A medida que se van dejando atrás las principales avenidas, la fisonomía urbana empieza a modificarse de manera notable: el asfalto desaparece bajo las ruedas de los vehículos, las construcciones se vuelven más irregulares y los servicios más precarios. En ese contexto trabajan numerosas instituciones que brindan apoyo a los grupos humanos con mayores necesidades.
También Los sin Techo. Es más, a esta geografía se refiere Jorge Jourdán, coordinador del Movimiento, cuando habla de los “barrios”.
En Uruguay y Gaboto funciona una copa de leche y allí, desde muy temprano, se van turnando las mujeres que integran de manera mayoritaria la institución para responder a la demanda de unos 300 niños y niñas. Es febrero y todavía hay vacaciones escolares pero la cantidad de chicos que entran y salen del local no se reduce demasiado en relación con el resto del año. Ahí está Marta, una de las encargadas de distribuir la leche, la factura, el pan o el alfajor y la fruta de cada día. “La mayoría de las mamás de los chicos que vienen acá nos piden, pero no podemos darles a todos; nos mandan a pedir leche para los más chiquitos y a veces son 6 o 7 hermanitos y eso duele”.
Justo el día anterior había llovido y las calles estaban surcadas por huellas y pozos, pero la accidentada topografía no impedía el constante desfile de chicos de todas las edades en busca del alimento. Marta conoce el barrio y el trabajo del Movimiento. En todo este tiempo vio cómo el barrio fue cambiando y la situación económica empeoró: “Te dicen que bajó la cantidad de pobres pero es cada vez peor” y la economía no ayuda: “Acá hay muchas criaturas y es bastante complicado vivir con lo poco que se tiene cuando todo aumenta: el pan, la garrafa, la leche. Y hay que tener para comer todos los días”.
Para algunos chicos y sus madres, llegar a la copa de leche del Movimiento en barrio Pompeya también significa caminar varias cuadras y en ocasiones es muy complicado. El sector de Matheu y San Juan se vuelve prácticamente una pileta cuando llueve. Aún así, algunos de los 270 chicos que están anotados recorren diez y hasta 15 cuadras para tomar la leche y luego la vianda con la comida. En algunos casos son familias que vivían cerca de esa esquina pero fueron “corridas” por hechos de inseguridad.
Norma confirma que la pobreza es moneda corriente más allá de las cifras oficiales y de la Asignación Universal que “a veces es el único ingreso para la familia”. Al amplio y prolijo salón del que es coordinadora llegan los destinatarios que están registrados, pero también “chicos que andan de paso y me piden una taza de leche; son chicos grandes -aclara- de 16 o 17 años que tienen hambre y no se les puede negar el alimento”.
Hace 9 años que trabaja con el Movimiento y no duda en decir que “hay más demanda de comida y más necesidades”. Y aporta un dato concreto: “Este verano no cambió demasiado la cifra de chicos; al contrario, siguieron viniendo casi en la misma cantidad que el resto del año”.