un poco de más porque sabemos que también comen los padres”, confesó Ema Tarragona, una de las encargadas. Esta iniciativa, que se lleva adelante desde hace 7 años, tiene un punto a favor muy destacable: recupera el hábito de comer En familia entre los que sí o sí necesitan de la solidaridad para tener un alimento En el plato todos los días.
De a poco, se fueron sumando al servicio de vianda -que es solventado con fondos del gobierno provincial- las 20 familias que se instalaron hace unos meses En las nuevas casitas que construyó Los sin Techo En el extremo oeste del barrio.
Norma es colaboradora de la Casita. “Somos muchos En casa, mi marido es pintor y a veces no alcanza”, contó. Una ayuda es la asignación universal que, no sabe por qué, sólo recibe por tres de sus hijos ($ 1.200 En total).
Inés Mancilla también dedica sus mañanas a la cocina comunitaria de la Casita. A cambio recibe un bolsón semanal con 7 kilos de carne, dos pollos y verduras que usa para preparar la cena. Al mediodía sus tres hijos almuerzan En la escuela, como todos los del barrio. Incluso En vacaciones, porque permanecen abiertas para cumplir esta misión.
Así, con esas rutinas alimenticias, muchas mujeres del barrio sólo se ven ante el desafío de la olla vacía los fines de semana, cuando las instituciones solventadas por el Estado cierran sus puertas. Y eso explica un dato curioso que se observa al caminar las calles de Villa Oculta: el barrio carece de carnicerías y verdulerías. Directamente no hay. En un contexto de mucha pobreza, es el Estado el que suple esas compras. “Una vez intentaron traer una verdulería pero no funcionó”, contó Ema.
Sí hay pequeños almacenes, como el de Alicia Martínez. “Lo que más vendo es azúcar, yerba, aceite, harina, jabón En polvo y lavandina”, dijo asomándose desde la diminuta ventana por la que atiende a sus vecinos. “Los precios aumentaron, pero la gente sigue comprando, las ventas no bajaron. Yo, por ejemplo, compraba menudo de pollo a $ 20 el kilo y ahora lo pago $ 40”, contó.
Si necesitan alimentos frescos, los de Villa Oculta dejan atrás el puente ferroviario y caminan hasta Villa del Parque, donde el movimiento es un poco más intenso. Allí hay numerosos comercios, que incluso anotan En la libreta. En un almacén, se consigue el kilo de milanesa de pollo a $ 37 y En una carnicería de Padre Catena al 4200 se ofrecen 5 cortes de carne a $ 180, incluyendo pulpa, puchero y picada. “No aumenté los precios porque, si no, no vendo”, dijo el comerciante. En cambio, Tito el verdulero reconoció que desde hace unos 15 días “las ventas bajaron, la gente se cuida más, y si antes llevaban dos kilos ahora compran uno”.