Mariela Goy
La psicóloga especializada en primera infancia sugiere a los docentes de jardín maternal, respetar los ritmos básicos del bebé de comer y dormir. También reflexiona sobre la demarcación de límites a edades tempranas.
Mariela Goy
mgoy@ellitoral.com
El papá sienta a su nene de 1 año y medio en la salita de jardín maternal, le da unos autitos y le dice: “Jugá con tu amiguito”, un pequeño de la misma edad que se entretiene solo con unos bloques de encastre. “Es un mito que un niño de menos de 2 años pueda tener amigos. Los adultos deben cambiar ese paradigma de pensar a los bebés más grandes de lo que son o con mayores habilidades; deben tener cuidado de no adultizarlos”, recomendó la licenciada en Psicología, Susana Maquieira.
La especialista es asesora en temáticas de crianza y educación temprana y capacitadora de docentes de jardín maternal en Buenos Aires. Es miembro de la Sociedad Argentina de Primera Infancia (Sapi) y ex integrante de la comisión directiva de la Organización Mundial para la Educación Preescolar. Recientemente, estuvo en Santa Fe para disertar en un foro de educación inicial organizado por el Concejo Municipal.
Maquieira conversó con El Litoral sobre la “agrupación temprana” de los niños pequeños, debido a que hoy muchos padres -por cuestiones laborales- no tienen otra opción que enviar a su bebé a una guardería. En ese sentido, hizo recomendaciones a los jardines maternales sobre la indispensable construcción de los ritmos básicos del bebé en la institución: comer, dormir y estar limpios.
—¿A qué edad sugiere que es conveniente enviar al niño al jardín maternal?
—Se consideran que son bebés hasta los 2 años. Muchas veces, cuando uno los ve hablar y caminar, piensa que ya entran en la categoría niños y, sin embargo, aún son bebés. El niño está preparado para ir al jardín a los 2 ó 3 años, dependiendo de la época de su cumpleaños. Si todavía tiene 1 año y medio, en lugar de mandarlo a salita de 2, sugiero esperar hasta la de 3 años. Uno de los temas que preocupa a los padres es el de la “grupalidad temprana” porque una institucionalización a edad tan corta implica compartir con otros el cuidado y la atención del niño. A esas edades, es imprescindible que el adulto esté dedicado puntualmente a cubrir las necesidades físicas y emocionales de los niños. Siempre digo que una mamá tiene 1 ó 2 niños pequeños a cargo, mientras que en el jardín lo permitido son 5 ó 6 bebés por docente, lo cual es mucho. Además, a esa edad todavía no hay un juego social compartido ¿de qué le serviría apurar a incluirlo en una institución?
Neurociencias y mitos
—Hay una biblioteca dividida: parte dice que es mejor que el bebé esté lo más posible en su hogar, y la otra mitad, que la grupalidad temprana favorece el desarrollo de habilidades de socialización ¿Cuál es su postura?
—Hay algunos mitos respecto de cuán valioso puede ser empezar la carrera educativa tan temprano. Los mitos están basados en cuestiones que tienen que ver con las neurociencias, que nos aportan datos sobre la plasticidad del cerebro, la valoración de la estimulación adecuada, la importancia de los ambientes enriquecidos, entre otras cosas que antes no sabíamos de los niños muy pequeños. Las neurociencias hacen estos aportes y, entonces, como ha sucedido con otras teorías -la de Piaget por ejemplo-, uno cree que tomar esos elementos, aplicarlos tempranamente y sobreestimular al bebé, será bueno para él. Ahí también empieza a aparecer esto de pensar que cuanto más temprano un niño está con otro, más habilidades sociales va a tener. Y esto no es así, porque en realidad un niño tempranamente lo que necesita son más cuidados del tipo “uno a uno”, de un adulto para con él.
—¿Cuándo el niño comienza a socializar?
—En realidad, somos seres sociales, pero el niño va a empezar a construir su mundo ampliado cuando tenga mejores capacidades para vincularse con el mismo. En tanto, lo más favorable para el niño, antes del año, es no estar tantas horas fuera de su núcleo familiar primario. De hecho, hay algunos antropólogos como el Dr. Ashley Montagu que tiene una teoría hermosa acerca del desarrollo humano. En el libro que se llama “El sentido del tacto” destaca el valor del contacto y dice que los seres humanos tenemos 9 meses de uterogestación y 24 meses de exterogestación. O sea que lo mismo que sucede los 9 meses dentro del útero, debería suceder 24 meses fuera de él. Es decir, es un tiempo que tendría que ser dedicado a abastecer al niño, a darle resguardo y seguridad.
Lo básico
—¿Qué pasa con las familias a las que no les queda otra opción que enviar a su bebé al jardín maternal porque ambos padres trabajan y no tienen familiares a los que acudir?
—En realidad, los jardines maternales son instituciones bastante nuevas y, aún más, dentro de la educación. Hay muchos recaudos que tomar para que un jardín funcione bien en favor de los niños. La grupalidad temprana tiene que ver con: trabajar con grupos pequeños, no acelerar los tiempos del bebé, esperar a que ellos evolucionen en este progreso de lograr habilidades sociales para comunicarse con los otros. Reitero que los adultos debemos tener cuidado de no “adultizar” a los niños, sino más bien pensarlos en el tiempo en el que están y acompañarlos mejor en esos procesos.
En los jardines, no hay que hacer tantas actividades sino potenciar las que sí son valiosas: organizar los ritmos básicos de comer, dormir y estar limpios. Hoy, hay muchísimos casos con trastorno de sueño en la primera infancia, de ahí que el libro “Duérmete niño” tiene cientos y cientos de ediciones. ¿Por qué los niños tienen trastornos de sueño? Porque necesitan estar más cerca del adulto. Entonces, el adulto que tiene niños a su cargo muy tempranamente en una institución tiene que tomar el “dormir” como una actividad a desarrollar. También debe haber silencios en el jardín, porque no es por mucho estimular que el bebé va a hablar antes.
—Si el rol del adulto es fundamental, quiere decir que la maestra jardinera debe especializarse en cómo atender la primera infancia...
—Es importantísimo, necesitan capacitación. Yo hace más de 15 años que trabajo en capacitación docente en la ciudad de Buenos Aires, exclusivamente de jardín maternal, y justamente el acento lo ponemos en valorar tareas que en otro tiempo se llamaban “asistenciales”. Esto es, el momento del cambiado o de la comida del bebé. Ahora podemos darnos cuenta que ahí está el centro de la actividad con el bebé, que la transmisión que hay en el momento de comer es valiosísima, que nosotros cuando enseñamos a comer acercamos herramientas de la cultura, enseñamos de qué modo se come, ofertamos distintos alimentos, distintas texturas, calores. El docente debe sentarse en ese momento sabiendo que el comer es una actividad muy importante.
Los “sí” de los límites —¿Cómo funciona el tema del límite en la primera infancia? —La visión particular que le damos nosotros a esta temática es que los límites se construyen, pero no desde un lugar prescriptivo. Cuando vos hablás de límite todo el mundo piensa en las sanciones, en el “no”. Pero para poder empezar a introducir el “no”, tiene que haber muchos “sí” antes. Un niño necesita empezar a construir el mundo y confiar en él por medio del adulto. Entonces, el adulto es el que lo tiene que preservar de todo lo que lo puede dañar ¿Y qué lo puede dañar? Todo: si no lo sostenés, se cae; si no le apagás las luces, no puede dormir; si le das demasiado alimento, lo ahogás. Para un niño, es el mundo que lo está dañando. Entonces, es el adulto el que tiene que regular todas esas cosas y, si hay una buena regulación, se construye una buena base de confianza. Después, empieza todo un camino tolerable de frustración. —¿Cuál es el camino tolerable de la frustración? —Como el niño sabe que puede confiar en este adulto, cuando lo necesite va a estar disponible. “Ahora que puedo caminar, pruebo saltar y subir. Sé que el adulto me va a decir que ‘no’ si no lo puedo hacer”. Es decir, se construye un vínculo de confianza. Si dejo mi casa armada igual que antes que nazca un niño, habrá muchos “no”, porque hay muchos lugares donde el niño no va a poder subir. En cambio, si adapto la casa o el jardín maternal a lo que un niño puede hacer, entonces los “no” van a ser menos que los “sí” para habilitar a las cosas que él ya puede lograr. Porque es inevitable que un niño que empieza a caminar, luego corra y se suba. ¿Cómo va a aprender a bajarse de un lugar, si no se pudo subir? Primero tiene que poder probar y cuando hay un “sí” por debajo, el “no” se tolera más. Un adulto que por miedo limita al niño, le impedirá aprender de sus potencialidades, saber dónde hay un posible daño o hasta dónde puede llegar sin provocar un enojo.