M. G.
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“Pepe, dame una cartuchera”. Un pibito flaco, de unos 9 o 10 años y buzo azul, interrumpe la entrevista con el director José Luis Troncoso. “Ya te dije que todavía no me llegaron”, le responde el docente al niño. Luego aclara que un concejal de la ciudad les manda una caja de cartucheras al iniciar las clases, pero la esperada donación aún no había llegado este año.
El chico sigue atento por dónde se mueve el diario pero, sobre todo, persigue a Pepe y le consulta otras cosas. Luego de varios intentos porque nos diga su nombre, responde sin levantar la mirada: “Carlitos”.
“Es complicado ver cómo llegan los chicos cada mañana, atravesados por su realidad de pobreza, por ahí sin dormir, con hambre y vestidos con una remera en invierno. Hay situaciones cotidianas graves de las que nos tenemos que hacer cargo los docentes por una cuestión humana, pero que nos desbordan y debieran ser atendidas por los organismos públicos. A pesar de todo, elijo esta escuela y este proyecto educativo desde que me recibí, hace 7 años, porque me encanta y creo que es la forma de sostener a estos chicos”, dice la maestra Claudia Cámara, con la voz entrecortada.
A su lado pasa otra vez Carlitos, carpeta bajo el brazo, listo como para moverse a otro taller. La birome asomando por el bolsillo del pantalón porque, claro, no tiene cartuchera.