"Tiene que haber un Estado con más imaginación pedagógica para repensar el papel de la educación"
Desde la proclama alfonsinista, pasando por las políticas del menemismo, las reformas del kirchnerismo y llegando a la gestión de la pandemia. Nicolás Arata, presidente de la Sociedad Argentina en Historia de la Educación, analizó las gestiones educativas en las cuatro décadas de democracia ininterrumpida en nuestro país.
El Instituto Superior del Profesorado N°8 "Almirante Brown" fue sede de un encuentro académico sobre historia de la educación argentina que tuvo como eje el 40° aniversario de la recuperación democrática, que sirvió de previa del congreso que se llevará a cabo desde el 30 de agosto al 2 de septiembre en la ciudad de Rosario.
Atraídos por la consigna, una buena cantidad de futuros docentes se acercaron a escuchar a Nicolás Arata, presidente de la Sociedad Argentina de Investigación y Enseñanza en Historia de la Educación (SAIEHE), entidad que coordinará las jornadas con eje en las cuatro décadas de democracia ininterrumpida en nuestro país. Antes, el conferencista cedió unos minutos para dialogar con El Litoral.
-"Con la democracia se come, se educa y se cura", sostuvo Alfonsín como eje de la recuperación democrática. A 40 años de aquello, ¿qué tanto resultó cierto de esta proclama?
"La dictadura dejó un legado de tragedia humana y una realidad educativa tremenda", sostuvo Arata. Crédito: Luis Cetraro
-No sé si se podría empezar mejor una conversación en torno a lo que estamos hoy como sociedad argentina conmemorando. Ahí lo primero que quiero decir es que hay algunos que hablan de los 40 años de la vuelta de la democracia y yo prefiero hablar de la recuperación de la democracia, porque en la idea de la vuelta pareciera que hay algo casi como de comunidad de destino, de que en algún momento iba a volver, en cambio la idea de recuperación nos marca más una dimensión de agenciamiento, de una sociedad que luchó pagando también un costo terrible, en el que tenemos que también recordar a los 30.000 desaparecidos de la última dictadura cívico-militar. Es en ese contexto en donde se produce esa expresión de Raúl Alfonsín, que básicamente son las bases elementales de la vida en democracia: comer, educarse y cuidar la salud. Alfonsín estaba convocando a reconstruir una sociedad argentina que durante la dictadura no había podido educarse, porque la realidad educativa que dejó la dictadura fue tremenda, sumado a una crisis económica que luego se terminaría de agravar. Ese, sumado al Juicio a las Juntas, es el legado alfonsinista, porque no hay posibilidad de comer, de educarse, de curarse, si no hay justicia, que sería el cuarto componente y es algo de lo que la sociedad argentina también puede enorgullecerse. Después hay otras derivas que fue adoptando el gobierno de Alfonsín que pueden ser objetables, depende del lugar de donde uno se pare, pero me parece que ahí está el corazón del proyecto de recuperación de la democracia, para que el Estado y la sociedad se reinventen a la luz de lo siniestro que la antecede.
-Señalás el Estado que dejó la dictadura en lo educativo, que no es algo que sea marcado frecuentemente. Al año siguiente de asumir, Alfonsín convoca un Congreso Pedagógico Nacional, el segundo realizado en el país. ¿Cómo se saldó la transición pos dictadura en Educación?
-Hay un debate sobre si llamarlo primero o segundo Congreso Pedagógico Nacional para no articularlo dentro de la serie que inició Roca en los '80, pero si uno mira la historia de la educación en todo el siglo XX, lo que puede verse es que hay mucho más una decisión de reformar el sistema que una cuestión fundacional. Alfonsín recibe un sistema educativo absolutamente desmantelado, con todas las escuelas que dependían de la órbita nacional, escuelas primarias de la vieja Ley Lainez transferidas a las provincias sin los recursos ni las capacidades administrativas y humanas para gestionar, con muchísima segmentación del sistema educativo, con altísimos niveles de autoritarismo y un largo etcétera. Ahí entra un intento simbólico de volver a fundar la educación argentina pos dictadura con la convocatoria al Congreso Pedagógico. Pero lo que encuentra también es el legado de la tragedia humana y social que dejó la dictadura, que se traduce en fuerzas que no habían sido absolutamente diezmadas, desaparecidas, exiliadas, silenciadas, que no pudieron asistir a ese congreso. Entonces, dejo esta pregunta: ¿Quiénes pudieron asistir a ese congreso? ¿Quiénes fueron los que pudieron tomar la voz y llevar su agenda?
-¿Qué rol tuvieron los sectores eclesiales dentro de este intento por replantear la educación argentina en la reapertura democrática desde la voz de los distintos actores sociales?
-La dictadura se había apoyado en una vertiente que también podríamos llamar fundacional, pero en clave conservadora, que era la idea de que la sociedad argentina se había desviado, que las ideas extranjerizantes la habían corrompido, por lo que había que volver a las dos instituciones que fundaron la Argentina de la Revolución de Mayo para el Ejército y la Iglesia. Entonces, hubo un sector de la Iglesia que jugó un papel articulador, pero también hubo otros sectores dentro de la Iglesia que han cumplido otros roles, incluso de denuncia. Y en el contexto de la recuperación democrática, la Iglesia también tiene un protagonismo muy importante, pero creo que ahí pesó todavía la voz oficial de la Iglesia, marcando la agenda de los debates. Es algo que puede verse en que a este período de la historia lo llamamos de transición democrática, porque es tan fuerte lo que pasó antes con la dictadura y tan fuerte lo que va a pasar después con el liberalismo menemista, que de alguna manera ese período se queda deglutido entre estos dos fenómenos y que le hace perder el lugar que realmente tiene en la historia.
-Otro aniversario que se cumple este año es el 30° de la sanción de la Ley Federal de Educación en 1993, que sería después fuertemente discutida y más tarde reemplazada durante el kirchnerismo con la actual Ley Nacional de Educación de 2006 ¿Qué fue lo que pasó con aquella ley? ¿Fue tan mala como se la recuerda? ¿Qué aprendizajes dejó en materia de legislación educativa?
-La ley federal de educación de 1993 de la que efectivamente se cumple también un aniversario redondo fue de alguna manera la forma en la que el menemismo encontró de saldar el viejo debate respecto de una antinomia que atraviesa todo el siglo XX que es si en materia educativa somos un país federal o somos un país unitario, una nación que le impone a las provincias las políticas educativas, sus lineamientos curriculares, etcétera; por lo que el significante federal vino a recoger ese guante y por eso la ley lleva ese nombre. En segundo lugar lo que hace la Ley Federal de Educación es lo que no habían hecho las leyes educativas en todo el siglo XX que es hacerse cargo de pensar el sistema educativo del nivel obligatorio como un conjunto; en esa búsqueda es que crea el famoso polimodal y el EGB. Pero, además, lo que se hizo fue introducir en la agenda de la educación nacional lo que se llama el primer conjunto de reformas del Consenso de Washington, que es el Banco Mundial diciendo que para poder llevar adelante las reformas neoliberales de primera generación es necesario reformar, por ejemplo, el sistema educativo y adaptarlo a los tiempos que corren. Eso se hace desde una perspectiva política, sin lugar a dudas, pero la particularidad es que se les encomienda llevarla adelante a los cuadros técnicos. Entonces, ahí también hay un fenómeno que es importante, con la figura del técnico, que pareciera que opera desde una perspectiva apolítica y por lo tanto va a tomar las mejores decisiones. Desde luego, esto no fue así, la ley fue muy debatida y luego es derogada por el gobierno de Néstor Kirchner. Sin embargo, podemos correr la mirada del plano nacional y la podemos llevar a América Latina, donde también se dio este proceso de las políticas de corte neoliberal, desarticulando los sistemas educativos, librados a las capacidades que cada sector social tenga para poder resolver la educación de sus hijos y de sus hijas.
El académico planteó que en la actualidad "no estamos viendo la posibilidad de reimaginarnos pedagógicamente". Crédito: Luis Cetraro
-Un párrafo aparte merecen los gremios docentes de la Argentina, con un peso específico de los reclamos de la Carpa Docente a esta parte ¿Qué importancia tiene la figura gremial con las políticas pedagógicas actuales?
-Si en la Argentina podemos decir que hoy tenemos una maltrecha, compleja y angustiante situación de la educación pública, es porque todavía tenemos en la educación pública uno de los elementos que cualquier extranjero que viene a nuestro país valora positivamente. Y esto es porque hubo gremios docentes y hubo educadores que marcaron límites a ese terrible proceso de reforma. La Carpa Docente - con la Marcha Blanca también- estuvo instalada mil días frente al Congreso para visibilizar un proceso de lucha por el avasallamiento sobre la educación pública, cumpliendo un papel ejemplar. No me animo a decir que fue prácticamente el único movimiento sindical que no transó con esas políticas, pero sí que fue el que más públicamente sentó una posición de defensa de lo público respecto de esas políticas. Y creo que el gran legado del movimiento sindical docente argentino es que ha cuidado la posibilidad de brindar un piso común para que una sociedad se pueda pensar integrada.
-Viniendo hasta la actualidad, se puede palpar una fuerte crítica de los distintos espectros ideológicos al rol que el Estado debería cumplir y no lo hace. ¿De cuánto de lo que el Estado deja a la intemperie se hacen cargo las escuelas hoy?
-A los responsables de la educación, a los que tienen responsabilidades en materia de gestión educativa a nivel nacional y en los niveles provinciales, les faltó imaginación político-pedagógica para enfrentar una crisis del tamaño de una catástrofe como fue el de la pandemia, que desnudo todas las falencias que el Estado tenía respecto de la capacidad de atención. Todos sabemos que fue un contexto inédito para el cual nadie estaba preparado y frente al cual hubo que salir a responder como se podía, pero saliendo de la pandemia el Estado no tuvo la capacidad de imaginar cómo gestionar el devenir de la educación. No es mi intención transmitir una imagen pesimista porque sería claudicar de lo político, pero por momentos la sensación es como si hubieran colgado la toalla. Y efectivamente, en política no hay casillero vacío, también los educadores y las educadoras se hacen cargo. Si el Estado no está, el educador argentino se hace cargo; es la marca que los caracteriza: los maestros y las maestras de nuestra patria le ponen el cuerpo a la intemperie en la que quedan nuestros chicos, disfrazándose a veces de enfermeros, a veces de psicólogas, a veces de cuidarlos del patrullero o del narco. Pero la función sagrada de los docentes es transmitir la cultura, no le podemos exigir que además hagan todo lo otro. Tiene que haber un Estado más presente, con más imaginación pedagógica para repensar el papel de la educación en la construcción de un proyecto común. Al fin y al cabo, esto es lo que se planteó en la recuperación democrática que hoy conmemoramos.
Universidades, Inteligencia Artificial y el devenir educativo
-¿Por dónde crees que sería apropiado empezar a repensar políticamente un nuevo lazo socioeducativo?
-Necesitamos hacer una reflexión profunda de lo que nos puede volver a vincular. Un acuerdo general de diez bases que nos permita pensarnos como parte de un proyecto de país. Puede haber disenso, no hay ningún problema en pensar distinto, pero creo que desde la educación es donde se produce esa articulación. Quizás lo que hay que llamar a un tercer Congreso Pedagógico Nacional que nos ponga a debatir qué escuela queremos los argentinos de cara al siglo XXI. Creo que nos está faltando ese debate, y que es algo tan elemental como la soberanía pedagógica del país. Ahí es muy importante la voz de las universidades a las que me gustaría poder escuchar un poco más qué debates están proponiendo respecto del papel de la educación, porque a veces pareciera que estamos -porque yo también formo parte de la comunidad universitaria nacional- enfrascados en un discusiones de capitalismo académico que no sé si son las que nuestra sociedad está reclamando. Por un lado es entendible porque estamos en condiciones muy penosas de trabajo y con una crisis que también ha pegado muy fuerte en nuestros estudiantes, pero creo que también hay un espacio en donde no estamos entendiendo los cambios que están teniendo lugar en la sociedad hoy. Por ejemplo, ¿qué vamos a hacer con la inteligencia artificial? Esto es algo que me preocupa. La reacción de la mayoría de mis colegas suele ser, bueno, hay que ir a buscar el software que me permita saber si este parcial se hizo o no con la inteligencia artificial. Y creo que no estamos viendo la posibilidad de reimaginarnos pedagógicamente, para ver cómo podemos hacer a nuestros estudiantes trabajar con estas nuevas herramientas, discutir con la Inteligencia Artificial, para apropiarse del conocimiento sin perder el espíritu humanista que tiene que caracterizar a la formación crítica, transmitiéndoles que si se entregan a la Inteligencia Artificial quizás hoy zafan un examen pero mañana se van a tener que resignar a que los reemplace. Y para que ese debate público sea potente todos tenemos que poder participar en el mismo nivel de igualdad, no solo los doctores en educación. Construir lo que Boaventura de Sousa Santos llamó el Diálogo de Saberes: construir un piso de conocimiento común sobre nuestras experiencias que nos permita aprender a vivir juntos.
Perfil
Nicolás Arata es Doctor en Educación por la UBA (Argentina), Doctor por el DIE-CINVESTAV del Instituto Politécnico Nacional (México) y Magister en Ciencias Sociales con Orientación en Educación por FLACSO (Buenos Aires). Se desempeñó como Director de Formación y Movilización del Conocimiento de CLACSO. Es Profesor Asociado Regular de Historia de la Educación en la Universidad Pedagógica Nacional y Profesor Adjunto Regular de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
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