Al lado de la escuela. La capilla Santa Lucía se levantó mucho tiempo antes que la escuela. No era como es en la actualidad, sino mucho más pequeña. Con los años, y el trabajo de los colaboradores, se amplió.
Edelmiro Gasparotto fue un sacerdote que comprendió que la doctrina católica debía traspasar las paredes de la Iglesia y tomar la calle para sembrarse en el corazón de cada vecino. Hoy, su legado es mantenido con orgullo en la capilla y la escuela que levantó con tanto esfuerzo.
Al lado de la escuela. La capilla Santa Lucía se levantó mucho tiempo antes que la escuela. No era como es en la actualidad, sino mucho más pequeña. Con los años, y el trabajo de los colaboradores, se amplió.
Graciela Retamar es mucho más que la directora de la escuela Santa Lucía. Su vida entera se desarrolló de la mano con esta institución. Su padre construyó parte de los salones y de la capilla, su madre fue portera fundadora y su hermana trabajó en el comedor y como celadora.
Luego ella se integraría como docente y como catequista en la capilla hasta alcanzar con los años su cargo como directora. “Es como una segunda casa para mí y tiene mucho que ver con la historia de mis seres queridos. Imaginen el orgullo que tengo de festejar ahora los cincuenta años de la institución”, cuenta Graciela.
Esta escuela, que hoy representa el alma de barrio Roque Sáenz Peña, se fundó el 18 de junio de 1964 con una pequeña salita de jardín que atendía a unos 25 niños. Con los meses y por pedido de los padres se fueron incorporando nuevas aulas y más grados.
“Este terreno era por aquel entonces una laguna, tuvimos que rellenarlo y trabajarlo. Implicó el esfuerzo de cientos de voluntarios y de los soldados del Regimiento 12 del cual el padre Gasparotto era capellán. Hoy somos un verdadero complejo educativo que abarca los tres niveles: jardín, primaria y secundaria”, explica Graciela.
Actualmente, lo que comenzó siendo un sueño sobre una laguna, es una institución consolidada y de puertas abiertas que educa diariamente a unos 1.000 alumnos de toda la zona.
La diferencia
La formación de la persona es fundamental en Santa Lucía, más allá de lo pedagógico y del servicio de comedor que también se destacan.
“Acá el chico no es un número, y creo que ése es nuestro fuerte. Estamos muy atentos a la situación de cada alumno y su familia. Intentamos recuperar valores de modo que los chicos lleven a la casa lo aprendido”, dice Graciela.
La mayoría de los estudiantes es de clase media baja, golpeados por una realidad que muchas veces impide la presencia adecuada de los padres. Es por ello que Santa Lucía intenta cumplir un rol protagónico a la hora de contener y educar.
“Tenemos un plantel docente que es excelente y se preocupa mucho por el bienestar general de los chicos. También contamos con un gabinete con una asistente social, una fonoaudióloga y una psicopedagoga. Creemos firmemente que detrás de cada problema de conducta hay un trasfondo que es esencial atender. De modo que trabajamos junto con los padres y derivamos cada caso a especialistas que están al servicio de los chicos”, concluye Graciela.
“Porque creyendo todo se puede”
Don Mieres. Este hombre fue quien levantó el santuario al Gauchito Gil en agradecimiento por su nieto.
“El padre Gasparotto fue nuestro director espiritual. Nos enseñó a estar en servicio permanente y la importancia del ‘brindarse’. Él siempre decía ‘formar a los chicos mejores cristianos para ser mejores ciudadanos’. Los chicos y la comunidad eran su vida. Daba todo, y así fue que nos dejó un vacío enorme, aunque el padre Axel y luego el padre Sergio lograron mantener sus enseñanzas”. Graciela Retamar, directora.
Santo Popular. El Gauchito Gil tiene una fuerte devoción popular en la Argentina. No está comprendido dentro de la liturgia católica.