Trossero, y una reflexión sobre la necesidad de reconstruir sentidos en un mundo autodestructivo
El comunicador, investigador y divulgador de la ciencia pasó por Santa Fe y dejó sus aportes sobre IA, "pantocracia" y "patocracia" y el rol de la educación.
"Hay un nivel de concentración y amarrocamiento de la riqueza del planeta que cuesta entenderlo y que es perverso. Y hay 26 guerras activas, y un planeta devastado: calentamiento global, cambio climático", dijo Alberto Trossero. Crédito: Luis Cetraro
Con más de 34 años de trayectoria en los ámbitos educativos y de la comunicación, el licenciado Alberto Trossero es un destacado profesional en divulgación científica y cultural, nacido en Santa Fe y con residencia actual en Merlo (San Luis). Recientemente estuvo en nuestra ciudad para dar una charla sobre "Filosofía de la comunicación para la promoción del sentido", en la Universidad Católica de Santa Fe.
En diálogo con El Litoral aseguró que la educación y la cultura son las que tienen que ser vectores del cambio y de la búsqueda de nuevos sentidos, porque "claramente el que estamos generando es autodestructivo, y también un colapso, con indicadores que hemos naturalizado y que son horrorosos" de concentración de la riqueza, de empobrecimiento, guerras, el planeta devastado, etc. También habló de la "esperanza" y dijo que "hay un río soterrado de voces que nos invitan a hermanarnos".
Trossero fundó y dirigió revistas de ciencia en la UNL y en la Universidad de San Luis. También inició la revista Postales, centrada en patrimonios culturales. En el ámbito docente, fue profesor universitario en áreas de comunicación, ética y cultura, y capacitó a docentes en educación y creatividad. Es autor de libros como "Grafías de Sueños Ancestrales" y "El vuelo sagrado". Y recibió múltiples distinciones por sus contribuciones sociales y culturales.
- Usted sostiene que la educación y la cultura afrontan la necesidad de recuperar o reconstruir nuevos sentidos ¿Puede ahondar sobre esto? ¿De qué sentidos estamos hablando?
- Primero, si no hay sentido, hay tragedia o absurdo. De modo tal que cuando uno dice que tenemos desde la educación y por lo que ella genera, y desde el ejercicio de la ciudadanía en la cultura, que reconstruir un nuevo sentido es porque claramente el que estamos generando es autodestructivo, y también un colapso, con indicadores que hemos naturalizado y que son horrorosos. Por ejemplo, que el 1% de la población del mundo concentra dos veces y media más riqueza que el 99% restante de la humanidad. O sea, un nivel de amarrocamiento de la riqueza del planeta que cuesta entenderlo y que es perverso. ¿Habrá algún derrame de eso? No; eso coincide con más del 60% de la humanidad pauperizada. Y digo pauperizada y no pobre, porque fue llevada a la pobreza, la empobrecieron, en algunos casos con niveles de exclusión tremendos. También hay un nivel de beligerancia que no tiene antecedentes desde la II Guerra Mundial: 26 guerras activas en este momento en el mundo, que sumadas por cantidad de habitantes y países implicados, son más grandes que la II Guerra Mundial. Y el planeta devastado: calentamiento global, cambio climático, desertificación, con un nivel de compromiso de la vida en todas sus formas que es demoledor y muy preocupante.
"No todos los indicadores son negativos", propuso Trossero, dado que "se han generado movimientos alternativos de todo tipo, y hay un mayor nivel de voluntariado en el mundo como nunca antes existió". Crédito: Luis Cetraro
Pero no todos los indicadores son negativos. En ese mismo escenario del mundo, la ciencia y la tecnología, así como generó el desarrollo técnico que permite una profundización que llevó a este drama, también tendría en su posibilidad, la remediación inmediata. Además, se han generado movimientos alternativos de todo tipo, hay un mayor nivel de voluntariado en el mundo como nunca antes existió. Hay un montón de cosas muy positivas también. Pero hay dimensiones que necesitan ser consideradas. Y la educación y la cultura son las que tienen que ser vectores de esto, porque este es un tren bala, con ciertos dispositivos que se han potenciado con la Inteligencia Artificial y demás, pero que es más de lo mismo, solo que más rápido. La dirección es la misma y, si no hay cambio de sentido, ¿qué será esto dentro de 20 años?
- Siempre se le pide a la educación que sea la punta de lanza de la construcción de sentido, de los cambios. Sin embargo, lo que surge a nivel social es una crítica: que los chicos no aprenden, que la escuela perdió la calidad, que la universidad no cumple. ¿No hay una contradicción constante entre lo que se le pide y la importancia que supuestamente tiene la educación?
-Definitivamente, pero yo creo que la educación no es que tiene que generar el cambio, sino que tiene que cambiar la educación. La educación es prisionera, aún sin saberlo y ante la presencia de honrosas excepciones, de un paradigma equivocado que arranca cuando el desarrollo científico-tecnológico se acelera. Y la educación, en vez de ser la promotora del pensamiento emancipador o crítico, es reproductora de lo que genera. Y se convierte en un sistema prisionero del paradigma de la actualización, que quiere dar cuenta de algo que siempre la tiene por detrás. Es no entender que no se trata de explicar lo que pasa, sino anticiparse a lo que pasa, para poder darle el sentido que corresponde. Porque sino, es ser la cola del tren: explica la marcha del tren, pero no orienta el mismo. Entonces, jugando con la metáfora, no es que hay que encaminar nuevas prácticas, hay que encaminar un nuevo camino porque el que tiene hoy la educación es insuficiente, es reproductivo, es informacionista, con mayor o menor grado de complejidad, pero no promueve un nivel de compromiso serio, riguroso, esperanzado, para realmente ser la matriz del cambio. Ahora, hablar del cambio no supone poder protagonizarlo. Hablar de una transformación definitiva, de un cambio civilizatorio, si no se lo protagoniza, es describir una película de la que uno no se siente el actor principal.
La educación es para mí una de las llaves de la transformación. Entonces hay que reorientarla, hay que resignificarla, hay que liberarla de esa carga de la actualización como un rigor en sí mismo, del posgrado sobre posgrado, porque en el fondo por ahí no está alcanzando para lo que estamos necesitando. Crédito: Lusi Cetraro
-Ahora, los cambios educativos siempre vienen más lentos, porque también es complejo el sistema, ante una realidad que nos lleva puestos de cambios sociales muy rápidos que generan las tecnologías…
- Y nos va a seguir llevando puestos porque en realidad se quiere jugar con la misma lógica de la evolución científica y tecnológica, cuando lo que hay que cambiar es el paradigma de la educación. El paradigma, en términos de conocimientos, en cualquier forma, más refinado y profundo posible, es necesario siempre. No digo renegar de eso, pero es insuficiente. ¿Y de qué manera sí es suficiente? Trascendiéndolo, orientándolo hacia nuevos sentidos, proactivando nuevos desarrollos, generando nuevas sensibilidades, esperanzando, asumiendo a los actores todos como protagonistas y estimulando la participación. Entonces, ahí el contenido y el conocimiento no es el fin de la educación. Y ése es el error. Cuando se cree que la educación tiene como objetivo el conocimiento, se están equivocando. Me dirán que "esto es filosofía de la educación" o que "la educación no está para eso". Se equivocan: el conocimiento es un medio de la educación; el fin es otro. ¿Y cuál es el fin? Es usar el conocimiento, el más complejo inclusive, para ser mejor persona, más digno, más comprometido, más solidario, más respetuoso, más defensor del derecho propio y ajeno. Esos son los fines sagrados de la educación. Entonces, ¿cómo se frena este tren o cómo se lo reorienta? Sobre eso hay que trabajar, y creo que es el gran desafío de la educación como sistema, y de la cultura.
Inteligencia artificial, "más de lo mismo"
-¿Cómo influye la IA y sus avances rápidos, en la educación, en la sociedad y en los futuros empleos?
- A mí me sorprende que se repiten, bajo nuevas figuras, discusiones que ya son arcaicas, superadas, y que generan encandilamiento, como ahora con la Inteligencia Artificial, pero que es más de lo mismo. Eso pasó con los procesos de automatización, después con los de digitalización, después con los de los algoritmos. Es más de lo mismo. Es una posibilidad de conectividad muy amplia, rápida, basta, inconmensurable, que deslumbra. Y después vienen las lecturas críticas, pero hasta éstas son mal enfocadas, porque comienzan con esas diatribas: ¿La realidad miente? Claro que miente. Según lo que le preguntes puede decir A o B y te cambia; pero si lo generamos nosotros a eso. Entonces, no voy a entrar a discutir la Inteligencia Artificial por dos motivos. Primero, porque sería negar el desarrollo científico-tecnológico, que es inmensurable, desde la invención de la rueda hasta la fecha, y forma parte de nuestra cultura. Lo que sí me niego es aceptar que la discusión sea en este nivel: si buena, si mala, si miente, si no miente, si alcanza o cómo permea en el sistema educativo. El tema es que hay que dar un salto de la Inteligencia Artificial a una inteligencia más humana, más esencial, más espiritual. Pero no es con más Inteligencia Artificial que vamos a salir de esto, sino que ésta es la potenciación de una dinámica que ya tiene este paradigma.
"No voy a entrar a discutir la Inteligencia Artificial por dos motivos. Primero, porque sería negar el desarrollo científico-tecnológico, que es inmensurable, desde la invención de la rueda hasta la fecha, y forma parte de nuestra cultura. Lo que sí me niego es aceptar que la discusión sea en este nivel: si buena, si mala, si miente, si no miente, si alcanza o cómo permea en el sistema educativo", indicó el entrevistado. Crédito. Agencia
De la pantocracia a la patocracia
-Usted habla que hoy estamos viviendo a nivel mundial una pantocracia ¿Puede ampliar ese concepto?
-Después de la postmodernidad, vino lo que es la potenciación de la era de la información y la comunicación. Y hoy estamos en el apogeo de la "pantocracia", que es un gobierno "del todo", una pantocracia algorítmica, informativa, difusionista, que manipula, que gobierna la lógica de los mercados, pero también la lógica de las culturas, que permea el sistema educativo, que ingresa en el sistema político. Y acontece lo de Orwell con el "gran hermano", solo que ahora no es el que te vigila, sino el que te gobierna. Desde el celular es como estar conectado a un sistema que te gobierna todo. Y hay como una suerte de utilización y aprovechamiento de eso, pero con un sentido perverso, destructor, donde el imperio de la información, la cultura del odio, la abrumadora dimensión informativa que aliena, porque quita sosiego, quita discernimiento, la rapidez que te atomiza la lógica, todo eso ya llegó al estadío de esta pantocracia del siglo XXI, que desde lo ideológico y político ya estamos viviendo las manifestaciones concretas de la "patocracia".
La patocracia es el gobierno de grupos de poder, ya no solamente concentrados, sino con manejo de informaciones que ingresan por otro modo, que cortan camino y que pueden llegar a generar el consenso y mayoría desde el manejo de redes (función pantocrática). Pero van más allá y pueden acceder al poder grupos de manejo con concepciones perversas del otro, de la vida, ufanándose de eso inclusive, sin querer esconderlo, llevando a que se celebre eso. Habría que decirle al mundo que esas cosas ya están pasando.
"Como nunca en el mundo han proliferado los sistemas y agrupaciones de voluntariado, de compromiso social, de participación de jóvenes en defensa de cuestiones sociales, de dramas económicos, ecológicos, ambientales", dice el divulgador. Crédito: Gentileza
-Acá, desde esferas nacionales, bajan discursos violentos, que desacreditan la opinión del otro…
-Es un fenómeno planetario, que es como todo fenómeno civilizatorio y de época. Así como se hablaba de la postmodernidad, estos son fenómenos de carácter global. En función de los hastíos, de las crisis, de las adversidades, de las negaciones, se generan estas reacciones, posibilitadas por dispositivos científicos-tecnológicos en materia de comunicación, y que se montan como para legitimar lo que desde una racionalidad histórica, de la condición humana más noble del fondo de los tiempos, parece como una negación misma de la vida. Es la exaltación de visiones, hasta de indignidades inadmisibles, y que se legitiman no solamente como posibles, sino como buenas. La muerte como un valor y no como una peste. La "aporofobia", el odio a los pobres, no como una peste que arrastramos, sino como una bandera. Entonces, es un cambio muy grande: de arrastrarlo como una culpa, como algo que no hemos podido resolver, a levantarlo como bandera y decir que en definitiva está bueno que esto pase. Lo mismo con la concentración de la riqueza: en vez de verlo como algo escandaloso, decir "está bien, porque uno merece gozar de lo que tiene".
-Hay gente que dice que este es un estilo, que no pasa nada, que son formas, pero en realidad, hasta qué punto no impregna en el tejido social y no puede incluso llevar a hechos concretos. ¿Es inocuo o es peligroso?
-No, es una manifestación de un peligro ya instalado, no es la voz de un peligro posible, es la manifestación y la evidencia de una realidad y de un drama consumados, y ante eso, el hombre siempre responde anteponiendo alternativas esperanzadoras. Yendo a indicadores educativos, cuando digo las paradojas del mundo y los claroscuros conviven con otros que son muy buenos, es porque como nunca en el mundo han proliferado los sistemas y agrupaciones de voluntariado, de compromiso social, de participación de jóvenes en defensa de cuestiones sociales, de dramas económicos, ecológicos, ambientales. O en respuesta ante la abrumadora pantocracia, el surgimiento de los "teléfonos tontos", que no tienen uso de whatsapp, solamente es un teléfono; de las leyes de derecho a la desconexión digital como las que están en Europa; de la anulación de los sistemas digitales en la educación de Suecia y la vuelta al libro, porque se detectó una generación que ha perdido la visión y capacidad de aprendizaje y es víctima de la pantocracia. Hay como una corriente soterrada que busca de algún modo dar respuesta a eso. Y en este sentido los diálogos que tenemos de los que siempre abrazan la esperanza, porque la esperanza es convicción en acción, es saber que los desafíos son grandes pero las posibilidades también están en nuestras manos. Porque si no es como refinar el diagnóstico, llenarnos de odio en un diagnóstico que nos quede en la boca y sin alternativa, y la verdad que eso tampoco sirve. Yo no adhiero a esa teoría del diagnóstico, por refinado que sea, si el diagnóstico no es un medio "para", a mí no me sirve.
Motores del cambio
-Usted habla de todos estos movimientos en crecimiento y demás… necesariamente tienen que ser ideológicos ¿Usted que opina?
- A ver, explícita o implícitamente hay una ideología que los anima. Por ejemplo, tengo conocidos que van a trabajar a comunidades que no tienen agua. Esa gente tal vez no quiera componer un ensayo sociológico sobre la necesidad de abrazar a quien no tiene, pero te están diciendo donde se paran: no solamente que no tienen una adversión al pobre, sino que abrazan a un necesitado. Ahí está implícita la ideología "del otro soy yo", de que la humanidad somos todos. Explícita o implícitamente están dando cuenta de valores que nos resultan fundamentales para reconstruir o construir el sentido que hemos perdido. Ahora, mi convicción, mi esperanza, mi compromiso es que no estamos solos.
La educación es para mí una de las llaves de la transformación. Entonces hay que reorientarla, hay que resignificarla, hay que liberarla de esa carga de la actualización como un rigor en sí mismo, del posgrado sobre posgrado, porque en el fondo por ahí no está alcanzando para lo que estamos necesitando. ¿Y qué es? Que realmente se ponga a la cabeza del tren y que empiece a marcar la luz en otro sentido, que no termine siendo reproductora o potenciadora de todo aquello mismo que cuestiona. ¿Y qué falta? Bueno, falta la orientación del sentido de eso porque la misma capacidad de devastación para pelar los mares, para devastar la montaña, para contaminar los salares, toda esa capacidad arrolladora también se puede utilizar con la misma fuerza, para remediar.
-¿Y el motor del cambio son los jóvenes?
-Los jóvenes también son en parte víctimas de un mundo que heredaron, y también posible causa de un mundo que sería todavía peor. Es una bisagra medio rara. En realidad, los jóvenes son el motor de la vida. Yupanqui, que hablaba de música pero metía filosofía por todos los costados, decía que tocar mucho no es tocar bien; es otro concepto. Y después agregaba que hay gente que cuando toca o habla, deslumbra; pero hay gente que cuando toca y habla, alumbra. Y él decía que deslumbrar puede encandilar y alumbrar es bueno, marcar el camino. Bueno, yo creo que los jóvenes están como hastiados y deslumbrados. Hastiados de un mundo que les cerró las puertas del futuro para avanzar como siempre quiso todo joven, en cualquier tiempo; y están encandilados, es decir, aturdidos, enceguecidos por los cantos de sirena de esta miseria refinada, de esta pantocracia que nos lleva a la patocracia y que, de algún modo, demanda también de todos los sistemas y de todas las generaciones de una suerte de esperanza iluminadora.
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